Año 2138, Fortaleza de Adrian
La inmensa fortaleza se erigía ante Lysara como un testimonio de tiempos antiguos y poder inigualable. A pesar del paso de los siglos, el lugar se mantenía imponente, como si la propia tierra lo protegiera de la erosión del tiempo. Las torres y los muros, oscurecidos por la edad, estaban cubiertos de una especie de quietud sobrenatural. Los esclavos humanos caminaban por las calles de la ciudad bajo la atenta mirada de las guardianas, pero no eran más que sombras de la gente libre que alguna vez habitaron esas tierras.
Lysara, con su capa ondeando a sus espaldas y su cabello oscuro danzando con el viento, avanzó lentamente, sus ojos recorriendo cada rincón, buscando un resquicio del pasado que compartió con Adrian. El recuerdo de aquel día, siglos atrás, en que creyó que él había muerto, la atormentaba. Sin embargo, la tensión crecía en su interior. Ahora sabía que estaba vivo. El hombre que una vez había sido su ancla, su compañero, no solo había sobrevivido, sino que había florecido en poder y control, mientras ella vagaba, perdida, por el mundo.
Cuando las puertas de la fortaleza se abrieron para ella, no fue recibida con la frialdad que había anticipado, pero tampoco con el calor del reencuentro. Adrian la observaba desde el trono, su figura imponente, sus ojos brillantes como brasas encendidas. Lysara sintió que el aire se detenía.
—¿Cómo es posible...? —susurró Lysara, incapaz de contener el asombro y la confusión.
Adrian se levantó lentamente, su rostro reflejando una mezcla de emociones contenidas: alivio, ira, y algo más profundo, algo que solo podía ser dolor.
—Pensé que habías muerto, Lysara —dijo con una voz helada, pero en la profundidad de sus palabras se sentía la herida abierta que llevaba siglos cargando.
Lysara titubeó por un momento, tomando aire antes de responder. —Y yo pensé que tú habías muerto, Adrian. Te busqué... durante siglos, pero no encontré rastro de ti. Creí que el mundo te había arrebatado para siempre.
Adrian apretó los puños. —Me dejaste. Me abandonaste creyendo en mi muerte, sin siquiera enfrentarte a lo que podría haber sucedido.
—¡No! —replicó Lysara con intensidad—. ¡No lo hice por elección! Cuando supe que no habías muerto, te busqué, pero... tú habías desaparecido. Nadie supo decirme nada de ti. Fue como si hubieras dejado de existir.
La tensión en la sala se hizo palpable. Clio y Lysandra, observando desde las sombras, mantenían su distancia, entendiendo que lo que ocurría entre Adrian y Lysara trascendía el tiempo y cualquier relación que ellas pudieran tener con él.
Adrian caminó hacia ella, la rabia ardiendo en su pecho. A pesar de su poder, se sentía traicionado por alguien que había sido parte de su propia esencia. Cada paso que daba hacia Lysara parecía un recordatorio de los siglos de soledad que había vivido.
—Me enterraste —murmuró Lysara, sus ojos brillando de dolor. —Pensaste que estaba muerta y te fuiste. Nunca volviste a buscarme.
Adrian cerró los ojos un segundo, la ira y el dolor bailando en su interior. —¿Y qué debía hacer? —preguntó, la voz baja pero afilada como una cuchilla—. Vi tu cuerpo... tu... ¿desaparecido? Pensé que te habías ido para siempre. Y entonces... comencé a construir todo esto, sin ti. ¿Qué opción tenía?
—Yo te habría seguido hasta el fin del mundo, Adrian —Lysara dio un paso hacia él, sus ojos en llamas con emociones que había intentado suprimir durante siglos—. Pero nunca supe dónde estabas. Nunca supe que aún vivías.
El silencio se extendió entre ellos, una barrera invisible construida por siglos de malentendidos y dolor. Adrian dejó que el aire pesado colmara la sala por unos momentos antes de romperlo con un susurro:
—Entonces, Lysara, ¿qué haces aquí ahora?
Lysara se detuvo a pocos pasos de Adrian, sus ojos sobrenaturales conectando con los de él en una mirada cargada de siglos de historia, de sentimientos enterrados y palabras no dichas. El silencio entre ellos era ensordecedor, como si cada segundo añadiera peso a lo que estaba a punto de desatarse.
—Estoy aquí porque… —Lysara vaciló un momento, su voz más baja, cargada de dolor—. Porque a pesar de todo, nunca dejé de buscar respuestas. Y ahora que te encuentro aquí, rodeado por todo esto… —su mirada se desvió hacia las imponentes paredes de la fortaleza, hacia Clio y Lysandra observando en la distancia—, no puedo evitar preguntarme si aún queda algo del hombre que conocí.
Adrian frunció el ceño, su cuerpo tenso como un resorte a punto de liberarse. —El hombre que conociste murió cuando te perdí. Lo que ves ahora es lo que surgió de esa pérdida. Soy más fuerte que nunca. Más frío. Más distante. Pero no puedo decir si es para bien o para mal.
—¿Más fuerte? —Lysara susurró, mientras avanzaba un paso más, acortando la distancia entre ambos. Su voz se suavizó, pero su mirada se mantuvo firme—. ¿Y qué te ha dado esa fuerza, Adrian? ¿La soledad? ¿La rabia de creer que te había abandonado? Te conozco mejor que nadie… y sé que en algún lugar de ti, ese dolor nunca te dejó.
—¿Y tú qué sabes del dolor? —replicó Adrian con una voz que apenas podía contener la ira que burbujeaba bajo la superficie—. Mientras yo gobernaba estas tierras, mantenía a raya a los licántropos y a los vampiros, ¿dónde estabas tú? ¿Vagando por Nippon? ¿Dejando que el mundo se te escapara mientras yo sufría aquí solo?
Lysara lo miró, sintiendo cómo la tensión crecía entre ellos, cómo los viejos fantasmas del pasado se manifestaban con cada palabra. —¡No me hables de soledad! —espetó, su voz alzándose en un raro estallido de furia—. Pasé siglos buscando, intentando comprender qué había pasado. Pero no había rastro de ti. Creí que habías sido destruido, que habías desaparecido del mundo. ¿Sabes lo que es vagar por siglos sin una respuesta? ¿Sin saber si lo que más amabas estaba vivo o muerto?
Adrian, por un instante, se quedó inmóvil. Las palabras de Lysara lo golpearon más de lo que habría admitido. A pesar de su frialdad, esa verdad lo alcanzó. Durante todo ese tiempo, él había construido un imperio, había cimentado su poder en la sangre y la dominación, mientras en su interior algo esencial en él había permanecido roto. Ahora, al tener a Lysara frente a él, esa grieta parecía abrirse de nuevo.
—No pensé que te encontraría aquí, viva —admitió Adrian, bajando la mirada un segundo, su voz apenas un susurro. La rabia seguía en su interior, pero junto a ella, una vieja herida que nunca había sanado del todo—. Lo que pensé que había perdido me cambió. Cambió todo. No soy el mismo.
—Ninguno lo somos —respondió Lysara, su tono ahora más suave, pero cargado de melancolía—. Pero, Adrian… a pesar de todo, estoy aquí. No vine a desenterrar el pasado, sino a enfrentar el presente. A enfrentar lo que sea que queda entre nosotros.
Adrian alzó de nuevo la mirada hacia Lysara, y por un instante, el aire a su alrededor pareció cargarse de una energía que no había estado presente en siglos. La rabia, el dolor, la pérdida… todo se entrelazaba en ese momento entre ellos, creando una tensión casi insoportable.
Clio y Lysandra se miraban entre sí, tensas, conscientes de que estaban siendo testigos de algo mucho más profundo y antiguo que cualquiera de sus vínculos con Adrian. Incluso Valeria, normalmente tranquila, observaba desde las sombras con una expresión cautelosa, reconociendo el significado de ese encuentro.
—No vine aquí para pelear —dijo Lysara, rompiendo el silencio que seguía—. Pero si es necesario, lucharé por lo que somos. Por lo que fuimos. Tú y yo. Aunque creas que me has olvidado, o enterrado, sé que una parte de ti aún me recuerda.
Adrian dio un paso hacia ella, y el espacio entre ellos se volvió insignificante. Su mano se alzó, pero se detuvo antes de tocarla, sus dedos temblando en el aire como si estuviera debatiendo entre su deseo de acercarse y su necesidad de mantener su muro de frialdad.
—Lo que queda de nosotros… —murmuró Adrian—. No sé si puede ser salvado.
—Eso depende de ti —contestó Lysara con una intensidad que no había mostrado en siglos—. Estoy aquí ahora. No desaparecí por elección. Y si no hay nada que salvar, entonces dímelo ahora. Y me iré para siempre.
El silencio cayó como una losa en la sala. Las emociones eran palpables, el pasado arremolinándose como un vendaval entre ambos. Adrian permaneció inmóvil, su mente luchando contra siglos de dolor reprimido y su deseo por Lysara, que no había desaparecido del todo.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Adrian bajó la mano y murmuró, casi para sí mismo:
—No sé si puedo dejarte ir de nuevo.
Lysara, con los ojos brillando por la tensión y la mezcla de sentimientos, dio un último paso hacia él, hasta que estuvieron lo suficientemente cerca para que sus respiraciones se mezclaran.
—Entonces, no lo hagas.
Adrian y Lysara estaban ahora tan cerca que cada respiración entre ambos parecía crear un puente invisible cargado de historia. La frialdad y el vacío que Adrian había construido durante siglos comenzaron a tambalearse ante la intensidad de Lysara. La rabia contenida, la tensión no resuelta, y el alivio de verla viva, todo se arremolinaba en su interior.
—Lysara —dijo Adrian en voz baja, apenas controlando las emociones que luchaban por salir—. No tienes idea de lo que dejaste atrás. Creí que me habías abandonado, que me habías olvidado. Enterré lo que sentía porque era la única manera de sobrevivir.
—Nunca te abandoné —respondió Lysara con una firmeza que cortaba el aire—. Creí que estabas muerto, Adrian. Todo lo que encontré fueron ecos, rumores. Nunca pude hallar la verdad. Y mientras tú creías que yo me había ido, yo seguí buscando, sin descanso, esperando encontrar algo… cualquier cosa.
Las palabras de Lysara golpearon a Adrian profundamente, como un eco que resonaba en la parte más vulnerable de su ser. No podía negar lo que sentía en ese momento, pero tampoco podía ignorar el dolor que había acumulado durante siglos.
—Tantos siglos… —murmuró Adrian, su mirada perdida por un instante en el pasado, antes de regresar a Lysara—. Me reconstruí a partir de esa pérdida. Y ahora, aquí estás, viva. No sé si puedo enfrentar todo lo que enterré para seguir adelante.
—No tienes que enfrentarlo solo —respondió Lysara, su voz más suave ahora, pero con una intensidad que atravesaba las defensas de Adrian—. Nunca tuve la oportunidad de elegir antes, pero ahora estoy aquí. Y si lo deseas, no me iré.
El conflicto en los ojos de Adrian era evidente, una lucha entre el hombre que una vez fue y el líder frío y distante en el que se había convertido. Pero Lysara estaba allí, tangible, real. Y la verdad era que, a pesar de todo, una parte de él siempre había guardado la esperanza de volver a verla.
—¿Cómo puedes seguir aquí, después de todo? —preguntó Adrian, finalmente dejando que algo de su muro cayera—. Después de lo que hemos perdido, lo que nos han arrebatado.
—Porque siempre hubo algo más fuerte que el dolor —dijo Lysara, su mano extendiéndose lentamente hacia la de Adrian, aunque sin tocarlo aún—. Lo que compartimos no se desvaneció. Está aquí, entre nosotros, si decides verlo.
El ambiente estaba cargado de una electricidad que se podía sentir en el aire. Adrian cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. Cuando los abrió de nuevo, su mirada era intensa, directa, y por un instante, el antiguo Adrian, el hombre que había amado a Lysara con todo su ser, resplandeció a través de su frialdad habitual.
—No puedo perderte de nuevo —admitió Adrian, su voz baja, cargada de una emoción cruda y real.
—Entonces no lo hagas —susurró Lysara, cerrando el último centímetro de distancia entre ellos, sus manos finalmente tocándose. La conexión fue inmediata, como si los siglos entre ellos se desvanecieran en ese instante.
El silencio que siguió fue más poderoso que cualquier palabra. Adrian, por primera vez en siglos, permitió que la barrera alrededor de su corazón cayera, aunque fuera solo un poco, dejando que Lysara volviera a entrar en su vida.
Mientras Clio, Lysandra y Valeria observaban desde las sombras, sabían que este encuentro cambiaría el curso del futuro de la fortaleza y, quizás, del mundo mismo.
Adrian apretó suavemente la mano de Lysara, dejando que el contacto hablara más que cualquier palabra que pudiese pronunciar. Durante siglos, había mantenido su control férreo sobre sus emociones, sobre su fortaleza, sobre todo lo que lo rodeaba. Pero ahora, frente a ella, el peso de su control se sentía como una carga insoportable.
El tiempo parecía detenerse. Clio, Lysandra y Valeria se mantenían en silencio, observando con una mezcla de sorpresa y respeto. No había celos en ellas, como siempre lo había sido. Las tres comprendían la magnitud de lo que estaba ocurriendo entre Adrian y Lysara. Sabían que esto era más que una simple reunión: era un punto de inflexión en sus largas existencias.
Lysara dio un paso más cerca de Adrian, sintiendo el calor que emanaba de él, aunque su piel se mantuviera fría como la piedra. Sus ojos buscaron los suyos, profundos, oscuros, cargados de una mezcla de dolor, alivio y deseo.
—Adrian —dijo con suavidad, buscando en su mirada una señal de aceptación—. Sé que lo que dejamos atrás es imposible de recuperar por completo. Lo que ocurrió cambió todo… pero aquí estamos, en este presente. Y aunque no podamos borrar lo que pasó, podemos decidir qué hacer con lo que somos ahora.
Adrian la miró fijamente, y algo dentro de él comenzó a desmoronarse. No era debilidad; era una liberación. Una parte de él, la que había enterrado durante tanto tiempo, estaba resurgiendo. Los recuerdos de quién era antes, del hombre que amaba a Lysara, se entrelazaban con el líder despiadado que había forjado a partir del dolor.
—No soy el hombre que conociste —dijo Adrian finalmente, su voz apenas un susurro—. Soy más oscuro. Más frío. Y no sé si puedo volver a ser lo que era contigo.
Lysara negó con la cabeza lentamente, sus dedos entrelazándose con los de Adrian.
—No tienes que ser el mismo. Ninguno de los dos lo somos. Pero estamos aquí, juntos. Eso es lo único que importa ahora.
Adrian cerró los ojos por un momento, dejando que sus palabras lo calmaran. Era cierto. Ambos habían cambiado, pero la conexión entre ellos seguía siendo tan intensa como siempre. Esa tensión, esa mezcla de rabia, alivio y deseo que había sentido desde el primer instante en que la vio, no había desaparecido. Si acaso, se había intensificado.
—Si te quedas —dijo Adrian, abriendo los ojos lentamente—, no habrá marcha atrás. No puedo dejarte ir de nuevo. No sé si podría sobrevivirlo.
Lysara esbozó una sonrisa leve, pero cargada de melancolía. Había algo en su mirada que denotaba aceptación, incluso alivio.
—No quiero irme. Nunca más.
Finalmente, Adrian la atrajo hacia él, rodeándola con sus brazos, sintiendo la familiaridad de su cuerpo contra el suyo después de tanto tiempo. Fue un abrazo cargado de todas las emociones que habían reprimido durante siglos. Era la tensión liberada, el alivio de haber encontrado algo que ambos creían perdido para siempre.
Mientras se mantenían abrazados, el silencio de la sala se llenó de una calma pesada pero cargada de significado. Clio, Lysandra y Valeria, testigos de este reencuentro, intercambiaron miradas sabiendo que lo que seguía no solo cambiaría la dinámica entre Adrian y Lysara, sino que afectaría el destino de la fortaleza.
Finalmente, Adrian se separó lo suficiente para mirarla a los ojos, sus dedos aún acariciando su piel fría pero viva.
—Hay muchas cosas que han cambiado en este mundo, Lysara. Pero una cosa permanece: no podemos quedarnos al margen. El mundo se ha vuelto más caótico, y nosotros… nosotros tenemos que encontrar nuestra posición en él.
—Lo sé —respondió Lysara, con una mirada determinada—. Pero lo haremos juntos esta vez.
La promesa silenciosa flotó entre ellos, y por primera vez en siglos, Adrian sintió que no estaba solo.
El reinado de Adrian continuaría, pero ahora, con Lysara de vuelta a su lado, el equilibrio de poder, y tal vez su propio corazón, comenzarían a encontrar una nueva forma de existir.
Adrian, aunque profundamente conmovido por el reencuentro con Lysara, mantuvo sus ideales firmemente arraigados. Aún con ella a su lado, su visión del mundo no había cambiado en lo fundamental. Mientras acariciaba suavemente el cabello oscuro y sedoso de Lysara, su mente estaba ocupada con la misma resolución que había mantenido durante siglos.
—A pesar de todo lo que ha sucedido —dijo Adrian en un susurro, todavía aferrado a ella—, no pienso inmiscuirme en el mundo humano. No es nuestro lugar, Lysara. No lo ha sido desde que todo esto comenzó.
Lysara lo miró con una mezcla de comprensión y leve frustración. Había esperado que su reencuentro con Adrian pudiera cambiar su enfoque, pero en su corazón, siempre había sabido que la voluntad de Adrian era inquebrantable. Su fortaleza, su sentido de control y su visión de proteger a los vampiros sin involucrarse en los asuntos de los humanos, seguían siendo el núcleo de su ser.
—Lo sé —respondió Lysara en voz baja—. Pero el mundo humano está cambiando, y esos cambios afectan todo, incluso si no queremos verlo.
Adrian asintió lentamente, pero su expresión era firme.
—No me importa cómo cambie el mundo humano. No hemos llegado hasta aquí solo para ver cómo se derrumba desde dentro. Los licántropos pueden controlar algunos territorios humanos, pero eso no es nuestra batalla. Lo que me importa es que este territorio, mi fortaleza, y los pocos lugares que quedan bajo nuestra protección, permanezcan intactos. Los vampiros y los humanos aquí deben vivir bajo nuestras reglas, o perecer.
Lysara sabía que discutir con Adrian sobre esto sería inútil. Él había construido su dominio basado en la idea de no interferir con el equilibrio humano, permitiendo que las guerras y disputas entre licántropos y humanos se desarrollaran sin su intervención directa. Si había algo que Adrian valoraba tanto como su poder, era su autonomía, y esa autonomía incluía mantenerse al margen del mundo humano, observando desde su fortaleza sin involucrarse en los problemas de los mortales.
—Aún así, la situación es más compleja de lo que era antes, Adrian —continuó Lysara, queriendo que él entendiera—. Los humanos están atrapados entre nosotros y los licántropos. No podemos seguir pretendiendo que nuestra influencia no tiene un efecto sobre ellos.
Adrian se separó ligeramente de Lysara, sus ojos centelleando con una intensidad oscura.
—No los estoy ignorando. Mantengo a raya a los licántropos, protejo a los vampiros que están bajo mi dominio, y les permito a los humanos vivir bajo nuestras reglas. Eso es más de lo que muchos de nuestra especie harían. Pero no voy a inmiscuirme más. Los humanos tienen sus propios caminos, sus propios líderes. No somos sus dioses, Lysara, y no quiero que nos vean de esa manera.
Lysara suspiró, comprendiendo su perspectiva, aunque no estuviera completamente de acuerdo. Adrian había hecho más por los humanos de lo que cualquier otro vampiro poderoso había hecho, permitiendo que existieran bajo su sombra sin ser completamente aplastados por la guerra. Pero el precio era alto: esclavitud, control estricto y una vida de servidumbre, aunque protegida.
—Entonces, ¿qué piensas hacer? —preguntó Lysara suavemente, sus ojos buscando los de Adrian.
Adrian se apartó de ella, caminando hacia la ventana de la sala principal que daba a los vastos terrenos de la fortaleza. La ciudad de esclavos humanos y vampiros, bien organizada y limpia, se extendía a los pies de la fortaleza, resguardada por los muros imponentes. Desde allí, veía el mundo que había construido: uno donde los vampiros eran fuertes, donde su reino se mantenía aislado, pero seguro.
—Voy a mantener este lugar intacto. No hay necesidad de que nos mezclemos con los humanos más allá de lo que ya hacemos. Si intentan interferir, serán castigados. Si los vampiros rebeldes se atreven a desafiar nuestras reglas, serán destruidos. Los licántropos saben bien que acercarse a este territorio es una sentencia de muerte —dijo Adrian con voz dura—. Mi poder se mantiene aquí. No necesito más. Y no tengo ninguna intención de jugar a ser el salvador de los humanos. No los estoy ayudando ni destruyendo. Simplemente estoy asegurando que nosotros, nuestra especie, sobreviva y prospere.
Lysara lo escuchaba en silencio, asimilando sus palabras. Sabía que, en el fondo, Adrian seguía siendo el mismo hombre poderoso y controlador que había conocido, pero también era consciente de que él nunca había perdido su sentido del deber para con los suyos. Para Adrian, proteger a los vampiros significaba mantener a los humanos bajo su dominio, sin interferir directamente en sus asuntos. Esa era su forma de equilibrio.
Finalmente, Lysara asintió, aunque su mirada reflejaba una mezcla de resignación y aceptación.
—Si esa es tu decisión —dijo—, entonces estaré a tu lado. Como siempre.
Adrian sonrió levemente, aunque la dureza de su rostro no desapareció por completo. Sabía que Lysara siempre había sido su igual en muchos sentidos, y aunque sus perspectivas a veces diferían, la unión entre ellos seguía siendo tan fuerte como antes.
—Juntos —repitió Adrian, con la mirada puesta en el horizonte, mientras el sol comenzaba a desvanecerse tras las montañas—. Como siempre ha sido.
Y así, con el peso de siglos a sus espaldas y un futuro incierto ante ellos, Adrian y Lysara se preparaban para enfrentar lo que vendría, unidos en su fuerza y en su propósito. La fortaleza permanecería intacta, su poder sería incuestionable, y el mundo humano seguiría su curso, mientras ellos observaban desde las sombras, sin inmiscuirse en su destino.