Las puertas de la villa se abrieron para recibir a los nuevos habitantes, cada uno cargando el peso de sus cadenas y el de sus historias no contadas. Los esclavos, con sus cuerpos cansados y sus ropas andrajosas, fueron llevados a través de los opulentos pasillos hacia los patios interiores, donde se les proporcionaría un momento de respiro y renovación.
Clio y Lysandra, con sus ojos eternamente jóvenes y sus expresiones inescrutables, supervisaron el proceso, asegurándose de que cada individuo fuera tratado con un respeto distante pero justo. Se les proporcionó agua fresca para lavarse, y ropas limpias para reemplazar las que llevaban, desgarradas y sucias de un pasado que ahora debían comenzar a olvidar.
La joven de ojos ardientes, cuyo nombre era Valeria, fue llevada aparte, sus cadenas retiradas y reemplazadas por vestiduras de una calidad superior a las de los demás. Su pelo, que caía en una cascada cenicienta hasta la mitad de su espalda, fue lavado y peinado, y aunque su postura era de una cautela tensa, sus ojos nunca perdieron esa chispa de desafío indomable.
Adrian, observándola desde lejos, encontró una extraña mezcla de admiración y curiosidad tejiéndose dentro de él. Valeria, por otro lado, mantenía su mirada fija en él, como si estuviera intentando descifrar un enigma complicado.
Finalmente, él se acercó, sus pasos resonando suavemente en los mosaicos de mármol del suelo. "Valeria," comenzó, su voz un murmullo suave, "tu vida ha tomado un giro inesperado, y por eso, te ofrezco una disculpa. Pero también te ofrezco una vida aquí, una que, aunque marcada por la servidumbre, será libre de crueldad y desprecio."
Valeria, su mandíbula apretada, respondió con voz firme. "¿Y cuál es mi alternativa, señor? ¿La muerte? ¿O tal vez un destino peor en las calles?"
Adrian asintió lentamente. "Tus palabras llevan verdad, y no te ofrezco falsas promesas de libertad. Pero te ofrezco respeto y, a cambio, pido tu lealtad."
Valeria, después de un momento de silencio, asintió, su mirada aún fija en la de él. "Mi lealtad, señor, será tan firme como el respeto que se me muestre."
Con un gesto de su mano, Adrian indicó a una sirvienta que guiara a Valeria a sus aposentos, que estarían adyacentes a los suyos. "Serás mi asistente personal, Valeria. Estarás a mi lado, aprenderás de nuestros modos y, en el proceso, tal vez encuentres algo que se asemeje a una vida, incluso en estas circunstancias."
Mientras Valeria era llevada a través de los corredores, Adrian se volvió hacia Clio y Lysandra, quienes habían observado la interacción con expresiones neutrales. "Preparémonos," dijo simplemente, "Roma no nos esperará, y debemos tejer nuestras sombras con cuidado entre su esplendor y decadencia."
Y así, la villa, con sus muros de piedra y sus habitantes de carne y sangre, se convirtió en un pequeño universo en sí misma, cada individuo una estrella, y cada historia, un hilo en el vasto tapiz de la eternidad.