Año 2025, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
La nieve seguía cayendo sobre la fortaleza, cubriendo el paisaje en un manto blanco, como si el mundo intentara ocultar los horrores que se habían desatado en la noche anterior. Sin embargo, dentro de los muros de piedra, no había tregua ni para los vivos ni para los muertos. La sangre derramada durante la batalla en Schönberg aún empapaba las armas de las guardianas, y el aire cargado de adrenalina se mantenía denso. A pesar de la aparente calma, Lysandra sabía que cada segundo contaba. Los licántropos no eran criaturas que olvidarían la derrota. Vendrían, más fuertes, más enfurecidos, y ella estaría lista para recibirlos.
Preparativos para la Siguiente Batalla
El salón de la fortaleza, un vasto espacio iluminado por candelabros antiguos y antorchas que chisporroteaban suavemente, estaba lleno de actividad. Las guardianas, todavía manchadas con la sangre de sus enemigos, se movían con precisión militar mientras preparaban sus armas y revisaban las defensas. Clio caminaba entre ellas, su mirada crítica asegurándose de que cada guerrera estuviera lista para la próxima ofensiva. No había margen para errores. En esta guerra, la perfección era la única opción.
Lysandra, aún con el olor del combate en su ropa, observaba desde el umbral, su mente afilada como las espadas que sus guardianas empuñaban. No había satisfacción en su rostro, solo una concentración férrea. Aún con la victoria fresca, sabía que esta guerra sería larga, y su instinto le decía que los licántropos no tardarían en contraatacar.
— ¿Las defensas están listas? —preguntó Lysandra sin apartar la vista de sus soldados.
Clio asintió levemente, su rostro impenetrable.
— Todo está en su lugar. Nadie entrará en la fortaleza sin enfrentarse primero a una muerte segura.
La Brutalidad Cotidiana
Mientras las guardianas se preparaban para la siguiente ofensiva, la vida cotidiana dentro de la fortaleza continuaba con su rutina implacable. Las sirvientas de calidad, perfectamente entrenadas y conscientes de su papel crucial, se movían por los pasillos con una gracia casi etérea, sus cuerpos siempre listos para servir como sustento para los vampiros que habitaban este bastión de poder y sangre.
Una de las sirvientas, una joven de cabello oscuro llamada Livia, caminaba en silencio hacia los aposentos de Adrian. Era una de las favoritas de Clio, elegida por la pureza de su sangre y su sumisión absoluta. Livia sabía que cualquier error podría costarle la vida, o algo peor. Cuando cruzó el umbral de la sala de Adrian, un escalofrío recorrió su cuerpo. La oscuridad allí era opresiva, como si el aire mismo estuviera lleno de los ecos de siglos de violencia y muerte.
Adrian la observaba desde su trono de sombras, su figura inmóvil como una estatua de mármol oscuro. Sus ojos, oscuros y fríos, la escudriñaron antes de hacerle un gesto para que se acercara. No hubo palabras, solo la orden tácita. Livia, con los ojos bajos, se arrodilló ante él, su cuello expuesto, esperando el mordisco.
Cuando Adrian finalmente se inclinó, sus colmillos perforaron la piel con una precisión casi quirúrgica. La sangre comenzó a fluir, cálida y espesa, y el silencio de la habitación fue roto solo por el leve suspiro de Livia al sentir el dolor mezclado con el extraño placer que acompañaba la mordida de un vampiro. No era más que una muñeca en sus manos, un recipiente para satisfacer su hambre, pero también un recordatorio de lo efímera que era su vida.
Lysandra y Clio: Planes de Guerra
En otra parte de la fortaleza, Lysandra y Clio discutían la siguiente fase de su ofensiva. En un mapa extendido sobre una mesa de piedra, marcaban los movimientos de las manadas de licántropos que aún quedaban en la región. Cada punto representaba un enemigo a eliminar, un obstáculo a destruir.
— Sabemos que están reuniendo fuerzas más al norte, cerca del siguiente pueblo —dijo Lysandra, señalando un punto en el mapa con su dedo manchado de sangre seca—. Si esperamos demasiado, vendrán por nosotros.
Clio frunció el ceño mientras estudiaba el mapa, su mente calculadora trabajando rápidamente.
— Necesitamos dividirlos antes de que puedan formar un frente sólido. Enviaremos un pequeño grupo al norte para atraer a una de sus manadas, mientras el resto se mueve para interceptar la otra más cerca de la frontera.
Lysandra asintió.
— Lo haré personalmente.
El Segundo Asalto: Más Sádico, Más Brutal
El día siguiente llegó con una oscuridad que se extendía más allá de la ausencia del sol. La nieve, que solía caer suave y tranquilizadora, ahora era un recordatorio cruel de la sangre que pronto la mancharía de nuevo. Lysandra lideró a su grupo hacia el segundo campamento de licántropos al norte. Esta vez, no era solo una cuestión de proteger la fortaleza. Era una cuestión de demostrar poder. De dejar claro que cualquier ataque contra ellos sería respondido con una brutalidad insoportable.
Cuando llegaron al campamento licántropo, Lysandra no dio señales de cautela. Esta vez, el ataque sería despiadado, rápido y mucho más cruel. Las guardianas se abalanzaron sobre los licántropos dormidos antes de que pudieran reaccionar. El primer cuerpo fue atravesado por una lanza de plata, y la bestia despertó solo para morir con un alarido ahogado mientras su pecho era atravesado y su corazón perforado.
Lysandra se abalanzó sobre otro licántropo en su forma humana, su mano aplastando su garganta antes de que pudiera transformarse. La criatura luchaba por respirar, sus ojos abultados de terror mientras Lysandra lo levantaba del suelo, escuchando el crujido de sus huesos bajo la presión de su mano. La sonrisa en su rostro era una mezcla de satisfacción y sádica diversión.
— Así es como morís —susurró, disfrutando del sonido de su último aliento antes de aplastar completamente su tráquea, dejando que su cuerpo cayera inerte en la nieve.
Alrededor de ella, las guardianas desmembraban a los licántropos con una precisión despiadada. La nieve, antes pura y blanca, se tiñó de rojo oscuro, y el vapor de la sangre caliente contrastaba con el frío cortante del aire. Dione cortaba cabezas con una facilidad perturbadora, dejando que los cuerpos se desangraran lentamente mientras las criaturas gritaban en un terror que solo las guardianas podían provocar.
El caos duró lo que para cualquier mortal habría sido una eternidad, pero para los vampiros fue solo una danza rápida y meticulosa de muerte. Lysandra estaba cubierta de sangre cuando terminó, y el campo de batalla era un tapiz de cuerpos rotos y mutilados. No había piedad, ni respeto por la vida. Solo una muestra de poder absoluto.
El Ecosistema de Miedo y Poder
De vuelta en la fortaleza, Adrian continuaba en su trono, indiferente a la violencia que se desarrollaba a su alrededor. Sabía que Lysandra cumpliría con su deber, y su mente permanecía anclada en las oscuras obsesiones que lo atormentaban desde siglos atrás. Pero el ecosistema que había construido en la fortaleza, basado en el miedo y el poder, se mantenía firme. Las sirvientas temblaban al pasar cerca de las guardianas manchadas de sangre, conscientes de que sus vidas dependían de cada paso que daban.
El equilibrio de poder dentro de esos muros era frágil, sostenido por la fuerza de los inmortales y la obediencia ciega de los humanos que les servían. Y aunque el exterior se bañaba en la sangre de licántropos, el interior de la fortaleza era una prisión de sombras, donde la muerte acechaba en cada rincón.
Lysandra, aún bañada en la sangre de sus enemigos, entró en el gran salón, y aunque Adrian no mostró emoción alguna, el aire entre ellos se cargó de un respeto tácito. La guerra continuaría, pero cada batalla ganada cimentaba el poder de la fortaleza, y Lysandra sabía que no se detendría hasta que todos los licántropos fueran aniquilados.