—No estoy obligado a responder a sus preguntas, pero la única razón por la que me veo forzado a hacerlo es porque mi esposa ya se ha ocupado del asunto —dijo Robin, sus ojos llenos de dolor—. ¿La llaman ciega? ¿No? ¿La llaman absolutamente necia? ¿O que carece de autoestima?
Esas palabras nunca habían cruzado su mente hasta que las leyó, y estaba muy molesto por la forma en que veían a Sabrina por su amor incondicional por él. Una mujer como ella no merecía ser tratada de esa manera, y Robin estaba furioso por ello. Extrañamente, ninguno de los quince o más representantes de los medios pudo pronunciar una palabra mientras la vergüenza cubría sus ojos, pero Robin apenas estaba calentando motores.
—Verán, podría soportar todas las tonterías si se centraran solo en mí, pero arrastrar a mi esposa en esto y llamarla de esa manera —la expresión de Robin era desgarradora—. Yo, Robin Jewel, no perdonaré. Llegaré al fondo de esto, y todos los involucrados pagarán.