Año 2025, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
La fortaleza se alzaba imponente, su silueta oscura contrastando con el cielo gris de los Alpes. Aún empapada de sangre y exhausta por la reciente batalla, Lysandra no permitía que la fatiga la detuviera. Los licántropos que merodeaban los alrededores representaban una amenaza constante, y su deseo de ver la fortaleza limpia de esa inmundicia la impulsaba. El siguiente paso era claro: limpiar los alrededores de cualquier rastro de aquellos que osaran acercarse demasiado.
Una Decisión Determinada
Lysandra se dirigió hacia el salón principal, donde Clio la esperaba. Ambas compartían una relación que iba más allá de la camaradería en la batalla; eran aliadas y rivales en su lucha por el afecto y la atención de Adrian, el enigmático y despiadado señor de la fortaleza. Sin embargo, en este momento, la misión de eliminar a los licántropos era la prioridad.
Clio, siempre calculadora y observadora, vio la determinación en el rostro de Lysandra y esbozó una sonrisa ladina.
— ¿Te propones eliminar a cada criatura que ronde nuestras tierras? —preguntó, aunque la respuesta ya era evidente.
— Hasta que el último de ellos caiga bajo mi espada —respondió Lysandra con una frialdad que solo una guerrera de siglos podía tener—. No dejaré que se acerquen ni a un kilómetro de nuestra fortaleza.
Clio asintió, sus ojos destellando con una mezcla de admiración y lujuria. La violencia de Lysandra siempre la había atraído, pero ambas sabían que compartían algo más profundo: Adrian. Ese hombre cuyo poder sobrepasaba la comprensión, frío en la guerra, pero terriblemente apasionado en sus momentos más íntimos.
— Entonces será mejor que preparemos a las guardianas —dijo Clio, acercándose para quedar frente a Lysandra. Sus ojos se encontraron en una breve tensión, y Clio susurró—: Pero recuerda, querida, Adrian siempre observa.
Preparativos para la Purga
Esa misma noche, las guardianas se reunieron en el salón de entrenamiento, donde Lysandra y Clio, armadas y listas, las instruían. Las guerreras de la tercera generación habían sido entrenadas por ambas, y su ferocidad solo era igualada por su lealtad. Eran expertas en combate, formadas para resistir a cualquier enemigo que intentara vulnerar las defensas de la fortaleza. Cada una de ellas era un arma viviente, tan letal como las espadas y lanzas que llevaban consigo.
— Vamos a realizar una purga —declaró Lysandra con una voz clara y fuerte, mientras sus ojos se movían entre las guerreras—. Los licántropos han osado acercarse a nuestras tierras, y nos corresponde a nosotras recordarles quién domina este territorio.
Las guardianas respondieron con asentimientos silenciosos. No había necesidad de palabras. Sabían que esta era una orden de muerte. La sangre mancharía la nieve una vez más.
Sangre en la Nieve
Horas más tarde, la expedición salió de la fortaleza, una sombra de muerte que se movía con sigilo a través de los bosques cubiertos de nieve. Lysandra y Clio lideraban el grupo, sus movimientos elegantes pero mortales. Las guardianas, expertas en tácticas de emboscada, seguían de cerca, sus armas listas para desatar la destrucción.
El primer encuentro fue brutal. Un pequeño grupo de licántropos, mal preparados y desprevenidos, fue reducido a una carnicería sangrienta. Lysandra no dio ninguna tregua. Su espada cortaba carne y hueso con una precisión quirúrgica. Uno de los licántropos intentó transformarse en su forma bestial para ganar ventaja, pero antes de que pudiera completar su metamorfosis, Lysandra lo decapitó de un solo tajo, disfrutando del chorro de sangre que tiñó el blanco de la nieve.
Clio, siempre más elegante en sus métodos, atravesaba a sus enemigos con lanzas de plata, moviéndose con una gracia casi danzante mientras esquivaba garras y colmillos. A su lado, las guardianas ejecutaban su entrenamiento con una precisión implacable, desgarrando carne y destruyendo cualquier esperanza de resistencia por parte de los licántropos.
El escenario se volvió un espectáculo grotesco, con cuerpos desmembrados y cabezas rodando por el suelo. La nieve, antes pura, ahora era una alfombra escarlata de violencia y muerte. Los licántropos no tuvieron oportunidad. Cada ataque fue respondido con una brutalidad despiadada, una fuerza que les recordaba la absoluta superioridad de los vampiros.
El Regreso a la Fortaleza
Cuando regresaron a la fortaleza, cubiertas de la sangre de sus enemigos, Lysandra y Clio se miraron, sabiendo que la batalla había sido solo una advertencia. Los licántropos sabían ahora que su territorio no estaba seguro, y que cualquier intento de acercarse significaría su fin. Las guardianas, aunque extenuadas, mostraban orgullo en sus rostros. Habían cumplido con su deber, y la fortaleza estaba protegida.
Al entrar, Lysandra se dirigió directamente hacia la sala de Adrian. Sabía que él estaría esperándola, observando, siempre el señor distante pero involucrado en cada aspecto de su mundo. Cuando abrió la puerta, lo encontró reclinado en su trono, sus ojos oscuros fijos en ella.
— Has hecho un buen trabajo —dijo Adrian con esa voz profunda que siempre lograba provocarle escalofríos.
Lysandra, aún con la adrenalina del combate en sus venas, se acercó lentamente. Sabía lo que vendría, y aunque su relación con Adrian siempre estaba teñida de poder, también estaba cargada de deseo.
Adrian, aunque frío y distante en la guerra, era completamente diferente en estos momentos. Lysandra se arrodilló ante él, sus labios curvándose en una sonrisa mientras sus ojos brillaban con una mezcla de respeto y deseo.
— Te he dado lo que querías, mi señor —susurró, dejando que el tono sensual de su voz llenara el aire pesado de la habitación.
Adrian la observó en silencio por un momento, antes de inclinarse hacia ella y acariciar su cabello con un toque posesivo.
— Y te recompensaré debidamente —murmuró, su voz una promesa de placeres oscuros.
El Frágil Equilibrio de Poder y Deseo
Mientras Lysandra y Adrian se perdían en ese intercambio de poder y pasión, Clio, que había observado desde las sombras, sintió esa chispa de celos que siempre la consumía en estos momentos. Sabía que Adrian compartía su lecho tanto con ella como con Lysandra, pero la competencia por su favor era constante, una danza peligrosa de deseo, poder y sumisión.
Esa noche, la fortaleza no solo estaba bañada en la sangre de los licántropos. También se llenaba de las sombras del deseo y la lujuria, un recordatorio de que, aunque Adrian pudiera ser frío en la batalla, su fuego interior ardía intensamente cuando se trataba de las mujeres que lo acompañaban.
Mientras la guerra contra los licántropos continuaba, el equilibrio en la fortaleza se mantenía en un delicado hilo, una mezcla de violencia externa y pasiones internas que alimentaban tanto el poder como el peligro que acechaba en cada esquina.