La ciudad de Roma, con sus calles bulliciosas y su aire vibrante de actividad, era un espectáculo para la vista. Adrian, con su capa oscura envolviéndolo y su semblante serio, caminaba por el mercado junto a Lucius, sus ojos escudriñando cada puesto y cada rostro que pasaba.
Lucius, con su conocimiento del latín y su familiaridad con las costumbres romanas, actuaba como guía e intérprete para Adrian, quien, aunque había adquirido conocimientos de varios idiomas a lo largo de los siglos, aún se estaba aclimatando al dialecto local.
El mercado estaba lleno de una variedad de bienes y personas: vendedores proclamando la calidad de sus mercancías, niños corriendo por entre las piernas de los adultos, y esclavos, con sus ojos bajos y sus cuerpos marcados por las cadenas de su servidumbre, esperando ser vendidos.
Adrian, observando a los esclavos, sintió una punzada de algo que no había experimentado en mucho tiempo: conflicto. La inmortalidad había endurecido su corazón hacia muchas cosas, pero la vista de seres humanos encadenados, su libertad arrebatada, tocó una fibra sensible en él.
Sin embargo, la necesidad práctica prevaleció. Necesitaban una fuente de alimentación segura y discreta, y esta era la manera más eficiente de asegurarla sin atraer la atención no deseada.
Se acercaron a un vendedor de esclavos, un hombre corpulento con una barba desaliñada y ojos astutos que evaluaban a los posibles compradores con cálculo. Lucius comenzó a negociar con él, su voz firme y su postura confiada.
Mientras tanto, Adrian observaba a las personas que estaban siendo vendidas. Sus ojos se encontraron con los de una joven, sus cadenas colgando pesadamente de sus muñecas, pero su mirada era desafiante, indomable a pesar de su situación.
Finalmente, después de una intensa negociación, Lucius giró hacia Adrian. "He hecho los arreglos, señor. Seleccioné a varias personas, asegurándome de que estén lo suficientemente saludables y fuertes para el trabajo en la villa."
Adrian asintió, su mirada aún fija en la joven de ojos fieros. "Asegúrate de que ella esté entre ellos, Lucius."
Lucius, siguiendo su mirada, asintió y volvió a hablar con el vendedor para asegurar la compra de la joven, junto con otros esclavos que serían llevados a la villa.
Mientras se alejaban del mercado, Adrian se volvió hacia Lucius, sus palabras cuidadosamente medidas. "Lucius, aunque estas personas servirán para nuestras necesidades, no serán maltratadas ni despreciadas mientras estén bajo nuestro techo. ¿Entendido?"
Lucius, sorprendido por la firmeza en la voz de Adrian, asintió respetuosamente. "Por supuesto, señor."
La siguiente tarea era la de contratar guardias para la villa. Adrian, consciente de la importancia de mantener una apariencia de normalidad y seguridad, se aseguró de seleccionar hombres que fueran competentes pero que no hicieran demasiadas preguntas.
La villa, con sus nuevos habitantes y protectores, se convirtió en un oasis de calma en medio del bullicio de Roma. Adrian, Clio y Lysandra, aunque se movían en las sombras, eran conscientes de los ojos que podían estar observando y se mantenían alerta a cualquier signo de amenaza.
Y así, en la ciudad que era el corazón del mundo conocido, comenzaron a tejer una nueva historia, sus vidas entrelazadas con las de aquellos a quienes habían traído bajo su techo, y cuyas vidas estaban ahora irrevocablemente ligadas a las suyas.