Año 404 a.C., Atenas.
En las ruinas de lo que una vez fue una ciudad próspera, los sobrevivientes de Atenas, aquellos que habían logrado escapar tanto de la conquista espartana como de las garras de los seres oscuros en la mansión, comenzaron a reunirse en los escombros, sus espíritus quebrantados pero no completamente destruidos.
Entre ellos, una mujer, cuyos ojos habían visto horrores inimaginables y cuyo corazón había sido marcado por la pérdida, se alzó, su voz resonando con una fuerza que desmentía su apariencia desgarrada.
"No podemos permitir que el miedo nos gobierne", habló, sus ojos recorriendo las caras de aquellos que se habían reunido a su alrededor. "Atenas puede haber caído, pero nosotros, su gente, seguimos vivos. Debemos encontrar una manera de sobrevivir, de reconstruir, de recordar a aquellos que hemos perdido no con desesperación, sino con determinación."
En la mansión, Adrian y Clio continuaron su existencia en la oscuridad, indiferentes al sufrimiento y a la resistencia que se gestaba en las sombras de la ciudad caída. Las noches estaban llenas de susurros de muerte y desesperanza, mientras los refugiados dentro de sus muros eran cazados y consumidos, sus vidas apagadas antes de que pudieran encontrar la salvación que tan desesperadamente buscaban.
Pero en las ruinas, la resistencia comenzó a tomar forma. Los sobrevivientes, guiados por la mujer cuyo espíritu se negaba a romperse, comenzaron a buscar maneras de subsistir entre los escombros, creando refugios improvisados y buscando alimentos donde podían. Historias de la mansión y sus horrores oscuros comenzaron a circular, y un nuevo tipo de temor se arraigó en los corazones de los atenienses.
La mujer, cuyo nombre era Lysandra, se convirtió en una especie de líder entre los sobrevivientes, su fuerza y determinación un faro de esperanza en medio de la desesperación. Aunque la sombra de la mansión se cernía sobre ellos, y la amenaza de Adrian y Clio nunca estaba lejos de sus mentes, los sobrevivientes comenzaron a encontrar pequeños momentos de paz y solidaridad entre las ruinas.
Mientras tanto, Adrian, sentado en su trono en la oscuridad, sintió un cambio en el aire, una perturbación que no había sentido en mucho tiempo. Clio, a su lado, también sintió la onda de resistencia que se elevaba desde las cenizas de la ciudad.
"Algo está cambiando, amo", murmuró, sus ojos mirando hacia la ciudad que yacía más allá de sus muros.
Adrian, su expresión inmutable, asintió lentamente. "La desesperación da paso a la resistencia, Clio. Pero no importa. No pueden desafiar nuestra existencia."
Y así, mientras los sobrevivientes de Atenas comenzaban a reconstruir entre las ruinas, y la mansión permanecía como un monumento oscuro a la muerte y la destrucción, dos mundos coexistían en una tensa y frágil paz, cada uno ajeno a los hilos del destino que se estaban tejiendo en las sombras.