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Trinidad
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—Te encontraré, por favor resiste. Lo siento, Pequeño Conejito —Después de las palabras de Reece, vi que mi cuerpo se debilitaba aún más—. Trataba de descubrir dónde estaba y qué había a mi alrededor. Y fue en ese momento cuando mi padre eligió hablar.
—Por fin despiertas —Habló desde las sombras, su voz era ominosa, profunda y suave, algo que había escuchado antes de esa noche, por lo que recordé haberla reconocido en el sueño que tuve.
—¿Quién eres? —Exigí desde el rincón oscuro.
—He esperado mucho tiempo por ti, Trinidad —Mi padre se movió hacia delante, saliendo de la sombra y entrando a la tenue luz—. Era alto, con el cabello blanco como la nieve aunque no parecía mayor de treinta años. Su rostro era alargado y lleno de líneas angulares. Su tez, que parecía radiante bajo la luz de la luna, y sus ojos azul brillante eran exactamente iguales a los míos. Ese fue el primer momento que me hizo pensar que este hombre era algo más de lo que esperaba.