Alex se veía aún más revitalizado al ver por fin la gran sonrisa de su pequeña ovejita. Ella volvió su mirada hacia el acuario, como una niña que simplemente no se cansaba de él. Estaba contento de que su pequeña ovejita fuera fácil de complacer.
Satisfecho, Alex bajó de la cama, se agachó detrás de ella y rodeó su cintura con sus brazos.
—Me alegra que te gusten —susurró mientras apoyaba su barbilla en su omóplato—. Pero lo que hizo hizo que Abi volviera a la realidad.
—Me gustan, son muy lindos —respondió mientras sonreía—. Después de mirarlo por un tiempo, se movió para pararse y enfrentarlo.
Agarró las manos de Alex y las miró antes de levantar la vista y sonreírle. Lo hizo sentar en su cama mientras ella se paraba frente a él, fijando sus ojos en los de él. Sus labios comenzaron a temblar.