Año 2025, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
El viento helado soplaba con furia mientras la nieve caía en ráfagas, cubriendo el paisaje con un manto blanco que parecía borrar cualquier vestigio de vida. Pero para los habitantes de la fortaleza, la quietud de los Alpes solo era una fachada, una breve tregua antes de la próxima caza. Lysandra había tomado la decisión de limpiar todos los alrededores de la fortaleza de cualquier rastro de licántropos, y nada la detendría hasta lograrlo.
Los preparativos eran meticulosos. Las guardianas, siempre eficientes y disciplinadas, revisaban sus armas y afinaban sus instintos. El aire dentro de la fortaleza vibraba con una sensación de propósito y violencia latente. Cada detalle era calculado, cada movimiento planeado, porque en la guerra que habían desatado, no había lugar para errores.
El Consejo de Guerra
Lysandra se encontraba en la sala de estrategia junto a Clio y Adrian. Sobre la mesa de piedra se extendía un detallado mapa de la región, en el que los puntos rojos marcaban las ubicaciones donde las patrullas habían detectado actividad licántropa. El plan era claro: erradicar cualquier amenaza antes de que pudiera acercarse a los muros de la fortaleza.
—Han estado merodeando en los pueblos del valle —informó Clio, señalando varias áreas en el mapa—. Están organizando pequeños ataques, pero hasta ahora no han formado un frente sólido.
Lysandra, con la mirada fija en el mapa, asintió. Su mente trabajaba a una velocidad increíble, visualizando cada posible escenario de combate.
—Nos moveremos en tres frentes —dijo con voz firme—. Dividiremos nuestras fuerzas y los atacaremos en sus refugios antes de que puedan reagruparse. No quiero que quede ni uno solo vivo.
Adrian, observando desde su trono, sonrió levemente, un gesto casi imperceptible en su rostro eternamente imperturbable. Su presencia en la sala era como una sombra que lo envolvía todo, y aunque rara vez hablaba, sus decisiones eran definitivas. Las mujeres que lo acompañaban lo conocían bien. Sabían que sus órdenes no necesitaban ser pronunciadas; estaban inscritas en cada uno de sus movimientos.
—Hazlo —fue todo lo que dijo, sus ojos oscuros fijos en Lysandra, quien respondió con una reverencia mínima antes de girarse para dar las últimas instrucciones a las guardianas.
La Caza Comienza
La primera luz del amanecer apenas se insinuaba en el horizonte cuando Lysandra lideró la primera ofensiva. El grupo se movía como sombras entre los árboles cubiertos de nieve, sin hacer el más mínimo ruido. Las guardianas, entrenadas para cazar en el silencio absoluto de la noche, se deslizaban con una gracia mortal, sus ojos brillando con un hambre insaciable.
El primer campamento que encontraron era pequeño, un refugio temporal que los licántropos habían construido cerca de un arroyo congelado. Desde la distancia, Lysandra observó el humo débil de la fogata y las figuras humanas, que apenas eran visibles en la penumbra. No hubo palabras de advertencia, ni gritos de batalla. Solo el crujido imperceptible de la nieve bajo los pies de las guardianas mientras avanzaban.
Lysandra fue la primera en atacar. Su espada, afilada como un rayo, cortó el aire con un silbido y encontró carne licántropa con una precisión brutal. El primer licántropo apenas tuvo tiempo de emitir un gruñido antes de que su cabeza rodara por el suelo, dejando un rastro de sangre oscura que se mezcló con la nieve. Las guardianas siguieron su ejemplo, desatando una masacre silenciosa y eficiente.
Las criaturas, atrapadas entre la sorpresa y su transformación parcial, intentaron defenderse, pero no tenían oportunidad. Clio, moviéndose como una sombra letal, atravesó el pecho de uno de ellos con una lanza de plata, su rostro imperturbable mientras observaba la vida desvanecerse en los ojos de la bestia.
Una de las guardianas, Dione, arrancó el brazo de un licántropo que había intentado emboscarla. El sonido de los huesos al romperse resonó en el aire, seguido por un grito ahogado. Dione lo derribó al suelo con una sonrisa cruel antes de aplastar su cráneo con el talón de su bota, el crujido grotesco de hueso contra nieve compactada llenando el silencio mortal que rodeaba el campo de batalla.
Lysandra, bañada en la sangre de sus enemigos, avanzaba sin detenerse. Su espada cortaba en una danza de muerte, su cuerpo completamente entregado a la violencia. En un momento, se encontró cara a cara con uno de los licántropos más grandes, un alfa que rugía de furia mientras se lanzaba contra ella. Lysandra lo esquivó con una elegancia brutal, y en un movimiento fluido, atravesó su pecho con su espada, hundiéndola profundamente hasta sentir el chasquido del corazón destrozado.
El Precio de la Victoria
La masacre fue rápida y decisiva. El campamento quedó reducido a un montón de cuerpos destrozados, sus miembros diseminados por la nieve como si fueran juguetes rotos. No hubo supervivientes, ni rastro alguno de misericordia.
Cuando todo terminó, Lysandra respiraba con fuerza, la adrenalina aún bombeando en sus venas. Se quedó en el centro del campamento, observando los restos de la batalla con una mirada impasible. Este era el precio de la victoria, y lo aceptaba sin dudar.
Clio se acercó a ella, su rostro sin expresión pero sus ojos brillando con satisfacción.
—Están debilitados —dijo, mientras limpiaba la sangre de su lanza—. No podrán contraatacar después de esto.
—No lo harán —respondió Lysandra, sin apartar la vista del cadáver de un licántropo a sus pies—. Y si lo intentan, no habrá lugar en este mundo donde puedan esconderse de nosotras.
El Regreso a la Fortaleza
El camino de vuelta a la fortaleza fue silencioso, pero cargado de una sensación de triunfo. El aire frío parecía más liviano, y aunque sus cuerpos estaban cubiertos de sangre, las guardianas caminaban con la cabeza en alto, conscientes de que su misión había sido un éxito absoluto.
Al llegar, la fortaleza se alzó como un faro oscuro, un recordatorio de su poder y supremacía en esos territorios salvajes. Las guardianas se dispersaron, algunas para descansar y otras para continuar con sus deberes. Pero Lysandra no descansaba. Sabía que la guerra aún no había terminado, y que siempre habría más enemigos esperando en la oscuridad.
Esa misma noche, Lysandra fue a los aposentos de Adrian. Sabía que él la estaría esperando. Lo encontró de pie frente a una ventana, su figura alta y sombría proyectando una sombra alargada en la habitación.
—Todo ha sido hecho, tal como lo ordenaste —informó Lysandra, sin dejar de observarlo.
Adrian giró levemente su cabeza, sus ojos oscuros fijos en ella. No había necesidad de palabras; la conexión entre ellos era más fuerte que cualquier declaración verbal. Lysandra, con el cuerpo aún empapado de sangre, dio un paso hacia él, y en un movimiento suave, Adrian la tomó entre sus brazos, sus manos firmes recorriendo su cuerpo.
No había ternura en su toque, pero sí una pasión oscura y voraz, una que reflejaba la naturaleza misma de Adrian: frío y distante ante el mundo, pero implacable en su deseo.
Esa noche, mientras la fortaleza dormía y el silencio de la muerte rondaba los alrededores, Adrian, Lysandra y Clio se entregaron a sus pasiones con una intensidad que solo los inmortales podían comprender. En esa unión, sellaban su poder, su control absoluto sobre la vida y la muerte, y el lazo indestructible que los mantenía unidos en la oscuridad.
Un Futuro Incierto
A medida que las semanas pasaban, la fortaleza se consolidaba como un bastión impenetrable, rodeada por tierras ahora limpias de cualquier rastro licántropo. Pero Lysandra sabía que la calma era solo temporal. Siempre había más amenazas, más batallas por librar. Y mientras los licántropos huían de su poder, nuevas fuerzas, más oscuras y peligrosas, se cernían sobre el horizonte.
La guerra continuaría, pero dentro de la fortaleza, Adrian, Lysandra y Clio seguirían dominando, amándose y destruyendo en igual medida. El mundo exterior temblaría ante su poder, mientras ellos se movían en las sombras, invencibles e implacables.