—Reece
Siete días. Una semana. Ciento sesenta y ocho horas. Diez mil ochenta minutos. Seiscientos cuatro mil ochocientos segundos. Ese era el tiempo que había pasado desde que llegué a casa y encontré a mi esposa en coma. Vale, no sé el segundo exacto, y puede que me equivoque por un minuto o dos, pero el resto es exacto.
—¿Dónde estás, Trinidad? ¿Por qué no vuelves a casa conmigo? ¿Con tu familia? ¿Qué estás haciendo allí fuera? —Sabía que hacerle estas preguntas no tenía sentido. No es que ella pudiera responderlas ahora mismo. Aun así, me sentía un poco mejor al decirlas en voz alta.
Durante la semana pasada hice todo lo posible para no desmoronarme. He estado intentando mantenerme fuerte y tranquilo para los niños. Incluso lo había llevado lo mejor que podía al hablar con la familia de Trinidad. Eso había sido difícil, mucho más de lo que esperaba. Pero lo hice y ya está hecho.