Año 2138, Nippon.
El cielo gris de la tarde se cernía sobre Lysara mientras continuaba su búsqueda por respuestas. La escena de las cabezas empaladas, las marcas de sangre y el silencio ominoso de los territorios dominados por licántropos habían dejado más preguntas que respuestas. Aunque las ciudades humanas seguían existiendo, parecían estar bajo constante amenaza, y la presencia de vampiros se había reducido a un murmullo en las sombras.
Después de días vagando por las tierras desoladas de Nippon, Lysara encontró una ciudad oculta entre los restos de lo que alguna vez fue una de las grandes ciudades humanas. Las construcciones, aunque deterioradas por el tiempo y la guerra, todavía se mantenían en pie, y entre ellas, una comunidad de humanos sobrevivía en la oscuridad, protegida por la noche. Las luces parpadeaban tenuemente, y el ambiente de la ciudad reflejaba una mezcla de resistencia y temor constante. Las patrullas vigilaban las entradas, y los ciudadanos caminaban con cautela, como si cada paso pudiera despertar algo mucho más grande que ellos.
Lysara se movió como una sombra entre los humanos, sin ser detectada. Sabía que en algún lugar de esa ciudad, habría respuestas sobre las mujeres que dejaban rastros de destrucción y miedo en las fronteras. Había escuchado fragmentos de conversaciones, susurros sobre vampiros que aún residían allí, escondidos entre los humanos, y era con ellos con quien necesitaba hablar.
Después de varias horas de investigación, encontró lo que buscaba: una pequeña taberna oculta en los callejones más oscuros de la ciudad. Las paredes de madera gastada y el silencio dentro del lugar lo hacían parecer abandonado, pero al entrar, Lysara percibió la presencia de seres inmortales, el olor inconfundible de vampiros mezclado con la decadencia del lugar.
Se acercó a la barra y, tras un momento de tensión, uno de los vampiros se giró para mirarla. Era una mujer de aspecto joven, pero sus ojos revelaban siglos de experiencia. Susurró con voz suave: "No esperaba ver a alguien como tú aquí. No muchos de los nuestros sobreviven en estos tiempos".
Lysara inclinó ligeramente la cabeza, sin dejar de observar a su alrededor. "He estado ausente durante mucho tiempo, pero veo que el mundo ha cambiado más de lo que esperaba. Necesito respuestas sobre lo que está ocurriendo en Nippon, sobre esas cabezas empaladas."
La vampira asintió, su expresión se endureció. "Sí, las hemos visto. Las cabezas son colocadas por un grupo de mujeres… vampiras, pero no como nosotras. Se mueven rápido, son letales, y su propósito no es arrasar con asentamientos licántropos. No buscan destruir ejércitos enteros ni atacar ciudades humanas o licántropas. Solo viajan, de un lugar a otro, matando a los licántropos que se cruzan en su camino y dejando ese macabro mensaje con las cabezas empaladas."
Lysara frunció el ceño. "¿Por qué? ¿Cuál es su objetivo?"
La vampira dejó escapar una risa amarga antes de responder. "Ellas no necesitan arrasar con todo, porque ya enviaron un mensaje claro hace años. En los territorios que asaltó Varian, hubo una masacre como no habíamos visto antes. Todo su ejército fue destruido, y la tierra se tiñó de sangre, una verdadera carnicería. El líder del ejército, Varian, se vio obligado a retirarse, y desde entonces, esos territorios no han sido tocados. Las mujeres colocan las cabezas como advertencia, recordando lo que ocurrió ese día, y nadie se atreve a desafiar el lugar desde entonces."
Lysara sintió una punzada en su pecho. "¿Y quiénes son esas mujeres?"
"Ellas no hablan, no se detienen. Vienen, matan, empalan y desaparecen. Son poderosas, más de lo que podrías imaginar. Algunos de los nuestros creen que están vinculadas a un vampiro mucho más antiguo, alguien que controla esta región con mano de hierro, aunque rara vez se deja ver."
Lysara dejó que la información se asentara. Sabía de Adrian, el poderoso vampiro que había conocido y amado, y aunque no podía confirmar nada, había una parte de ella que intuía que estas mujeres, estas guardianas, estaban conectadas con él de alguna manera.
"¿Y los vampiros en las ciudades alejadas?" preguntó Lysara, buscando entender mejor la situación global.
La vampira entrecerró los ojos. "Los vampiros en las ciudades alejadas han perdido el control, cegados por la riqueza y la paz que disfrutaron durante demasiado tiempo. No respetan las reglas, piensan que pueden entrar en cualquier territorio, incluso el de este misterioso vampiro, y tomar lo que quieren. Pero aquellos que lo intentan… no sobreviven. Los que se atreven a cruzar esas fronteras son castigados de maneras inimaginables. Los machos son empalados vivos, mientras que las mujeres… bueno, digamos que su destino es peor. Se dice que son torturadas durante días, sometidas a una agonía insoportable hasta que suplican convertirse en esclavas o ruegan por la muerte."
Lysara no necesitaba más detalles; la imagen era clara. El poder que controlaba esas tierras no solo era inmenso, sino despiadado. Un reino de terror mantenido por la fuerza bruta y un código inquebrantable.
"Entonces, esos territorios…" empezó Lysara.
"Son sagrados ahora. Los licántropos no se atreven a entrar. Los vampiros que desafían las reglas son eliminados. Las mujeres que empalan las cabezas lo hacen para recordar a todos lo que ocurrió, y que si alguien osa cruzar esas tierras, lo mismo les ocurrirá."
Lysara asintió lentamente, agradecida por las respuestas, pero más preocupada que antes. Varian, su viejo amigo, había sido derrotado en este sangriento conflicto, y ahora parecía haber una fuerza más grande que dominaba todo. Sabía que necesitaba más información, más detalles sobre estas guardianas y el vampiro que controlaba todo desde las sombras. Y si sus sospechas eran correctas, esta no sería la última vez que sus caminos se cruzarían con el misterioso pasado que compartía con Adrian.