Año 2138, Nippon.
Lysara caminaba por las calles sombrías de la ciudad oculta, su mente enredada en los pensamientos sobre las historias que acababa de escuchar. Las cabezas empaladas, las guardianas implacables y el misterioso vampiro que dominaba estas tierras con tanto poder y brutalidad. Todo apuntaba a un solo nombre en su mente: Adrian. Pero, al mismo tiempo, algo dentro de ella se negaba a aceptar esa posibilidad por completo. El Adrian que ella había conocido era frío, distante, pero ¿cruel hasta ese extremo? No estaba segura.
Con las sombras alargándose a medida que la noche avanzaba, Lysara decidió que era hora de seguir el rastro de esos rumores. No podía quedarse en Nippon cuando había tanto en juego. Si Adrian estaba detrás de todo esto, necesitaba verlo con sus propios ojos. Si no lo estaba, entonces debía descubrir quién había tomado ese poder y, más importante, por qué. Las historias sobre los territorios sagrados y las sangrientas advertencias resonaban en su mente.
Antes de partir, se aseguró de hablar con algunos de los vampiros de la ciudad. Aunque la mayoría de ellos prefería mantenerse en las sombras, algunos accedieron a compartir lo poco que sabían. Todos coincidían en que esos territorios estaban bajo un control absoluto, y que nadie, ni licántropos ni vampiros, osaba desafiarlos. Las guardianas eran rápidas y letales, y aunque algunos se habían atrevido a intentar enfrentarlas, nadie había sobrevivido para contar la historia.
Con esa información, Lysara decidió que su primera parada debía ser la frontera entre Nippon y el resto del mundo. Si las guardianas habían viajado sembrando el terror, debían haber dejado un rastro, un camino que pudiera seguir. Se preparó para lo que sería un largo y arduo viaje, pero no estaba dispuesta a retroceder.
Semanas Después, en las Fronteras de Nippon
El viaje a través de Nippon fue solitario y silencioso. Los bosques y montañas, que alguna vez habían sido verdes y vibrantes, ahora estaban marcados por la presencia de los licántropos. Las ciudades humanas que aún permanecían eran pequeñas fortalezas en medio de la nada, resistiendo el constante asedio de los salvajes. Pero Lysara sabía que su destino estaba mucho más allá.
Los primeros indicios de los territorios marcados por las guardianas llegaron en forma de rumores entre los pocos comerciantes que viajaban entre Nippon y el continente. Había historias de caminos manchados de sangre, de cuerpos desmembrados de licántropos encontrados a lo largo de las rutas. Cada uno de esos relatos reforzaba la idea de que las guardianas seguían activas, sembrando miedo y dejando una huella de destrucción a su paso.
"Dicen que esas mujeres no son humanas. Matan rápido, sin dudarlo, y desaparecen antes de que alguien pueda entender qué ocurrió. Nadie se atreve a viajar cerca de sus territorios", le explicó uno de los comerciantes a Lysara cuando se encontró con él en una de las aldeas más cercanas a la frontera.
"Ella sigue su propio camino", respondió otro. "No le importa si eres humano o vampiro, todos sienten el mismo miedo cuando ven las cabezas empaladas."
Lysara asimiló cada palabra, cada historia, y comenzó a trazar una ruta en su mente. A lo largo de los días, las piezas comenzaron a encajar. Aunque las historias eran vagas, había algo que conectaba esos lugares: todos estaban cerca de un territorio más allá del continente asiático. Cada historia parecía apuntar hacia el oeste, hacia las tierras que alguna vez habían sido el corazón del imperio vampírico en Europa.
La duda aún persistía en su mente. Si Adrian estaba detrás de todo esto, ¿por qué no había escuchado su nombre mencionado? Las guardianas podrían ser su creación, pero ¿por qué no dejaba más señales de su presencia?
Meses Después, en el Camino Hacia Europa
Lysara continuó su viaje, cruzando desiertos y mares, moviéndose a través de países que apenas recordaba de sus días antes del Sueño. Durante el trayecto, siguió encontrando rastros de las guardianas: más cabezas empaladas, más cuerpos de licántropos desmembrados. Pero los vampiros que se refugiaban en las ciudades más alejadas hablaban de ellas con reverencia y terror. "No es solo un aviso", le dijeron algunos. "Es una advertencia de que nadie, ni siquiera los nuestros, debe cruzar ciertas fronteras."
Lysara, cada vez más intrigada, se preguntaba si realmente estaba acercándose a Adrian. Aunque las guardianas parecían actuar en su nombre, todo lo que veía solo reforzaba la incertidumbre. Si Adrian era responsable, ¿por qué no había dejado ninguna pista directa? ¿Y por qué había elegido un método tan brutal para mantener el control?
Años Después, Cerca de las Fronteras de Europa
Finalmente, después de años de seguir el rastro, Lysara se encontró en los límites de un vasto territorio en Europa. Los rumores aquí eran mucho más nítidos, más consistentes. Los vampiros locales hablaban de un reino oscuro, un territorio sagrado que ni los vampiros ni los licántropos se atrevían a tocar. Las cabezas empaladas eran más numerosas aquí, y las historias de las guardianas eran más vívidas.
"Esas mujeres, ellas no matan por placer. Solo están cumpliendo con las órdenes del gran vampiro que controla este territorio. Es como si quisieran que todo el mundo supiera que ese lugar no debe ser tocado", le explicó un anciano vampiro en una ciudad oculta cerca de la frontera.
Lysara se detuvo por un momento, sintiendo el peso de cada palabra. Sabía que estaba cerca de descubrir la verdad. El rastro que había seguido desde Nippon la había llevado hasta aquí, hasta las puertas de un territorio que resonaba con poder y miedo.
Pero aún no estaba segura. A pesar de todo lo que había visto, no podía aceptar por completo que Adrian fuera capaz de tal crueldad. Sin embargo, las piezas seguían cayendo en su lugar, una tras otra. Su próximo paso sería crucial. Necesitaba entrar en ese territorio y descubrir, de una vez por todas, quién estaba detrás de las acciones de las guardianas.
Y si Adrian estaba involucrado… tendría que enfrentarlo. Aunque su corazón le doliera con solo pensarlo.