—Trinidad.
Pasamos gran parte del día poniendo reparos a cada eventualidad, por lo que estaba mentalmente agotada; el problema era que estaba tan animada que mi corazón latía a mil por hora. La cena fue un momento tenso, con sólo Reece y yo en la casa. El personal fue despedido ya que ninguno de ellos era luchador y debía ser enviado a un lugar seguro. Nunca pensé que odiaría tanto el silencio, pero no era solo silencio, también era espeluznante. Siniestro de alguna manera, como si el silencio estuviera canalizando mi temor, o al mismo Edmond.
La energía excesiva me tenía inquieta y no podía quedarme quieta. Para las diez de esa noche, Reece ya estaba harto de mi inquietud y de mis manos retorcidas.
—Tienes que parar —dijo finalmente mientras me miraba, con una expresión mitad sonrisa mitad ceño fruncido en su rostro. Era una mirada complicada y no estaba segura de cómo la había logrado, pero de alguna manera lo hizo, y parecía sexy haciéndolo.