Después de salir de la casa de Rafael, llamó a su tío.
—Hola, tío Félix. El abuelo está enfermo, así que necesito seiscientos mil para pagar su operación...
Sin embargo, fue su tía quien contestó el teléfono.
—¡No tenemos dinero! ¡No voy a dar ni un céntimo a ese viejo! Dile que se muera de una vez —exclamó. Luego, colgó.
Con un estruendo, Diego aplastó su teléfono con las manos, casi echando chispas.
«El tío Félix se llevó las dos casas del abuelo, ¡y esas casas valen más de cinco millones! ¿Aun así se niegan a pagar las facturas del hospital? ¡No deben tratarlo así!»
A lo lejos, percibió los brillantes faros de un coche, seguidos del sonido del motor rugiendo. Un Ferrari 458 no tardó en detenerse ante él, y Enrique entró en escena tras bajar la ventanilla.
—Pareces un perro callejero. Supongo que es un pecado ser pobre. Necesitas seiscientos mil. ¿Estoy en lo cierto? Puedo darte el dinero —comentó Enrique con una sonrisa de satisfacción.
Diego se limitó a lanzarle una mirada amenazadora mientras un destello de furia cruzaba sus ojos. En el asiento del copiloto estaba Kevin, con la cabeza vendada. Se notaba que acababa de ir al hospital.
«¡Acabo de salir, y al momento siguiente, Kevin está con Enrique! ¡Es obvio que quiere a Joana!»
—¿No vas a decir nada? Solo tengo un objetivo, y es que te divorcies de Joana. Te daré seiscientos mil con tal de que te divorcies de ella —se burló Enrique.
Kevin lo miró de reojo.
—Diego, deja de resistirte. Sé que tú y Joana no han consumado el matrimonio. No eres rival para Enrique, así que tú y mi hermana terminarán divorciados. Además, ¡ella siempre me hace caso!
Diego se acercó al coche, dispuesto a darles una lección, pero antes de que pudiera hacerlo, Enrique se rió y pisó el acelerador. Al automóvil arrancó a toda velocidad, y la voz de Kevin viajó a través de la distancia hasta los oídos de Diego.
—¡Sí que pareces un perro!
Mientras Diego miraba el Ferrari, una sonrisa sarcástica apareció en su rostro.
«He mantenido un perfil bajo durante los últimos cuatro o cinco años, pero ahora la gente me acosa. ¡Solo quiero llevar una vida simple y pacífica! Ya que es imposible, ¡es hora de que regrese!»
Con ese pensamiento, se dirigió a su casa y sacó su ordenador portátil. Tras dudar un rato, abrió una aplicación y tecleó su nombre de usuario y su contraseña.
—Dios supremo, si activas el Sistema Polaris, volverás a tener toda la riqueza a tu disposición, pero también tendrás que cargar con el correspondiente nivel de responsabilidad. Tu vida ya no será pacífica. ¿Quieres proceder a activarlo? —preguntó una voz robótica.
Diego hizo clic en el botón de [Sí].
—¡Bienvenido, mi dios supremo! Has activado el primer nivel. ¿Quieres activar el segundo?
Tras reflexionar un momento, Diego pulsó [No].
Solo activó el primer nivel. Si activaba los nueve niveles del Sistema Polaris, su vida cotidiana se vería alterada en su totalidad. Además, ya estaba agotado por todo lo que estaba pasando en su vida en ese momento.
Tras la activación del primer nivel del Sistema Polaris, un punto rojo en el ordenador portátil parpadeaba sin cesar. En ese momento estaba enviando numerosos mensajes a un pequeño grupo de personas de todo el mundo.
Al otro lado del mundo, una hermosa mujer saltó en su cama con entusiasmo. Mientras saltaba alegre, su bata de baño se deslizó por sus hombros, revelando su perfecta figura.
—¡El Dios Supremo ha reactivado el Sistema! —exclamó.
Mientras tanto, en medio del océano, un soldado se arrodilló, mirando hacia el este. También exclamó:
—¡Han pasado cinco años! ¡Por fin ha vuelto!
—¡Lord Campos ha vuelto! ¡Ahora tenemos metas en la vida! Ya no estamos perdidos —dijo un hombre apuesto, mientras engullía un vaso de alcohol en un bar, con mirada ferviente.
Después de activar el Sistema, Diego se sentó tranquilo en su sofá, sin prender las luces. Su aura pareció transformarse en un segundo.
Primero, era un hombre ordinario y reservado que trabajaba duro para ganarse la vida. Sin embargo, en ese momento tenía un aura imponente y dominante.