La sombra de la ciudadela
El viaje continuó tal cual fue previsto. En cuanto el personal logró descansar lo suficiente, el campamento fue desmontado. Ayudé a empacar las carpas, bolsas de dormir y resto de comodidades que usaban para hacer la experiencia más amena.
Los guardias que habían pasado en vela aprovecharon la marcha de los carruajes para cerrar el ojo por un rato. Por suerte no habíamos acampado muy lejos del destino, solo era un día y medio de viaje, lo más seguro era que despertasen antes del atardecer.
Por mi parte, descansaba sentado en un asiento del carruaje. La charla con Shyun y todas las visiones, tanto buenas como malas, habían logrado un equilibrio dentro de mi mente, una mejor comprensión por así decirlo.
Mi mayor preocupación era que al encontrarme al aventurero de la espada carmesí, este no fuere Hiyori, sino otra persona de cabellos rojizos. Por suerte, no conocía a nadie más al que le pudiese quedar ese apodo.
El traqueteo del carruaje causado por el terreno irregular ya se me hacía indiferente. Después de todo, no faltaban poco más que unos días para llegar a la ciudad de los rumores, una lo suficientemente grande e importante como para resguardar armas y poseer una ciudadela.
El mapa de Murim que el comerciante ondeaba de un lado para otro mientras hablaba con el personal no mentía sobre aquello, era de las pocas ciudades de Murim cuyo nombre era resaltado en el mapa.
La fortaleza de Imugi, ese era su nombre. Hasta donde sabía, Imugi era el nombre de los dragones menores de la zona, caracterizados por parecer serpientes hechas de roca pura debido a sus duras escamas y ser criaturas relativamente pacificas y benevolentes frente a los humanos.
No sabía mucho del tema, pero si de algo estaba seguro, es que agradecía el no tener que enfrentarme a un dragón menor al recorrer las tierras. Lo importante era que la ciudad fortaleza en la que nos adentraríamos era una especie de control para salir de la vasta zona montañosa de la frontera.
El comerciante advirtió que me tomaría algún tiempo salir de la ciudad debido al riguroso papeleo correspondiente, incluso si se trataba de un aventurero plateado o dorado, por suerte eso significaba que las probabilidades de que la espada carmesí fuese Hiyori eran altas.
Suspiré al darme cuenta de que todas mis conjeturas al final no llegarían a más que generar nerviosismo. Me erguí usando una de las paredes del carruaje como apoyo, acercándome hasta el borde de este, para sentarme cerca, con los pies a poco más de un metro del suelo y la brisa golpeando mi rostro.
El paisaje era el mismo que el de hace unos días, cordilleras que se extendían hasta desvanecerse en el horizonte, matorrales de césped y algún que otro árbol creciendo entre las montañas.
Pensándolo bien, simplemente miraba hacia atrás, seguramente hubiese un paisaje completamente diferente, no muy lejos si mirase hacia el otro lado. Pero eso sería una sorpresa que me reservaría para cuando llegásemos al destino.
Para matar el tiempo, tomé una pieza de plata y la lancé por los aires usando mi pulgar, atrapándola con en cuanto estuviese enfrente de mi rostro. Aparte de eso no tenía muchas opciones para matar tiempo, como mucho entrenar.
Sin embargo, entrenar constantemente no era bueno. Incluso el monstruo al que llamaba maestro "Hideaki" se tomaba alguno que otro día para descansar, según él, sobre esforzarse rara vez llevaba a algo más que frustración, claro, de vez en cuando no estaba mal tratar de sobrepasar los límites de uno, pero, incluso así era algo riesgoso.
En ese momento yo lo sabía mejor que nadie. Pesé a haber afrontado a la muerte de cerca, haber sentido su gélido aliento por culpa de mi ambición. Tampoco había progresado mucho, desde el entrenamiento con Yao lo único que había hecho era experimentar y aprovechar los conocimientos que ya tenía.
Con cada momento en el que me detenía para pensar un rato, me daba cuenta de que las cosas que daba por sentado no eran así como tal. Shyun había sido un gran apoyo para darme cuenta de ello, sin ella, todavía usaría las explosiones rúnicas que adopté de Feng.
Hasta el momento, rara vez me detenía a pensar mis acciones o considerar mis emociones. El colapso de hace poco era una buena prueba de ello, una consecuencia de la cual yo mismo era culpable, pues no daba tiempo a mis problemas.
«Me pregunto si hubiese podido sobrellevarlo solo».
Si algo había aprendido de todo, es que todo tiene un límite. Desde el uso del ether hasta la fuerza mental, cosas relacionadas, pero a su vez diferentes a un punto en el cual la comparación de por sí era ridícula.
Controlar ether no era muy diferente de forzar la vista para leer o matarse la cabeza tratando de entender algo incomprensible. Las emociones eran mucho más complicadas que eso, tanto así que estaba seguro de que primero dominaría todas las runas en mi saber, antes que los sentimientos que poseía.
Cuando finalmente me aburrí de lanzar la moneda, dejé que se cayera en el suelo del carruaje y me dejé caer para acompañarla. Estando así, espere en silencio mientras veía hacia el cielo, quizá en algún momento sucedería algo emocionante, aunque tampoco esperaba mucho.
En mi espera gocé de un buen número de actividades para mantener mi mente ocupada: Contar piedras en la carretera, observar nubes y tratar de darles una forma, lanzar nuevamente la moneda, contar ovejas imaginarias y en casos extremos cantar alguna canción pese a que era horrible en ello.
Así la luz del día fue amainando hasta iluminar el cielo con un tono naranja, juraba que podía ver como se ocultaba tras alguna montaña alta de la cordillera. De momento habíamos tenido suerte de no encontrarnos con alguna bestia que retrasará nuestro viaje.
La noche, sin embargo, solía tener planes diferentes.
Desde mi carruaje, logré escuchar el bostezo de Hwang despertando, él resguardaba el carruaje más cercano al mío en la caravana y por alguna razón se había mostrado más cooperativo conmigo desde que el anciano insistió en entregarme la espada que tenía guardada entre el equipaje.
Sabía que era probable que mi padre fuese aquel hombre al que el viejo tachó de demonio, pero no tenía una forma real de confirmarlo. Para mí la idea no era concebible, pues mi padre había muerto, el tío Yamato lo había dicho varias veces, aunque los que solían preguntar por él eran Gell o Aoi.
«Los carruajes se detendrán antes de que llegué la noche, lo mejor será no arriesgarme a preguntar nada hasta que llegue a la ciudad... dudo que siquiera pueda presentarme ante este pueblo, no me gustaría afectar al comerciante nuevamente».
Suspiré, dudando si bajar o no a la hora de llegar al destino, aunque lo más seguro es que tuviese que encerrarme en el carruaje hasta llegar a la ciudad. Perdido en mis preocupaciones, divagué pensando en lo que podría pasar, como no faltaba mucho para llegar, fue el tiempo suficiente como para exaltarme al sentir que el carruaje se detenía.
Decidí no bajar por cuenta propia, tenía suficiente agua y de necesitar comida, podría comer junto al comerciante en cuanto saliésemos del pueblo.
Al menos ese era mi plan, antes de que fuese frustrado por el grupo de guardias.
—¡Oye, Hayato! Ponte esto —dijo Hwang mientras se acercaba con una máscara plana, de aquellas que solía usar el personal de los gremios.
—Con esto no habrá problemas, disfruta del viaje —expresó con una sonrisa.
El jefe de los guardias se acercó para arrebatarle la máscara a Hwang.
—Pues si que tiene un problema, no podemos dejarla a como está —replicó en protesta para luego cortar con precisión de la nariz para abajo.
La máscara ahora solo taparía la parte superior del rostro, aunque cabía decir que eso era más que suficiente para ocultar la identidad de un individuo. Tras terminar su pequeña modificación, la sostuvo y extendiendo su mano me la entregó.
—Bien hecho jefe Baek, con esto podrá respirar mejor que con esas cosas —dijo Hwang.
Baek se le quedó viendo por un momento, era fácil notar que se había extrañado por la afirmación de su subordinado.
—¿Acaso eres idiota? Esto es para que no lo confundan con parte del personal —replicó molesto.
Hwang pareció ofenderse por el comentario, también se molestó.
—La máscara de por sí es negra, casi más negra que su alma, eso ya es más que suficiente—expresó con un tono de molestia más errático que el de Baek.
La más callada del grupo de guardias suspiró ante la riña y apartó a cada uno extendiendo sus brazos.
—Cómo sea, apresurémonos antes de que el comerciante nos regañé—dijo con una voz casi inexpresiva.
Hwang recuperó la compostura y reacomodó su traje como si de un gesto para reafirmar aquello se tratará.
—Tienes razón Han-na, mejor nos apresuramos —replicó mientras abandonaba el carruaje. —Baek, apresúrate —ordenó al alejarse.
Baek pese a estar molesto, hizo caso a Baek, despidiéndose al ondear la mano mientras seguía al resto en su patrullaje.
Tragué saliva mientras veía la máscara, era cierto que era de un negro casi completo, casi parecía de un asesino. De no ser por el corte que hizo Baek seguramente parecería alguna clase de bicho raro contratado para intimidar y matar, no podía estar más agradecido con él.
Aun así, dudaba sobre si taparme el rostro con ella. Seguro, podría caminar libremente por el pueblo sin miedo a ser confundido con el demonio de ojos verdes, pero mi imagen de por sí ya estaba asociada con mi apodo.
—El aventurero oscuro... ¿A quién demonios se le habrá ocurrido ese nombre? —expresé en voz baja algo apenado.
Para mi desgracia, la asociación de gremios ya me había dado aquel despectivo apodo. Seguramente una ocurrencia del caballero acadiano o Morgan, aunque tampoco podía descartar que todo el pueblo se pusiese de acuerdo en llamarme así solo por mi aspecto.
Al final acepté la máscara, até la tela que la ataría a mi rostro por sobre el cabello y la posicioné de tal forma que no molestará a la hora de moverme. Igualmente, seguía siendo algo molesto llevarla encima, pero asumí que solo necesitaba acostumbrarme.
Antes de salir del carruaje tomé el bastón de acero por si llegase a necesitarlo. Si bien la gente de Murim era relativamente tímida, solo había conocido campesinos, no tenía la menor idea de cómo se comportaban los nobles u otras personas de clase alta como los caballeros o escribas.
Lo más seguro era que mis sospechas fuesen infundadas, aunque recordar el filo de la espada de Haru tocando mi cuello no me dejaba confiarme en absoluto.
«Quién sabe cuántos locos pueda haber por ahí, necesito hacerme más fuerte... Pero eso será para otro momento, mejor busco algo de comer».
El pueblo era mucho más grande en comparación al anterior, este si que tenía plantíos de arroz y casas de madera con techos de paja, simples, pero decentes. Era de esperar que no viviesen en las mejores condiciones, pero tampoco parecía irles mal.
Una señora estaba vendiendo una sopa de arroz y unos pasteles de arroz preparados a mano. La sopa era dulce y se notaba a simple vista que llevaba mucho más que solo eso, pero estaba bastante rica, en cuanto a los pasteles de arroz, estaban bien, pero sentía que podrían estar mejor con algo extra.
Por último, me ofreció algo llamado Kimchi, verdura fermentada que desprendió olor a picante desde que me la acercó. Al principio fui excéntrico de comerlo, pero al final me resultó sabroso.
Tras comer extendí mi mano hasta una de las bolsas del cinturón, aquella en la que guardaba mi monedero y de él saqué unas veinte piezas de plata. Los ojos de la anciana parecieron brilla al ver el dinero, incluso me ofreció otro tazón del Kimchi.
Lo acepté con gusto y continué caminando por el pueblo mientras comía, la gente se pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en sus campos, tejiendo o lavando ropa y uno que otro par que se encargaban de cuidar a los animales de los establos.
Si bien todo era rudimentario, también era hasta bonito observarlo. Aun así, no tardé mucho tiempo en aburrirme, el pueblo no era ni gran ni pequeño y una buena parte de gente se asustaba cuando me les acercaba, aunque esta vez de mi parecido con el de los ojos verdes, la culpable era la máscara.
Suspiré frustrado al ver que el pueblo tampoco tenía algo entretenido que ofrecer, aunque en verdad la aldea en la que solía residir no era muy diferente. Había muchas cosas, eso era cierto, pero no me preocupaba en tratar de disfrutar ninguna de ellas.
Sin muchos ánimos caminé de regreso al carruaje, me había relajado lo suficiente como para bobear un rato, al final, no tenía mucho más que hacer hasta que llegáramos al pueblo. Para evitar que mi mente divagara demasiado, terminé sentándome en el borde del carruaje.
Hwang pasó a mi lado, deteniéndose a contemplar la espada que tenía guardada entre mi equipaje. Se molestó un poco al ver aquello, aunque era de esperarse, la espada era importante, más para él que para mí, pues yo desconocía su valor, pero eso no se lo restaba.
Hwang entró al carruaje y tras toquetear las cosas sin permiso me lanzó la espada, luego se bajó y se detuvo enfrente mío.
—¿Conoces el arte de la espada? —preguntó con seriedad.
Suspirando, tiré el bastón de mi espalda hasta el interior del carruaje y desenvainé la hoja, sosteniendo el mango con ambas manos.
—Sí, lo conozco. Pero debo admitir que no es mi fuerte —repliqué mientras resguardaba la vaina en el cinturón.
Hwang sonrió mientras revelaba su hoja, de un solo filo, de lomo plano y con un acabado hermoso.
—Bien, entonces te enseñaré a usarla bien, verás que un arma como esta no debe ser tirada como equipaje —expresó con una sonrisa desafiante.
—¿Estás seguro de que no es solo por aburrimiento? —respondí.
Hwang se apresuró en mi contra, traté de hacer un corte descendente en su contra, pero en vez de bloquearlo se paró sobre su pie izquierdo e impulsándose en él dio un salto lateral hacia la derecha esquivando mi filo y atacando tan rápido como pudo.
Sabiendo que no lograría detener su ataque con solo mi fuerza física, me vi forzado a usar un círculo rúnico por el lomo de la espada, con ello una corriente de viento impulsó mis movimientos, permitiéndome bloquear el ataque.
—Oh, así que ya te obligué a usar magia —dijo con un tono arrogante.
—No te preocupes, solo atacaré con la espada, la magia es complementaria —repliqué con la misma arrogancia.
Estaba molesto, aunque no con Hwang, al menos no exactamente. El chocar de las hojas me hacía recordar los entrenamientos infernales con Hiyori, de casi treinta enfrentamientos no la pude tocar en ninguno, ni siquiera con trucos. Así que, por alguna razón, quería desquitarme con otro espadachín de fuerza similar.
Grité sin razón aparente mientras balanceaba el filo, Hwang se reposicionaba esquivando y bloqueando ataques, saltábamos de un lado para otro en un combate igualado, no necesitaba recurrir a Shyun para ganarlo o quizá mi orgullo lo impedía.
Dos formulaciones rúnicas, ese era mi límite. En lugar de recurrir a Shyun, decidí copiar su técnica, dar un paso lateral impulsado por viento, pues yo no poseía la fuerza sobrehumana de un usuario de chi.
El siguiente intercambió empezó, Hwang se acercó dando dos pasos y con el centro de gravedad bajo, era difícil decir si apuntaría a un tajo en el centro o un ataque ascendente. En cuanto su espada empezó a moverse, concentré una buena cantidad de ether en la runa, dando un salto por sobre su altura y tras girar un poco por no poseer la estabilidad de las dos formulaciones ataque con un ataque descendente que hizo nuestras espadas chocar.
Tras esa colisión tanto Hwang como yo nos alejamos el uno del otro, él no parecía tener más ases bajo la manga y aunque podría derrotarlo con facilidad con la ayuda de Shyun, algo dentro de mí creía que fuere cual fuera la lección que Hwang me quería dar, debía descubrirlo por mi cuenta.
El combate continuó, Hwang detenía mis ataques con precisión e intentaba contraataques, cambiaba su postura entre una defensiva o una ofensiva dependiendo de mi ritmo de ataque. Esa era la diferencia entre yo y él.
Yo había amasado una buena cantidad de poder, pero todavía no lo había comprendido del todo, tenía la pintura, pero el lienzo todavía estaba vacío, como mucho había un boceto que desaparecía sin la ayuda de Shyun.
Cada ataque era fútil, sin importar de quién fuera. Pero al final fui yo quien termino perdiendo. En cuanto mi nariz sangró y mis piernas temblaron, supe que había alcanzado el límite más sano que podía permitirme.
Hwang envainó su espada y luego extendió su mano para ayudarme a levantarme. Guardé la hoja en su funda y tomé un sorbo de agua antes de poder hablar, el cansancio me estaba haciendo jadear y llevábamos un buen rato peleando.
—Menudo espectáculo el que armaron chicos —dijo Hwang mientras se acercaba con algo de vino de arroz. —deben estar cansados —continuó mientras se sentaba cerca.
Hwang se dejó caer, apoyando su espalda contra uno de los carruajes para apoyarse, Baek le ofreció una copa de vino y él la aceptó con gusto. También me ofreció una a mí, qué por supuesto acepté.
Espontáneamente, reí a carcajadas, bastó con un trago para que lo hiciera.
—Gracias Hwang, tenía tiempo sin divertirme peleando.
Hwang sonrió mientras tomaba otra copa.
—Sé bienvenido, nada como una batalla para entretener a un guerrero, siempre lo he pensado de esa manera.
Baek suspiró al escucharnos.
—Yo prefiero ir a pescar.
Hanna, que estaba cerca, también se dignó a hablar.
—Yo diría que es más entretenido cuidar de árboles bonsái.
Hwang tomó otro trago y luego empezó a toser, al parecer el licor le llegó a la garganta, pesé a que no era tan fuerte. Cuando se recuperó continuó hablando.
—Cada quien lo suyo, mi método animó bastante al chico, creo que eso me da más puntos.
Baek bufó algo frustrado.
—No sabes si le gusta pescar, no lo ha intentado.
Hanna, por su parte, solo me observó de reojo.
Baek y Hwang tomaron hasta que terminaron peleándose, por suerte Hanna se mantuvo lo suficientemente sobria como para mantenerlos a raya. Por mi parte estaba un poco mareado y sentía calor en el estómago, comí una brocheta de carne de las que estaba cocinado el comerciante y me bebí toda el agua de la cantimplora, cansado, fui directo al carruaje y en cuanto toqué el suelo caí rendido ante el sueño.
Al abrir los ojos desperté con un dolor de cabeza leve, pero molesto, traté de beber algo de agua, pero al parecer me había tomado todo el otro día. Los carruajes se estaban moviendo, aunque no sabía bien cuanto tiempo había pasado, hasta la fecha nunca había tomado tanto, generalmente solo un par de tragos.
Estando aún ligeramente mareado me asomé por el borde del carruaje para vomitar, por suerte el transporte era de los que estaban más atrás en la caravana, así no molestaría o salpicaría a nadie.
Tras dejar salir toda lo que había comido el día anterior, pude sentirme un poco más sobrio, aunque tenía algo de hambre. Mis reservas de comida se habían acabado ya hace un tiempo y tendría que esperar a que el comerciante se detuviera.
Al ver el cielo pude darme cuenta de que ya estábamos en el atardecer, solo debía esperar a que cayera la noche para poder deleitarme con un poco de comida.
«No vuelvo a tomar tanto, me siento mal».
Presioné mi mano izquierda contra mi estómago mientras me sostenía al carruaje con la otra, me mantenía reclinado por si acaso vomitaba de nuevo, por suerte las náuseas se estaban desvaneciendo.
Conforme el atardecer desaparecía, no podía dejar de preguntarme cuanto tiempo había dormido, sabía bien que bajo la bebida la percepción del tiempo se perdía, por suerte logré mantenerme cuerdo y no cometer ninguna locura a merced del licor.
Al final me aparté del borde para recostarme en una de las paredes del carruaje, aproveché para revisar que todo mi equipaje estuviese en orden, aunque tampoco es que llevara mucho. Como hacía calor manifesté la formulación rúnica usual y con un consumo pequeño y constante generé una brisa que mantuvo fresco por un buen rato.
Sabiendo que no llegaríamos al destino pronto, me quedé sentado sin hacer nada, mi mente estaba lo suficientemente serena como para no pensar en nada y esperar. Esta vez no me había puesto a jugar con la moneda, por su lado, estaba preguntándome si podría costear una posada decente en la ciudad.
Lo cierto es que todavía tenía bastante dinero, pero el papeleo, establecimiento y alimentación desaparecerían todo el oro que había acumulado en poco tiempo, a lo mucho y podría sobrevivir una semana siendo cuidadoso.
Suspiré al saber que tendría que trabajar a la vez que buscaba a Hiyori, eso de por sí no sería algo sencillo y los trabajos del rango plata mucho menos, para empeorar las cosas, no tenía la menor idea de como operaba la sucursal del gremio de la fortaleza.
Los carruajes no parecían detenerse y por el sentimiento marcado en mi cuerpo sabía con cierta certeza que había estado dormido mucho tiempo, no estaba seguro de cuanto, pero quizá más de un día.
No sería extraño que el cansancio acumulado se disparará de golpe causando ese efecto, ya me había pasado un par de veces. Mayormente en la montaña y por culpa de Yao, a veces me quedaba dormido sobre una pila de libros y despertaba en el fondo de algún acantilado cubierto de nieve.
El carruaje finalmente se detuvo, aunque esta vez no era para acampar, aunque ya estaba anocheciendo. Cuando salí a ver que pasaba vi una tortuga cruzando enfrente de los carruajes, era más alta que un edificio del gremio y por sobre ella había lo que parecía ser un pequeño jardín con una colina, hasta se podían ver algunas aves viviendo en su lomo.
Cuando finalmente despejó el camino, el conductor me llamó para regresar al carruaje, era extraño pensar que bestias como esa existían, en el pueblo como mucho podías ver a un tanuki o unos lobos.
El resto del viaje continuó sin dilación, al parecer al mercader se le estaba haciendo tarde para una reunión, los carruajes se movían tanto que era casi imposible dormir y continuó siendo así durante el resto de la noche.
Salió el sol y pasé toda la noche en vela, no estaba seguro de como me estaba manteniendo despierto, me dolían los ojos y el estómago también. Por suerte, al colgarme por el borde del carruaje para ver hacia delante, pude ver lo que parecía ser la sombra del baluarte, ya podía sentir la atmósfera de la fortaleza.
Esperé hasta llegar a la puerta. Cuando los carruajes se detuvieron, antes de bajar de él, decidí usar nuevamente la máscara. Si el demonio de ojos verdes estaba relacionado con el ejército, causaría una buena conmoción si mostraba mi rostro libremente por el lugar, al menos de momento.
Entramos lentamente, los guardias nos inspeccionaban, reportaban nuestro equipaje y la mercancía que transportábamos. Yo fui de los últimos en entrar, los guardias me detuvieron debido a la máscara, por suerte decidieron no arrancarla de mi rostro, la insignia de aventurero me salvó la vida nuevamente.
De todas formas tuve que llenar papeleo. Más que todo con mi nombre y otros datos, a diferencia del resto, tuve que declarar que clase de energía primaria usaba, aparte de todas las armas que llevaba entre mi equipaje.
Antes de entrar a la ciudad, pregunté por la espada carmesí. Los guardias solo me hicieron mala cara y me recomendaron buscar por los locales de comida consecuentes al gremio de aventureros.