Suspiré profundamente mientras masajeaba mi sien, sintiendo cómo la tensión aumentaba con cada segundo. —Por última vez, Rhea, ¡no puedes llevar a Raven a la escuela!
Mi sobrina de seis años, toda terquedad y ojos llenos de inocencia, me lanzó una mirada de incredulidad. Sus ojos se estrecharon como si acabara de decir la cosa más ridícula que había oído en su vida. —¿Por qué no?
—Eh, porque aún es un bebé y necesita ser monitoreado por adultos de verdad —interrumpió Cyril desde la esquina de la habitación. La voz de mi hija estaba impregnada de sarcasmo, de esa manera que solo una adolescente podría. Estaba desparramada en el sofá, hojeando un libro, prestando solo atención a medias a la discusión.
Rhea le lanzó una mirada fulminante, sin inmutarse lo más mínimo por el tono de la chica mayor. —Bueno, ¡yo puedo cuidarlo muy bien! ¡Y además, yo soy su favorita! —Se enderezó en sus hombros pequeños, tratando de aparecer más grande, más capaz.