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Chapter 20 - Reinicio

—Xavier, ¿qué haces a...— La voz de Heim se apagó, interrumpida por la pesada atmósfera que lo rodeaba. Su tono era más apagado que de costumbre, revelando un malestar que iba más allá de lo físico. Xavier se acercó a él, percibiendo la profundidad de su tristeza. Verlo era un recordatorio de lo que pasó, aunque tenía ese archivo en manos, ¿qué podía hacer él solo?

Xavier suspiró y le dio unas palmaditas en la cabeza, como si intentara infundirle un poco de aliento en medio de su abatimiento.

—Hiciste lo mejor que pudiste, no te culpes. Cosas así pasan muchas veces.

Heim se mordió el labio, una reacción instintiva que delataba su frustración. No, Xavier no entendía. Quería abrirle su corazón, decirle todo lo que pasaba por su mente, pero sabía que no ganaría nada haciéndolo. Simplemente se lo guardó, como un secreto oscuro.

—Sí, claro. ¿Qué es lo que quieres? —respondió, con el ceño fruncido mientras se dirigía a la cama y se sentaba. El cansancio lo invadía, y no tenía ánimo para conversar. Ni siquiera él mismo sabía por qué quería buscarlo. Una parte de él se aferraba a la esperanza de que Xavier, a pesar de su indiferencia aparente, pudiera ofrecerle alguna forma de consuelo.

—Prepararte para tu entrada a la prueba, eso es lo que quiero. Ya no tienes hogar, no tienes amigos cercanos, no tienes nada, eres un vagabundo. Serás un errante. —Las palabras de Xavier golpearon a Heim como una fría realidad. "Un vagabundo", pensó, riéndose amargamente de sí mismo. Jamás imaginó que esa palabra estaría ligada a su nombre. La muerte de su madre había marcado un cambio irreversible en su destino.

—¿Mi papá está bien? No he podido contactarlo —preguntó, un nudo en la garganta. Aquel documento que había recibido pesaba en su mente, una sombra de incertidumbre que se había asentado en su corazón. La preocupación por su padre comenzaba a devorarlo.

—No, no sé nada de él. Desapareció de la nada. Sin rastros, no tenemos ni idea de qué le habrá pasado.

Las palabras de Xavier resonaron como un eco en su mente, abriendo un abismo de pensamientos oscuros. ¿Y si su padre había sufrido el mismo destino que su madre? La idea le llenó de terror. Pensó en todas las cosas horribles que pudieron haberle pasado, y su mente se sumió en un torbellino de desesperanza. Estaba convencido de que no le quedaba nada, de que la vida se le escapaba como arena entre los dedos.

—Pensé que sabrías algo. Los salvadores al parecer no le hacen justicia a su título —su voz era cortante, cargada de reproche. La molestia se notaba claramente en su tono, la rabia brotaba como una herida abierta. Sus palabras estaban impregnadas de dolor, y aunque quisiera guardar silencio, el sentimiento lo invadía por completo. Aún esperaba que Xavier le brindara apoyo emocional, no solo lo viera como un arma en su lucha.

—Ugh, entiéndelo. No podemos estar presentes en todos los lugares en los que se nos necesita. Si tuviéramos un poder omnipotente, ya habríamos acabado con esto desde hace mucho tiempo.

Xavier trató de mantener la calma. No podía dejarse afectar por la amargura de un niño desolado que estaba atravesando una pérdida tan devastadora. Pero la impotencia de la situación lo llevaba a reflexionar sobre lo que realmente importaba. Discutir con Heim no lo llevaría a ninguna parte; eso lo sabía bien.

—Entonces, solo vine a decir eso. Te recogeré en tres días. Serán suficientes para curarte totalmente.

Heim lo miró con una mezcla de resignación y rabia, como si sus palabras fueran un recordatorio cruel de lo frágil que era su situación. La promesa de los tres días parecía un alivio, pero también un recordatorio de que el tiempo se deslizaba sin piedad, llevando consigo cada momento que quedaba de su antigua vida. — Claro, diciembre no está lejos — recordó que cada seis meses era esa prueba. 

Mientras Xavier se levantaba, la preocupación se hizo evidente en su rostro. Aún había más que decir, más que compartir. Pero lo dejó ir, sabiendo que en este momento, la lucha de Heim no era solo contra la pérdida de su madre, sino contra la soledad que lo acechaba, esa que se convertía en su única compañera.

—Recuerda, Heim. No estás solo en esto —murmuró Xavier, saliendo de la habitación.

Pero la realidad pesaba más que las palabras. Heim sintió cómo la desesperanza se apoderaba de él nuevamente. Al menos, él al menos creía que Xavier, Terrus o como sea que se llame, estaría con él en este camino. 

La habitación era un eco de su dolor, y cada rincón le recordaba a su madre. Mientras se acomodaba en la cama, un torrente de recuerdos lo envolvió: su risa, su calidez, el amor incondicional que siempre le había brindado. Ahora, esos momentos se sentían como un sueño lejano, como la luz de un faro apagado en la distancia.

—¿Qué hago ahora? —susurró para sí mismo, en busca de respuestas en el vacío. No podía dejar que el dolor lo consumiera, no podía rendirse. La idea de convertirse en un vagabundo, un errante, era aterradora, pero debía encontrar su camino, incluso si eso significaba enfrentarse a la verdad que se escondía detrás de su dolor.

Con un nuevo sentido de propósito, Heim se sentó en la cama y comenzó a planear. Cada recuerdo de su madre lo empujaba hacia adelante. Tenía que encontrar a su padre. No podía rendirse. La verdad le esperaba, y aunque la oscuridad lo rodeara, él se negaba a ser una víctima más de su propia historia. Tenía que descubrir lo que había pasado con su madre y lo que realmente estaba ocurriendo en el mundo que lo había abandonado.

Heim quiso levantarse y eso hizo, recordando una vez más que si quería, era capaz. Estaba triste, demasiado, pero de nada le serviría lamentarse por los próximos tres días.

...

Y así, el tiempo pasó. En el amanecer del tercer día, un toque resonó en la puerta. Consciente de lo que lo esperaba, Heim se acercó con el corazón latiendo con fuerza y abrió, suponiendo que sería Xavier quien estaba detrás. Al verlo, formó una amarga sonrisa.

—Llegas temprano —comentó, notando que eran alrededor de las siete de la mañana. Tal vez, demasiado madrugador.

—Empieza a acostumbrarte a dormir y despertar temprano, niño —respondió Xavier con un tono firme, haciendo una seña para que lo siguiera. Heim, preparado desde la noche anterior, se había pasado la madrugada en vela, sumido en la ansiedad que le provocaba el futuro incierto que le aguardaba. Su mente era un torbellino de pensamientos, trazando caminos que iban de aquí para allá, cada uno más desconcertante que el anterior.

Mientras caminaban, Heim no podía evitar pensar en todo lo que quería lograr. Tenía que encontrar respuestas: saber dónde estaba su padre, descubrir quién le había enviado ese archivo y entender cómo su madre había terminado de esa manera. Cada pregunta era una espina en su corazón, un recordatorio constante de su dolor y su deseo de entender la tragedia que lo había llevado a esta situación.

Xavier lo guió hacia el exterior, donde el aire fresco de la mañana chocaba con su piel. El mundo parecía estar despertando lentamente, pero dentro de él todo era un caos. Una pista que tenía era que su madre había sido una abominación artificial creada por los Candra, una revelación que le llenaba de rabia y confusión. Los Candra eran una familia reconocida, y ahora todo lo que le había sucedido a su madre se volvía cada vez más claro, pero a la vez más oscuro.

Mientras caminaban, Heim sintió una oleada de determinación. Tenía un lugar donde redirigir su dolor, y lo aprovecharía al máximo. No iba a permitir que el sufrimiento lo consumiera; en cambio, iba a utilizarlo como combustible para encontrar la verdad. No había dejado de ser un niño desolado, y aunque el miedo lo acompañaba, ahora estaba decidido a usarlo.

Xavier lo llevó a un campo abierto, donde el sol comenzaba a elevarse, iluminando el cielo con tonos anaranjados y dorados. La belleza del amanecer contrastaba con la tormenta que rugía dentro de él.

—Escucha —dijo Xavier, interrumpiendo sus pensamientos—. Hoy será el comienzo de un nuevo capítulo para ti. Tienes que estar preparado para lo que venga.

Heim asintió, sus ojos fijos en el horizonte, donde el sol se alzaba majestuoso. Era un símbolo de esperanza, un recordatorio de que cada día ofrecía una nueva oportunidad. Aunque el camino por delante sería complicado y lleno de desafíos, sabía que debía seguir adelante.

—Sé que no será fácil —continuó Xavier, su voz grave resonando en el aire—. Pero tienes que aprender a enfrentar tus miedos y a utilizar tu dolor como un arma. No te dejaré caer.

Heim sintió una chispa de gratitud hacia Xavier, aunque aún no podía dejar de lado la amargura que lo invadía.

Mientras el sol ascendía, iluminando el camino que tenían por delante, Heim dejó que su mente se enfocara en lo que realmente importaba. Estaba listo.

—Voy a encontrar a mi padre —declaró, la determinación marcando su voz. Era un desafío, un compromiso consigo mismo. El pasado lo había moldeado, pero no iba a dejar que definiera su futuro. Estaba decidido a luchar por lo que quería, sin importar qué o quién se pusiera delante. 

— Entonces, ¿por qué estamos aquí? — a primera vista se veía que era una zona abierta, una zona rodeada de rocas y tierra, pequeños cúmulos que servirían para usarse como escudos... ¿Escudos? La mente de Heim aunque dolida, seguía trabajando. — ¡Muévete! — un sonido de rocas chocando captó su atención, y entonces, como si otra bola de demolición lo golpeara, su cuerpo tronó.