—Reece
Después del fiasco con el envenenamiento, y mi Pequeño Conejito volviéndose toda una verduga con nosotros, volvimos a la casa en la que estábamos alojando. Necesitaba hablar con mi esposa acerca de lo que acaba de pasar, y quería hacerlo solo.
Tan pronto como llegamos, pregunté si Mamá y Eva podían llevar a Reagan y Rika a la cama para poder llevar a Trinidad a nuestro cuarto. Estuvieron de acuerdo de inmediato mientras miraban a mi Pequeño Conejito aprensivamente. Esperaba que esto no les llevara a tener miedo de ella. De hecho, había hecho lo que debería haber hecho. El problema es que ninguno de nosotros alguna vez esperó eso de ella.
Cuando estuvimos solos en nuestra habitación en la planta alta, la llamé.
—¿Pequeño Conejito?
—¿Sí, Fido? —Se volteó y me miró seductoramente mientras comenzaba a deslizarse hacia mí.
—¿Qué pasó allí? —Quería ir directo al grano.