Año 2025, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
La luna llena se alzaba sobre los picos nevados de los Alpes Bávaros, proyectando sombras sobre la imponente fortaleza de Adrian. Los muros de piedra, construidos hace siglos, permanecían firmes e impenetrables, testigos mudos de la soledad que había envuelto a su amo durante milenios. A pesar de la actividad que bullía dentro de los muros, la vida en la fortaleza seguía un ciclo marcado por la rutina y la disciplina férrea que Adrian, Clio y Lysandra habían establecido desde su construcción.
Adrian, el vampiro más antiguo y poderoso, se encontraba en el salón principal, observando el fuego crepitar en la chimenea. La luz danzante del fuego proyectaba sombras sobre su rostro, que aunque mantenía la apariencia de la juventud, llevaba el peso de los milenios. Había visto el mundo cambiar una y otra vez, pero una cosa había permanecido constante: la incertidumbre sobre el destino de Lysara .
Durante siglos, Adrian la había buscado en vano. Sabía que ella había creído que él había muerto, y aunque más tarde había comprendido que no era así, nunca logró encontrarlo. Adrian, por su parte, había sentido su ausencia como una herida abierta. Sin embargo, nunca había logrado obtener ninguna información sobre su desfile. Su fortaleza se convirtió en su refugio, un lugar donde podía proteger a sus seguidores y mantener a los licántropos fuera de su territorio. El mundo exterior le era ajeno, salvo por esa única búsqueda que seguía resonando en su mente.
La vida en la fortaleza
El interior de la fortaleza estaba estructurado de manera meticulosa, con reglas que todos debían seguir. Clio y Lysandra, vampiras de segunda generación, eran las responsables de mantener el orden y asegurar que las normas sobre la pureza de sangre se respetarán. Solo los vampiros de segunda y tercera generación tenían cabida en la fortaleza. Cualquier intento de convertir a un vampiro sin el consentimiento de Adrian o de crear nuevas generaciones sin supervisión era castigado con la muerte.
En la fortaleza, las sirvientas de calidad eran tratadas con un cuidado especial. Eran seleccionadas por su sangre excepcional, que las hacía perfectas para servir como alimento a Adrian, Clio y Lysandra. Estas mujeres, aunque retenían su humanidad, disfrutaban de ciertos privilegios. Habitaban en aposentos más cómodos, recibían mejores cuidados y se mantenían en excelente estado de salud, todo para garantizar que su sangre fuera la más pura y potente posible.
Por otro lado, estaban los sirvientes y esclavos normales , humanos que realizaban tareas menores dentro de la fortaleza. Algunos eran utilizados como alimento para las guardianas, el equipo especial de vampiros al mando de Lysandra, cuya principal misión era proteger la fortaleza de los licántropos. Este equipo estaba formado por vampiras de tercera generación, convertidas por Clio y Lysandra, que entrenaban incansablemente para enfrentar las amenazas externas.
La asistente de Adrian , convertida por él mismo después de años de leal servicio, formó parte de las guardianas. Su devoción hacia Adrián se había profundizado tras su transformación, y ahora servía como una pieza clave en la defensa de la fortaleza, al mismo tiempo que mantenía sus responsabilidades iniciales.
Los Ecos de la Guerra
Lysandra, siempre pragmática y con la mirada fija en el horizonte, sabía que la guerra con los licántropos era inevitable. Aunque Adrian se mantenía distante del conflicto, ella no podía ignorar los informes que llegaban de Europa. Los licántropos habían destruido numerosas fortalezas vampíricas y se acercaban cada vez más a los Alpes Bávaros.
— Mi señor —dijo Lysandra, entrando en la sala con paso firme—, los licántropos han tomado las fortalezas de los Cárpatos. Se están acercando. Si no actuamos pronto, llegarán aquí.
Adrian no apartó la vista del fuego. Conocía la amenaza, pero no estaba dispuesto a abandonar su fortaleza ni su búsqueda de Lysara. Aunque sabía que los licántropos representaban un peligro real, confiaba plenamente en el poder de sus guardianas y en su propia fuerza para repeler cualquier ataque. Su vida inmortal estaba marcada por la guerra, pero ahora, más que nunca, su atención estaba dividida entre la protección de su territorio y el deseo de encontrar a Lysara, si es que seguía viva.
— Que vengan —respondió con frialdad—. Cuando lleguen, los eliminaremos.
Lysandra apretó los puños, pero no replicó. Sabía que Adrian nunca subestimaría a sus enemigos, pero también sabía que su corazón estaba en otra parte. En lo más profundo, Adrian no se preocupaba tanto por la guerra como por la posibilidad de que Lysara estuviera en algún lugar, oculto, tal vez necesitando su ayuda.
Preparativos para la Batalla
Clio, mientras tanto, estaba al mando de los preparativos logísticos. Su grupo de guardianas era eficiente, y las rutas de alimentación que habían establecido les permitían obtener sangre de las aldeas cercanas sin levantar sospechas. El suministro de sangre era vital, no solo para mantenerse fuertes, sino para garantizar que estuvieran listas para cualquier ataque.
Las guardianas, bajo el mando de Lysandra, practicaban tácticas específicas para enfrentar a los licántropos. Sabían que estos enemigos no solo eran feroces, sino que estaban bien organizados. Sus entrenamientos eran extenuantes, y cada guardiana sabía que el destino de la fortaleza dependía de su capacidad para defenderla.
— No podemos esperar a que los licántropos lleguen a nuestras puertas —dijo Clio en una reunión con Adrian y Lysandra—. Debemos tomar la ofensiva. Si los eliminamos antes de que se fortalezcan, tendremos la ventaja.
Adrian, como siempre, escuchó en silencio antes de responder con su característica calma.
— No actuaremos precipitadamente. El mundo ha cambiado, pero yo no. Mis reglas permanecen: solo nos moveremos cuando sea absolutamente necesario. Y cuando llegue el momento, ellos no tendrán ninguna posibilidad.
El legado de Lysara
Adrian se levantó y caminó hacia una ventana, observando las cumbres nevadas más allá de los muros de la fortaleza. A pesar de los siglos que habían pasado, Lysara nunca se había desvanecido por completo de su mente. Aunque nunca había podido encontrarla, una parte de él aún la buscaba en cada sombra, en cada rincón del mundo.
Ni Clio ni Lysandra conocían a Lysara, y no entendían por qué Adrian permanecía tan distante de los asuntos del mundo exterior. Pero sabía que algo en su pasado seguía afectándolo profundamente. Para Adrian, la búsqueda de Lysara seguía siendo un eco persistente en su vida inmortal.
— No descansaremos hasta que esta guerra termine —murmuró Adrian—. Y cuando todo esté en calma... tal vez entonces pueda encontrar lo que he estado buscando.
Las llamas del fuego crepitaron suavemente mientras el silencio llenaba la sala. Afuera, las guardianas se preparaban para lo inevitable, mientras Adrian se aferraba a la esperanza de que, algún día, encontraría respuestas sobre el destino de Lysara, si es que aún quedaba algo por encontrar.