La villa, majestuosa y elegantemente construida, se alzaba imponente en uno de los barrios más acaudalados de Roma. Sus muros, hechos de una mezcla de piedra y mármol, reflejaban la opulencia de la ciudad, mientras que los jardines internos eran un oasis de tranquilidad lejos del bullicio de las calles romanas.
Adrian, Clio y Lysandra, cada uno envuelto en sus propios pensamientos, exploraron la vastedad de su nuevo hogar, sus pasos resonando suavemente contra los suelos de piedra. Los altos pilares, las estatuas de mármol y los frescos intrincadamente pintados en las paredes hablaban de una riqueza y un arte que eran innegablemente romanos.
Adrian caminó hacia el balcón, sus ojos recorriendo la extensión de la ciudad que se extendía ante él. Roma, con sus calles bulliciosas, mercados vibrantes y la vida que palpitaba en cada rincón, estaba ajena a las sombras que ahora la habitaban.
Clio y Lysandra se unieron a él, sus ojos también capturando la vista de la ciudad bajo la luna. La eternidad se extendía ante ellos, y en la inmortalidad, las posibilidades eran infinitas y, sin embargo, estaban teñidas de una soledad que solo los de su especie podían comprender.
Lucius, el mercader que les había ayudado a establecerse, se acercó con una reverencia respetuosa. "Si necesitáis algo más, Adrian, estaré a vuestra disposición."
Adrian asintió, su expresión imperturbable. "Te buscaremos en unos días, Lucius. Hay ajustes que quisiéramos hacer en la villa."
"Por supuesto," respondió Lucius, su mirada desviándose brevemente hacia Clio y Lysandra antes de volver a Adrian. "Estaré esperando vuestra visita."
Con una despedida silenciosa, Lucius se retiró, dejando a los tres inmortales en la serenidad de su nuevo dominio.
Clio se volvió hacia Adrian, su voz apenas un susurro en la noche. "¿Qué nos deparará esta nueva era, Adrian?"
Él no respondió de inmediato, su mirada perdida en la vastedad de Roma. Finalmente, habló, su voz tan suave y firme como siempre. "Lo que sea que nos depare, lo enfrentaremos juntos, como siempre lo hemos hecho."
Lysandra, acercándose, colocó una mano sobre el brazo de Adrian, una muestra silenciosa de apoyo y solidaridad eterna.
Y así, mientras Roma dormía, inconsciente de las criaturas que caminaban entre ellos, Adrian, Clio y Lysandra, se enfrentaban a la eternidad con una unión inquebrantable, sus destinos entrelazados en las sombras de la historia que estaba por escribirse.