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—Mi pobre Talia —sacudí mi cabeza ante la puerta cerrada antes de empezar a correr por las escaleras hacia su habitación. Sabía que estaría allí. Ese era el lugar a donde siempre iba para estar sola. No era original, pero al menos era fácil para mí.
—¿Talia? —llamé en voz alta mientras golpeaba su puerta—. Talia, déjame entrar.
—Vete —sollozó desde dentro de su habitación.
—No me voy a ir, Talia. Por favor, abre esta puerta.
—¡No! —me espetó más fuerte que antes.
—Talia, abre la puerta. No me obligues a derribarla. Sabes que puedo hacerlo —estaba haciendo mi mejor esfuerzo para sonar firme pero no enojado.
—Está bien —pronunció las palabras de manera brusca mientras la puerta se abría—. Entra.