Año 2025, Invierno Tardío, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
El invierno cubría los Alpes con su manto helado. Dentro de la fortaleza, la vida continuaba en su rutina constante, pero la inminencia del ataque contra los licántropos impregnaba el ambiente con una tensión inquebrantable. Mientras las guardianas entrenaban, las preparaciones estratégicas se afinaban y el silencio de la espera se extendía por los pasillos.
Lysandra y las Preparaciones
En la sala de planificación, Lysandra estaba absorta revisando mapas detallados del territorio circundante. Sabía que el pueblo que se aproximaba a destruir no solo estaba plagado de licántropos, sino que era una fortaleza en construcción para la resistencia licántropa. El hecho de que se estuvieran organizando tan cerca de la frontera era algo que no podía ser permitido. Los informes traídos por las patrullas confirmaban que los licántropos se habían concentrado en gran número, lo que indicaba que una batalla sangrienta se avecinaba.
Las guardianas de tercera generación se movían entre los patios y las salas de armas, afilando espadas y preparando las armas que Lysandra y Clio habían diseñado específicamente para la caza de licántropos. La plata relucía bajo las luces de las antorchas, y las armaduras, creadas para resistir la brutalidad licántropa, se ajustaban con precisión a cada guardiana.
El Orden de las Generaciones
Lysandra mantenía un control firme sobre la jerarquía en la fortaleza, recordando la importancia de la pureza de la sangre vampírica. Las guardianas, seleccionadas por su poder y lealtad, pertenecían a la tercera generación, descendientes directas de vampiros convertidos por aquellos de la segunda generación, como Clio y Lysandra. Las sirvientas de cuarta generación, encargadas de tareas más delicadas y de la conversión de las nuevas esclavas, eran vitales en la estructura. Su conversión había sido minuciosamente planeada por Lysandra, asegurando que no se diluyera la esencia de los vampiros originales.
Las esclavas que serían convertidas durante el ataque pertenecían a la quinta generación, la más baja en la escala de poder. Si bien serían más fuertes que cualquier humano, su lugar en la jerarquía vampírica estaba asegurado desde el primer momento: servir, nunca desafiar.
El poder de un vampiro dependía directamente de cuán cerca estuviera de la primera generación, con Adrian como el punto de origen. Aunque Adrian no era consciente de ser el primero de todos los vampiros, su naturaleza lo hacía incomparablemente más fuerte que cualquier otro. A medida que la sangre se diluía en cada nueva generación, también lo hacía el poder. Este principio mantenía el orden en la fortaleza y garantizaba que las generaciones más jóvenes nunca superaran a sus ancestros.
Adrian en la Fortaleza
Adrian, como siempre, permanecía distante de los asuntos tácticos. Aunque su poder superaba al de todos, no tenía interés en los detalles del control de la región ni en la expansión de su dominio. Su naturaleza fría y solitaria lo mantenía al margen, observando cómo el tiempo pasaba, mientras se entregaba a los placeres carnales que ofrecían Clio, Lysandra, y las sirvientas de alta calidad que lo rodeaban. Se alimentaba de las sirvientas humanas, utilizando sus cuerpos no solo para satisfacer su hambre, sino también sus deseos más oscuros.
Entre las sirvientas humanas, solo las seleccionadas por su pureza de sangre y sumisión eran permitidas en la cama de Adrian. Las sirvientas de calidad eran un lujo reservado para él, y aunque algunas eran inmortales, la mayoría de las humanas servían no solo como fuente de sustento, sino también como un medio para sus indulgencias.
El ambiente en la fortaleza, pese a su aparente calma, estaba impregnado de una constante sensación de urgencia. Adrian, desde su trono oscuro en el salón principal, miraba impasible los preparativos. Las sirvientas entraban y salían de la sala en silencio, atendiendo sus deseos sin cuestionamientos, sabiendo que su lealtad les aseguraba una existencia segura y longeva.
Las Discusiones Tácticas
En la sala del consejo, Lysandra y Clio discutían los detalles del ataque con las guardianas más experimentadas. Sabían que el pueblo que debían atacar se había convertido en un bastión de licántropos, y eso implicaba un desafío que exigía una estrategia impecable.
—Nos enfrentaremos a más resistencia de la esperada —dijo Lysandra, trazando el contorno del pueblo con el dedo sobre el mapa—. Necesitamos asegurarnos de que no quede nadie con vida, salvo las mujeres que podamos convertir.
Clio, observando el mapa, asintió. —Las llevaremos a la fortaleza una vez que el pueblo caiga. Pero asegúrate de que la sirvienta de cuarta generación que asignemos esté lista para convertirlas. No quiero errores. La conversión debe ser perfecta, rápida y precisa.
—Lo estará —respondió Lysandra, con un tono seguro—. No podemos permitir que las generaciones se diluyan por una conversión apresurada o mal hecha.
El proceso de conversión, especialmente en tiempos de guerra, era un ritual que exigía perfección. La sirvienta de cuarta generación asignada a convertir a las nuevas esclavas era crucial en este sentido. Convertir a humanos en vampiros sin la preparación adecuada resultaba en vampiros inestables, carentes de control y peligrosos para todos en la fortaleza.
Preparaciones para la Batalla
Mientras Lysandra y Clio ultimaban los detalles, las guardianas practicaban con sus espadas de plata, preparándose para la lucha que se avecinaba. En cada golpe y movimiento se reflejaban siglos de entrenamiento y perfección en combate. Las guardianas no solo eran expertas en el uso de armas, sino que también comprendían la mente de los licántropos. Sabían que la batalla no sería solo física, sino también psicológica.
Las sirvientas se aseguraban de que las armas y armaduras estuvieran en perfecto estado, sabiendo que cualquier error, por mínimo que fuera, podría significar la diferencia entre la vida y la muerte en el campo de batalla. La preparación era meticulosa, y la expectativa de la sangre que se derramaría pronto era palpable en el aire.
El Silencio Antes del Ataque
La noche caía rápidamente, envolviendo la fortaleza en una oscuridad que solo acentuaba la tensión del ambiente. Las patrullas habían regresado con informes finales: los licántropos estaban concentrados en el pueblo, listos para defenderlo. Sin embargo, ninguno de ellos estaba preparado para lo que les esperaba.
Lysandra, mientras observaba la fortaleza desde una de las torres, sentía el frío viento en su piel, pero no le importaba. Solo podía pensar en la masacre que estaba por venir, en la sangre que pronto cubriría las tierras bajo sus pies. Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel.
—Mañana —susurró para sí misma—. Mañana todos ellos morirán.
Y así, con las preparaciones completas y las guardianas listas para la batalla, la fortaleza aguardaba el momento en que la sangre de los licántropos inundaría las tierras.