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el regreso de lord campos

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Chapter 1 - Sin nombre

Hace diez días, mi tarjeta aún tenía dos millones disponibles. Ahora, Solo me quedan quinientos. ¿Dónde está mi dinero, Joana? —cuestionó Diego Campos. Miró a su mujer con el ceño fruncido.

Solo llevaban diez días de casados.

Joana García era una mujer alta, de tez blanca. Su cuerpo era delgado con bonitas curvas. No era necesario decir que era una mujer muy atractiva. En ese momento, mantenía la cabeza agachada y no se atrevía a mirar a Diego a los ojos. También estaban presentes sus padres, junto con su hermano menor y su novia.

La noche de bodas de Diego debía ser un momento dulce e íntimo. Por desgracia, su abuelo, que había cuidado de él durante muchos años, sufrió un repentino infarto. Esa misma noche, él tuvo que llevarlo al hospital.

Tras diez días de tratamiento y estudios, los médicos confirmaron que el anciano tenía un tumor cerebral, y la operación costaría seiscientos mil dólares.

Aunque era una cantidad enorme de dinero, Diego pensó que aún podía permitírselo. Para su desgracia, cuando revisó el saldo de su cuenta, se dio cuenta de que nada más le quedaban quinientos dólares. La operación se realizaría al día siguiente. Si no pagaba los honorarios médicos lo antes posible, se suspendería.

Él no podía creer que solo tuviera esa pequeña cantidad en su cuenta bancaria. Había trabajado hasta el cansancio durante cuatro o cinco años para ahorrar los dos millones.

—¿Dónde está el dinero? —cuestionó a Joana, mirándolo fijamente.

Ella bajó la cabeza y evitó la mirada de su marido.

—Mi hermano tiene que casarse y no puede hacerlo sin una casa. Considera que le prestamos ese dinero —justificó.

Antes de que Diego pudiera responder, su hermano menor, Kevin García, habló:

—Oye, ¿a qué te refieres, Joana? ¿No has dicho que esos dos millones son un regalo? Pronto me casaré con Estela, y si no tenemos una casa, ¿dónde viviremos?

Su novia, Estela Hernández, intervino:

—Sí, necesitamos una casa. Como hermana y cuñado de Kevin, deberían ayudarlo.

El padre de Joana, Leonardo García, golpeó los nudillos sobre la mesa.

—Así es. Kevin es el único hermano de Joana. Por lo tanto, es razonable que ella le dé el dinero.

—Pero no han comprado la casa, ¿verdad? Mi abuelo necesita seiscientos mil para su operación. Es urgente —insistió Diego, luego de reprimir la creciente rabia en su interior. Pero de repente, la madre de Joana, Linda Salazar, espetó:

—¡No puede ser! El hotel donde se celebrará la boda de Kev y Estela ya está reservado. ¿Cómo van a comprar una casa y casarse si les quitas los seiscientos mil ahora? Además, tu abuelo es viejo. Como ya está enfermo, ¿qué más da si muere?

La expresión de Diego se ensombreció al instante.

—¡Ese es mi dinero! ¡Me lo gané con mi esfuerzo! ¡Son mis bienes prematrimoniales!

—¿Por qué sigues diciendo eso? Ya estás casado con Joana y somos una familia. ¿Por qué eres tan tacaño? —cuestionó Linda, frunciendo el ceño. Era una mujer de unos cincuenta años, con un rostro demacrado y pómulos altos. Era obvio que no era una mujer fácil de tratar. Sin embargo, su hija, Joana, era muy guapa.

Kevin parecía indiferente cuando respondió:

—No me importa, voy a utilizar el dinero para comprar una casa y un coche. Ya tengo sé cuál comprar, y mañana pagaré el anticipo. También he preordenado un coche. Es el último BMW Serie 5. ¡Es hermoso! —contó. Mientras hablaba, su mirada estaba llena de entusiasmo.

—Joana, mi abuelo tiene que ser operado mañana. Si se retrasa un día, habrá efectos perjudiciales para su salud. Espero que lo entiendas —comentó Diego. Contuvo su decepción y miró a su recién casada esposa.

Joana era muy perfeccionista y le dijo que quería guardar el mejor momento para su noche de bodas. Por eso, Diego no la había tocado todavía.

—Diego, por favor, comprende también mi situación. Kevin es mi único hermano —respondió preocupada.

La mirada de Diego se volvió fría de inmediato. Cuando Joana se encontró con su mirada, se estremeció de miedo.

Esa mirada suya era aterradora y desconocida. Lo conocía desde hacía cuatro o cinco años, pero nunca había lo visto así. Tras un momento de silencio, Diego respondió:

—Entonces, venderemos la casa mañana por la mañana.

Mientras pudiera salvar a su abuelo, podría recuperar la casa en el futuro. Sin embargo, lo que Joana dijo a continuación casi hizo que Diego entrara en un frenesí.

—Yo... he hipotecado la casa hace unos días. Kevin tiene una deuda de ochocientos mil, así que no hay otra opción —murmuró.

La casa estaba a nombre de Joana. Diego la compró para ella antes de casarse.

—¡Joana! —exclamó él. Cerró los puños con fuerza. Ya no podía reprimir su rabia. En todos los años que la conocía, Kevin nunca había trabajado. Se limitaba a depender de su hermana para sus gastos. Cada año, Joana ganaba más de cien mil, y todo su dinero iba a la cuenta de Kevin.

¡Bang! Kevin golpeó la mesa con el puño y se levantó. Señaló a Diego y gruñó:

—¿Te atreves a gritar a mi hermana, Diego? ¿Quieres que llame a unos amigos para que acaben contigo?

—Diego, ¿qué intentas hacer? —intervino Leonardo.

—¡También podrías pedir el divorcio! —sugirió Linda.

Diego se acercó a Kevin y lo miró con desdén.

—¡Dame los dos millones! —exigió. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Kevin al ver la expresión de su cuñado.

—¡No tengo dinero! Todo lo que puedo darte es mi vida.

A Joana se le llenaron los ojos de lágrimas. Se apresuró a ponerse delante de Diego.

—Cariño, Kevin es mi único hermano. Si yo no lo ayudo, ¿quién lo hará?

—¿Qué pasa con mi abuelo? Todavía está en el hospital y su vida está en juego. ¿Vas a dejarle morir así como así? —cuestionó Diego, volteándose para mirarla.

Joana permaneció en silencio mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—¿Estás segura de que no vas a devolver el dinero? —preguntó Diego.

Ella sacudió la cabeza y él asintió.

—Jaja —él dejó escapar una risa irónica.

De repente, sonó el timbre de la puerta.

Cuando Diego abrió la puerta, apareció un joven elegante con un traje blanco. Ese traje parecía muy caro, e incluso llevaba un reloj Patek Philippe en la muñeca.

—¿A quién buscas? —preguntó con el ceño fruncido.

El joven y apuesto hombre lo ignoró y dirigió su atención a Joana.

—Joa, he vuelto.

Joana se estremeció y una expresión de incredulidad apareció en su rostro.

—Enrique, estás...

Enrique Real entró en la casa.

—Me fui sin despedirme porque tenía que ir a Lomas por mis estudios. Hoy acabo de regresar a Puerto Elsa, así que vine a verte. Bien, estoy a punto de hacerme cargo de Farmacéutica Puerto Elsa.

—Lo siento, estoy casada —contó Joana.

—Lo sé, pero no me importa. La última vez me rechazaste. Así que, ¿ahora me darás otra oportunidad?

Leonardo, Linda, Kevin y Estela observaron con interés.

Farmacéutica Puerto Elsa era una gran empresa en Puerto Elsa.

Enrique era el hijo del actual propietario, así que debía ser muy rico.

—Lo siento —Joana negó con la cabeza.

—Lárgate —ordenó Diego, mirándolo fijo. «¿Qué demonios? ¿Intentas robarme a mi mujer delante de mí?», pensaba.

Entonces, Enrique se volvió para mirarlo.

—No voy a renunciar a Joana.

—¡Fuera! —volvió a gritar Diego.

Enrique se encogió de hombros con indiferencia y se burló:

—Si necesitan algo, señor y señora García, llámenme. —Con eso, salió de la casa.

Mientras tanto, Leonardo y Linda observaban pensativos mientras Enrique se marchaba. Cuando Diego se fijó en las expresiones de los presentes, la decepción y la hostilidad en su interior aumentaron.

Era un hombre corriente en comparación con Enrique. Si Leonardo y Linda hubieran sabido lo del joven rico, no habrían permitido que Joana se casara con él. Sin embargo, ella estaba empeñada en ese matrimonio, así que no había nada que sus padres pudieran hacer al respecto. Además, era el abuelo de Joana quien tenía la última palabra sobre ese asunto antes de su muerte.

Su abuelo había dicho que Diego era un buen hombre y que traería prosperidad a la familia García. Sin importar las opiniones del anciano, Leonardo no le creía ni una palabra.