Año 2056, Starnberg, Baviera, Alemania
Parte I: El Refugio en Starnberg
El ocaso cubría el cielo de Starnberg con tonos rojizos, mientras las primeras estrellas empezaban a brillar en el horizonte. El lago de Starnberg, sereno y profundo, reflejaba las luces de la ciudad como si fuera un espejo que escondía secretos mucho más oscuros. A simple vista, la ciudad parecía un tranquilo refugio bávaro, un destino para aquellos que buscaban escapar del ajetreo de Múnich. Pero bajo la superficie de sus calles y mansiones, Starnberg ocultaba una red cada vez más amplia de vampiros que habían logrado integrarse en la vida cotidiana de los humanos.
Todo había comenzado dos décadas antes, cuando los vampiros que no eran admitidos en la fortaleza de Adrian buscaron refugio en las ciudades más cercanas. En lugar de exiliarse al mundo sin ley, decidieron asentarse en Starnberg, bajo la sombra de la fortaleza, confiando en que la presencia de Adrian y sus guardianas mantendría a raya a los licántropos.
El proceso fue lento, discreto, pero eficiente. Los primeros vampiros que llegaron no buscaban poder ni gloria. Solo querían seguridad, un lugar donde los licántropos no pudieran alcanzarlos. Starnberg, con su proximidad a los Alpes y su tamaño manejable, se convirtió en ese refugio ideal. Las primeras noches, los vampiros se escondieron en edificios abandonados y casas vacías, evitando cualquier interacción con los humanos. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que necesitarían integrarse de alguna manera para sobrevivir a largo plazo.
Fue entonces cuando los más astutos entre ellos tomaron la iniciativa de comenzar pequeños negocios. Lo hicieron con cuidado y paciencia, invirtiendo en tiendas locales y pequeños restaurantes. Al principio, todo parecía modesto, insignificante. Pero detrás de esas fachadas de normalidad, los vampiros acumulaban riqueza y poder. Usando su capacidad para manipular mentes y su gran experiencia acumulada en siglos de vida, poco a poco fueron infiltrándose en la estructura económica de la ciudad.
A medida que su influencia crecía, los vampiros comenzaron a coordinarse. Se organizaron en células, cada una con un propósito específico: unos controlaban las finanzas, otros los negocios de la ciudad, y algunos se dedicaban a asegurar que la llegada de nuevos vampiros fuera discreta. La red que formaron se extendió lentamente, pero de manera efectiva, permitiendo que, en cuestión de años, controlaran gran parte de la economía local sin que los humanos tuvieran la menor idea de lo que ocurría en las sombras.
Uno de los mayores logros fue la creación de un banco local, aparentemente inofensivo, pero en realidad dirigido completamente por vampiros. Este banco no solo servía para lavar dinero o facilitar las transacciones de sus negocios, sino que también se convirtió en una herramienta para acumular riqueza a largo plazo, algo que les permitió financiar otras operaciones más arriesgadas y protegerse en caso de cualquier eventualidad. El dinero fluía, permitiendo que los vampiros en Starnberg vivieran con relativa comodidad, lejos de la persecución de los licántropos.
Mientras tanto, la vida humana en Starnberg continuaba como de costumbre. Los habitantes no sospechaban nada. Solo algunos individuos observaban, con recelo, cómo ciertos negocios crecían de manera inexplicable o cómo algunas personas parecían casi eternas, sin mostrar signos de envejecimiento a lo largo de los años. Pero estas sospechas nunca llegaban a más, ya que cualquier intento de descubrir algo más profundo era hábilmente bloqueado por los vampiros que manejaban la ciudad desde las sombras.
La relación entre los vampiros y los humanos de Starnberg era sutil, una danza silenciosa donde los primeros se aseguraban de no llamar demasiado la atención mientras se beneficiaban del sistema humano. Los vampiros no solo se infiltraron en la economía, sino también en la política local. En reuniones secretas, apoyaban a ciertos políticos y funcionarios que, sin saberlo, les devolvían favores asegurándose de que ciertas investigaciones se pasaran por alto o que las regulaciones locales favorecieran a sus negocios.
Los vampiros más antiguos, aquellos que habían vivido a lo largo de siglos, sabían que el secreto era clave para su supervivencia. Ya no podían permitirse el lujo de ser descubiertos como en los tiempos antiguos. Sabían que en este nuevo mundo, dominado por la tecnología y la información, un solo error podría desmoronar todo lo que habían construido.
Con el tiempo, las mansiones de Starnberg, ocultas tras altos muros de piedra y vigiladas por sistemas de seguridad que parecían normales, se convirtieron en los lugares de reunión para los vampiros más poderosos de la región. Allí, en el silencio de la noche, se discutían los planes para el futuro. Algunos proponían expandir su influencia más allá de Starnberg, quizás hacia Múnich o incluso más lejos, mientras que otros abogaban por mantener un perfil bajo y consolidar su poder en la ciudad. Las discusiones eran largas, pero siempre respetuosas, conscientes de que un enfrentamiento interno podría destruir lo que tanto esfuerzo les había costado construir.
No todos los vampiros en Starnberg estaban de acuerdo con esta vida tranquila y oculta. Algunos, especialmente los más jóvenes, anhelaban la gloria y el poder de los antiguos días. Deseaban expandir su influencia, formar ejércitos y enfrentarse a los licántropos en una guerra abierta. Pero los más antiguos, aquellos que habían presenciado la caída de imperios y la destrucción de clanes vampíricos, sabían que esa no era la solución. Los tiempos habían cambiado, y la supervivencia ya no dependía del poder militar, sino de la discreción y el control silencioso.
En medio de este equilibrio frágil, Starnberg continuaba prosperando. Los vampiros que habían llegado buscando refugio encontraron un hogar, un lugar donde podían existir sin el miedo constante a ser cazados. Sin embargo, sabían que su refugio no duraría para siempre. Con el tiempo, los licántropos descubrirían lo que había sucedido en la ciudad, y cuando eso ocurriera, tendrían que estar preparados.
Las guardianas de Adrian patrullaban los límites de la región, asegurándose de que ningún licántropo cruzara las fronteras. Cada vez que un grupo, grande o pequeño, intentaba infiltrarse, era rápidamente aniquilado antes de que siquiera llegara a acercarse a las aldeas humanas o a los vampiros de Starnberg. Este sistema de protección funcionaba a la perfección, pero los vampiros sabían que no podían depender de ello para siempre.
Algunos vampiros más ambiciosos comenzaron a planear estrategias a largo plazo. Sabían que, si los licántropos decidían atacar en masa, no podrían depender únicamente de la protección de Adrian. Comenzaron a formar sus propios grupos de defensa, pequeñas células de vampiros entrenados en el combate que podrían movilizarse rápidamente en caso de una invasión. Estos grupos, aunque pequeños, representaban la primera línea de defensa en caso de que la situación empeorara.
Mientras tanto, la vida continuaba. Los vampiros asistían a reuniones secretas, discutían estrategias económicas y políticas, y vigilaban de cerca cualquier signo de actividad licántropa en las cercanías. Sabían que el futuro era incierto, pero también estaban decididos a no repetir los errores del pasado. Starnberg era su hogar ahora, y harían todo lo posible por protegerlo, aunque eso significara enfrentarse nuevamente a la oscuridad que los había perseguido durante siglos.
Parte II: La Expansión Silenciosa
Con el paso de los años, Starnberg se había convertido en algo más que un refugio para los vampiros. A pesar de su naturaleza secreta, la ciudad se había transformado en un centro de poder económico y político, manejado desde las sombras por los no-muertos que allí residían. No obstante, la expansión de esta red de vampiros no fue accidental. Era el resultado de un cuidadoso y meticuloso plan dirigido por algunos de los vampiros más antiguos y astutos de la región, quienes comprendieron la importancia de controlar los recursos para asegurar su supervivencia.
En las primeras décadas, los vampiros en Starnberg se limitaron a consolidar su poder dentro de la ciudad, influyendo en negocios locales, comprando propiedades clave y utilizando su longevidad para construir fortunas que los humanos no podían ni imaginar. Sin embargo, hacia finales de la década de 2040, comenzaron a expandirse hacia otras ciudades cercanas, en un intento de replicar el éxito de Starnberg en otras áreas.
Múnich, la capital de Baviera, era un objetivo natural. Los vampiros sabían que, con el tiempo, la expansión hacia una ciudad tan grande y vibrante sería inevitable. No obstante, a diferencia de Starnberg, donde pudieron infiltrarse lentamente y sin levantar sospechas, Múnich era un reto mucho mayor. No solo había más humanos que podrían descubrir su verdadera naturaleza, sino que también existía una vigilancia más estricta por parte de las autoridades.
Los primeros intentos de establecerse en Múnich fueron difíciles, pero no imposibles. Los vampiros más hábiles en el arte de la manipulación fueron enviados para abrir camino. Se infiltraron en las élites políticas y económicas de la ciudad, presentándose como empresarios influyentes o mecenas de las artes. Poco a poco, comenzaron a adquirir propiedades, a financiar proyectos culturales y a formar alianzas estratégicas con figuras clave. Era un juego de paciencia, en el que cada movimiento estaba cuidadosamente calculado para evitar cualquier sospecha.
Los vampiros más jóvenes, aquellos que aún no habían experimentado el caos de los siglos anteriores, se mostraban impacientes. Querían expandirse rápidamente, tomar el control de las ciudades de una vez por todas y enfrentarse abiertamente a los licántropos. Sin embargo, los más viejos sabían que la clave de su éxito era la discreción. Después de todo, la mayor fortaleza de los vampiros era su capacidad para esconderse a plena vista, para existir entre los humanos sin que estos se dieran cuenta.
Mientras Múnich comenzaba a caer lentamente bajo su influencia, otras ciudades bávaras, como Garmisch-Partenkirchen y Rosenheim, se convirtieron en los nuevos objetivos de los vampiros. Estas ciudades más pequeñas, aunque no tan ricas ni influyentes como Múnich, ofrecían refugios estratégicos para aquellos que no deseaban involucrarse en la vida urbana de una metrópolis. Allí, lejos del bullicio de la capital, los vampiros podían establecer enclaves secretos, escondidos entre las montañas y los bosques de Baviera.
Al igual que en Starnberg, los vampiros que se asentaban en estas ciudades lo hacían con un plan bien definido. Creaban empresas, adquirían propiedades y formaban alianzas con los humanos locales, sin revelar nunca su verdadera naturaleza. Estos asentamientos vampíricos crecieron de manera orgánica, siempre manteniendo un perfil bajo y asegurándose de que ningún humano tuviera razones para investigar demasiado.
Sin embargo, no todo era paz en este nuevo mundo vampírico. Los licántropos, aunque mantenidos a raya por las guardianas de Adrian en la frontera salvaje de los Alpes Bávaros, comenzaban a organizarse en otras partes del mundo. Los informes que llegaban de vampiros exiliados y errantes hablaban de un resurgimiento de la violencia licántropa en regiones como Europa del Este, Asia y América del Sur. Aunque la fortaleza de Adrian seguía siendo una barrera impenetrable, otros clanes vampíricos en el resto del mundo no tenían tanta suerte.
En Europa del Este, los licántropos habían aniquilado prácticamente todos los asentamientos vampíricos. Los pocos vampiros que quedaban en esa región vivían escondidos, temiendo ser descubiertos. Los refugios subterráneos y las catacumbas se habían convertido en su hogar, pero incluso allí no estaban completamente a salvo. Los licántropos, con su capacidad para moverse tanto de día como de noche, tenían una ventaja estratégica. Los vampiros más jóvenes, aquellos que no tenían la experiencia de los más antiguos, caían fácilmente en sus trampas.
Asia tampoco ofrecía mejores perspectivas. Después de la destrucción de Nippon y la desaparición de Lysara, los vampiros que habían intentado establecerse en esas tierras se enfrentaron a una resistencia feroz. Los licántropos, organizados en manadas salvajes, se habían apoderado de vastas áreas, forzando a los vampiros a huir o morir. Las historias de las masacres eran cada vez más comunes, y muchos vampiros se preguntaban si alguna vez podrían recuperar el control de esas regiones.
En América del Sur, la situación era igualmente desesperada. Las selvas y montañas, que antes ofrecían refugios naturales para los vampiros, se habían convertido en trampas mortales. Los licántropos, adaptados a ese terreno inhóspito, cazaban a los vampiros sin piedad. Incluso en las grandes ciudades, donde los vampiros intentaban ocultarse entre la población humana, los licántropos seguían encontrándolos. Las noches en ciudades como São Paulo y Bogotá eran un campo de caza constante.
La única región que parecía resistir, además de los territorios bajo el dominio de Adrian, era América del Norte. Los vampiros allí, muchos de los cuales habían llegado tras la devastación de Europa y Asia, habían logrado integrarse de manera efectiva en la sociedad humana. En ciudades como Nueva York y Los Ángeles, los vampiros habían encontrado maneras de coexistir con los humanos, utilizando su riqueza y poder para mantenerse escondidos. Sin embargo, incluso allí, los licántropos no estaban completamente ausentes. De vez en cuando, se escuchaban rumores de enfrentamientos en las afueras de las ciudades, aunque en menor escala.
En este contexto global de caos y destrucción, Starnberg y las ciudades cercanas bajo la sombra de la fortaleza de Adrian se mantenían como uno de los pocos lugares verdaderamente seguros para los vampiros. Esto no solo se debía a la influencia de los vampiros en la política y la economía local, sino también a la presencia constante y letal de las guardianas, quienes se aseguraban de que ningún licántropo pusiera un pie en el territorio de Adrian sin pagar un alto precio.
A pesar de la aparente seguridad, los vampiros en Starnberg sabían que no podían bajar la guardia. Aunque los licántropos no habían logrado penetrar el territorio en años, había señales de que estaban comenzando a organizarse en otras partes de Europa. El mundo vampírico estaba en crisis, y si los licántropos decidían concentrar su ataque en Baviera, incluso las guardianas de Adrian podrían verse abrumadas.
En respuesta a esta amenaza, los vampiros más poderosos de Starnberg comenzaron a reforzar sus defensas. En secreto, entrenaban a los vampiros más jóvenes en el arte del combate, preparándolos para la posibilidad de una guerra abierta. Además, comenzaron a crear alianzas con otros vampiros en América y otras partes de Europa, con la esperanza de formar una red global que pudiera resistir el avance de los licántropos.
Starnberg, aunque protegido y aparentemente seguro, era un lugar en tensión. Los vampiros caminaban por sus calles sabiendo que, aunque habían logrado escapar del caos que consumía el resto del mundo, la paz no duraría para siempre. Las sombras estaban en constante movimiento, y el futuro se vislumbraba incierto.