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Chapter 144 - Capítulo 141: Refugio en la Sombra

Año 2026, Terminando el Invierno, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros

El invierno comenzaba a disiparse lentamente en la frontera salvaje de los Alpes Bávaros. La nieve, que cubría las montañas y los bosques, empezaba a derretirse, dejando pequeños riachuelos que descendían por las laderas. La fortaleza de Adrian, en su imponente presencia, permanecía como un faro oscuro en medio de la vastedad nevada, vigilante y casi indiferente al paso del tiempo. Aunque los habitantes dentro de la fortaleza estaban seguros y protegidos, el mundo exterior estaba sumido en una desesperación palpable.

Con los siglos de guerra entre vampiros y licántropos inclinados en favor de los lobos, los pocos vampiros que quedaban fuera de los muros de la fortaleza de Adrian eran poco más que sombras. Familias vampíricas de generaciones muy posteriores, sin el poder ni la fortaleza de la nobleza que residía en la fortaleza, comenzaban a perder la esperanza. Los vampiros más allá de la séptima generación apenas podían mantener sus vidas; cazados sin piedad, se refugiaban en catacumbas, en antiguos túneles subterráneos o en las sombras de las grandes ciudades, donde la guerra contra los licántropos no les daba tregua.

La Larga Marcha Hacia el Refugio

A medida que las noticias de la caída de las ciudades vampíricas llegaban de forma fragmentada a la fortaleza de Adrian, también comenzaron a aparecer pequeños grupos de vampiros a las puertas del territorio, en busca de refugio. Desplazados, hambrientos y rotos por siglos de persecución, estos vampiros, muchos de ellos de generaciones inferiores, veían en la fortaleza un último santuario, aunque sabían que no serían recibidos con los brazos abiertos.

En las afueras de la fortaleza, las guardianas, siempre vigilantes, observaban cómo llegaban estos vampiros con la esperanza de obtener la protección de Adrian. Cada noche, la misma escena se repetía: grupos de vampiros de generaciones muy inferiores, de hasta la decimoctava o vigésima, aparecían a los bordes del territorio. Con cuerpos demacrados y miradas desesperadas, suplicaban ser aceptados en el santuario de los antiguos.

Clio y Lysandra, quienes conocían bien las normas estrictas de la fortaleza, sabían que esos vampiros no podían cruzar las puertas de su hogar. Para Adrian, Clio, Lysandra y las guardianas, esos seres no eran más que vampiros degenerados, descendientes de generaciones tan lejanas que su poder había disminuido drásticamente. Los vampiros que habían sido convertidos más allá de la séptima generación no eran dignos de ser considerados nobles. Aquellos de generaciones más bajas eran vistos como ciudadanos inferiores, vampiros que habían perdido la pureza de la sangre que definía la realeza y la fortaleza de las primeras generaciones.

Los Rechazados

Bajo el manto de las estrellas, las súplicas de esos vampiros caían en oídos sordos. Las guardianas, aunque feroces y disciplinadas, también eran implacables con aquellos que intentaban cruzar los límites de la fortaleza sin el derecho. Los vampiros que intentaban ingresar sin permiso eran rápidamente expulsados, y aunque no se les eliminaba, se les permitía deambular por el territorio circundante sin ser acogidos. Para ellos, vivir cerca de la fortaleza era lo más cercano que tenían a la protección.

Lysandra, siempre pragmática, supervisaba de cerca estas interacciones. A su lado, Clio mantenía una mirada fría, aunque a veces una sombra de compasión pasaba por sus ojos cuando veía lo degradados que estaban estos vampiros. Sin embargo, ninguna de ellas osaba cuestionar las decisiones de Adrian en cuanto a quién podía entrar o no en la fortaleza. La pureza de la sangre era sagrada, y permitir que estos vampiros inferiores ingresaran podría traer consigo la degradación de la misma esencia de su linaje.

Aquellos que lograban sobrevivir en los alrededores vivían como sombras, a merced de los licántropos que aún merodeaban las zonas más alejadas. Algunos, desesperados, intentaban formar pequeñas colonias de vampiros en las aldeas abandonadas cercanas, pero la mayoría terminaba siendo presa fácil de las manadas de lobos que patrullaban el mundo exterior.

La Mirada de Adrian

Adrian, siempre impasible ante los problemas del mundo exterior, observaba desde lo alto de su fortaleza. Valeria, su leal asistente, permanecía a su lado, siempre atenta a sus deseos. Su relación con Adrian era compleja: una mezcla de devoción ciega y una sutil necesidad de conectar con él de una manera más profunda, más emocional. Sin embargo, Adrian seguía siendo frío y distante, con su mente ocupada en otros pensamientos, alejado de las súplicas de los vampiros que se arrastraban por los alrededores de su fortaleza.

Para él, esos vampiros no eran más que fantasmas, recordatorios de un mundo que se desmoronaba fuera de los muros que había construido para protegerse y proteger a los suyos. Aunque era el vampiro más poderoso, no le importaba participar en la guerra que aún ardía en otras partes del mundo. En lugar de eso, simplemente esperaba, inmerso en su propio aislamiento, sin mostrar interés alguno en los acontecimientos del exterior. Lo único que realmente captaba su atención era la satisfacción que encontraba en las mujeres de la fortaleza, alimentándose de las sirvientas de alta calidad y encontrando placer en los cuerpos de aquellas que le servían fielmente.

La Fortaleza de las Sombras

Mientras tanto, la vida en la fortaleza continuaba. Las guardianas, con sus vestiduras elegantes cuando no estaban de servicio, continuaban entrenando y perfeccionando sus habilidades bajo la atenta mirada de Lysandra y Clio. Las vampiras de cuarta y quinta generación, que aún mantenían un estatus noble, servían con dedicación y respeto, sabiendo que la pureza de su sangre era lo que las distinguía de los vampiros inferiores que habían sido rechazados.

Las nuevas esclavas, seleccionadas de entre las mejores humanas, seguían siendo convertidas con moderación, manteniendo la exclusividad y el poder dentro de la fortaleza. Solo una de cada veinticinco humanas tenía el privilegio de ser convertida en vampira, una elección meticulosa que aseguraba que solo las más fuertes y valiosas ascendieran en la jerarquía. Mientras tanto, los humanos esclavos que residían en los alrededores de la fortaleza seguían siendo utilizados para tareas mundanas y como fuente de alimento.

Con el paso de los días, se hacía evidente que la resistencia vampírica en el resto del mundo se desmoronaba. Los licántropos, con su brutalidad y ferocidad, habían ganado una ventaja insuperable, y los pocos vampiros que quedaban seguían buscando refugio en lugares como la fortaleza de Adrian, aunque la mayoría sabía que la puerta de su santuario permanecía cerrada para ellos.

El Futuro Incierto

El tiempo continuaba su avance implacable, y la fortaleza seguía siendo un bastión de poder y oscuridad. Sin embargo, el futuro de los vampiros fuera de esos muros era cada vez más incierto. En las tierras lejanas, los licántropos dominaban casi sin oposición, y aquellos vampiros que sobrevivían lo hacían solo porque podían esconderse mejor que ser cazados.

Adrian, Clio y Lysandra mantenían su reino intacto, pero sabían que eran una rareza en un mundo en el que el linaje vampírico se extinguía lentamente. La fortaleza, aunque fuerte, era solo un refugio temporal en un mundo que se desmoronaba a su alrededor.