—Permanecí inmóvil en mi trono mientras el habitual murmullo en la sala del trono comenzaba a hacerse más y más fuerte —no me perdía la causa de esta repentina conmoción—. Hablaban de deponer a Arianne. Incluso el reino de Jaafar, del que pensaba que nos ayudaría, ya había firmado su petición y dado sus votos.
—Ya sabía que esto iba a suceder, pero esperaba que no fuéramos a tener a tantas personas con nosotros, pero no pensé que Jafar aceptaría deponer a Arianne así como así.
—Agarré con fuerza los reposabrazos de mi trono —mis nudillos tornándose blancos bajo la presión—. ¿Cómo había llegado a esto? Pensé que Jaafar estaría conmigo, que su lealtad sería inquebrantable. Pero el pergamino que sostenía en mi regazo, con su sello, contaba una historia diferente. Su nombre garabateado al final de la lista de firmas se sentía como una traición personal.