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Trinidad
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Mi otra yo se negó a escuchar mis súplicas por misericordia. Simplemente metió su mano en esa bolsa a sus pies con una sonrisa en su rostro. Esa sonrisa suya no flaqueó en absoluto tampoco. No cuando arrojó el polvo al fuego y lo hizo resurgir de nuevo a la vida. No cuando la luz del fuego parpadeaba de manera siniestra en su rostro, haciéndola parecer una especie de criatura maligna. Y definitivamente no cuando la pantalla se reformó para el siguiente despliegue de locura.
—Este próximo es uno de tus mayores errores, Trinidad. Tantas vidas perdidas esta vez, tanta gente que murió porque no pudiste detener a tu padre —dijo mi otro yo.
—¿Cuándo dejará de ser algo con lo que me atormentas? ¿Cuándo las acciones de mi padre serán su propia responsabilidad y no la mía? —replicé.