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Trinidad
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—¿Qué estás haciendo? —me preguntó Reece mientras yo estaba sentada en el sofá de la habitación—. Acababa de sacar el diario encuadernado en cuero que Gabriel me había dado.
—Estos eran de mi tatarabuela. Estos son los diarios que Gabriel pudo encontrar. Pensaba leerlos para descubrir lo que Gabriel cree que debería saber.
—Eso es bastante importante. ¿Quieres que me siente contigo mientras los lees?
No me estaba ofreciendo hacer nada, solo sentarse conmigo. Quería estar allí para darme apoyo moral, en caso de que lo necesitara. Realmente era el mejor esposo del mundo.
—Gracias, Reece. —Le sonreí y él se rió.
—Realmente pensé que iba a recibir un 'no te halagues Fido' o algo así.
—¿Soy realmente tan malvada?
—No, solo quería romper la tensión. Vamos, puedes sentarte en mis piernas. —Con eso, me levantó y me sentó sobre sus piernas, abrazándome—. Ahora estás cómoda y segura. Puedes leer.
—Solo querías abrazarme. —Me reí con él—.
—Eso es lo de menos.