Año 403 a.C., Atenas.
Lysandra, con su corazón palpitando violentamente en su pecho, se adentró en la oscuridad que envolvía la mansión, su mano firmemente envuelta alrededor de la empuñadura de su espada. Cada paso que daba hacia la morada de la oscuridad era un desafío a la muerte que, sin duda, la esperaba en su interior.
Dentro de la mansión, Adrian levantó la vista, sus ojos rojos brillando con una luz inhumana mientras sentía la presencia de la mortal que osaba entrar en su dominio. Clio, a su lado, permanecía inmóvil, su expresión imperturbable mientras observaba a su amo.
Lysandra, sus ojos escudriñando la oscuridad, avanzó por los pasillos de la mansión, los susurros de las almas perdidas acariciando sus oídos mientras se movía. Cada habitación que exploraba estaba llena de una desolación silenciosa, un testimonio mudo de las vidas que habían sido consumidas por la oscuridad.
Finalmente, llegó a la sala del trono, donde Adrian la esperaba, su figura inmóvil y amenazante en el trono oscuro. Lysandra, sin permitir que el miedo la detuviera, alzó su espada, su voz resonando en la sala.
"¡Monstruo! ¡Tu reinado de terror termina ahora!", exclamó, su determinación cortando a través de la oscuridad.
Adrian, levantándose lentamente de su trono, la miró, su expresión carente de emoción. "Eres valiente, mortal, te concederé eso. Pero tu valentía no te salvará."
La confrontación que se desplegó fue un juego macabro para Adrian, mientras que para Lysandra, era una lucha desesperada por la supervivencia y la venganza. La mortal, con cada embestida de su espada, vertía la agonía y la ira de las almas perdidas, mientras que cada evasión y bloqueo era un rechazo desesperado de la oscuridad que la amenazaba.
Adrian, en contraste, se movía con una gracia letal y una frialdad calculada, su inmortalidad y fuerza sobrenatural lo convertían en un adversario prácticamente invencible. Pero en sus ojos, un destello de interés se encendía al observar la feroz determinación de la mortal que osaba desafiarlo. No tenía intención de finalizar la lucha rápidamente, en lugar de eso, jugueteaba con Lysandra, su sadismo evidente en cada gesto y mirada.
Clio, desde las sombras, observaba la batalla con una mezcla de fascinación y conflicto interno. La humanidad que alguna vez había residido en ella se agitaba, chocando con la realidad de su existencia actual. Por un momento, un deseo efímero de luz y redención centelleó en su ser.
La batalla entre Lysandra y Adrian se prolongó, con la mortal luchando con una desesperación salvaje y el inmortal disfrutando cruelmente de su desesperación. En este enfrentamiento, los hilos del destino se entrelazaban, tejiendo un camino que ninguno de ellos podría haber previsto, y que podría, en última instancia, llevar a consecuencias inesperadas para ambos.