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—Reece y yo pasamos los siguientes días en el hospital con los bebés —empezó diciendo—. Nacieron justo después de la medianoche del primero, que era un martes. Reece y yo íbamos a quedarnos con todos los bebés hasta que fuera hora de ir a casa. Reece estaba decidido a no dejar mi lado en ningún momento, y por lo tanto, había llamado para dictar lo que quería que se hiciera en la guardería.
—Les estaba diciendo a dónde mover las cunas, qué sábanas comprar y dónde colgar el nuevo letrero con los nombres que había pedido con entrega urgente. No tenía paciencia para esperar a estar en casa para hacerlo él mismo, pero era un perfeccionista y quería que se hiciera según sus especificaciones. Y tampoco quería irse hasta que los bebés y yo saliéramos con él.