—Por fin se acabó —dijo ella con las cejas tensas que finalmente se relajaron.
—Sí, todo ha terminado —respondió con alivio.
Por la noche, nevaba fuera. La nieve parecía estar lavando los pecados de este mundo.
—Qiao Xi —la voz de Gu Zheng era fría.
Qiao Xi levantó la mirada y sonrió dulcemente. Al segundo siguiente, le escuchó decir con expresión seria:
—La familia Tang ha sido arrestada y se han encontrado a las víctimas. Es hora de que hable contigo.
—¿? ¿De qué había que hablar?
Los ojos del hombre eran profundos como una fuente sin fondo. Se inclinó y atrapó firmemente a Qiao Xi frente a su pecho. Su voz era baja y tentadora:
—Sra. Gu, ¿no tienes algo que decirme?
—¿Eh? Decir... ¿qué? —Qiao Xi estaba inquieta.
Gu Zheng soltó una risa burlona:
—Sra. Gu, ¿por qué finges estar confundida? Tomaste un riesgo tan grande y no se lo dijiste a tu marido. Si no me hubiera dado cuenta, ¿habrías ido tú misma a esa guarida del león?