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Trinidad
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Desde el momento en que me di cuenta de que ya no sentía ese pequeño calor parpadeante dentro de mí, esa pequeña luz de vida que asociaba con mi pequeño Jelly Belly, sentí que estaba entumecida tanto por dentro como por fuera. Algo faltaba. Algo estaba roto. Había fallado.
Sentí que había estado perdiendo el control, y si no hubiera sido por el constante tacto de Reece, ya lo habría perdido todo por completo. Durante todo el tiempo que viajamos desde el Aerie Convento, me senté en su regazo. No quería sentarme en mi asiento junto a él.
Necesitaba sentir sus brazos envolviéndome. Necesitaba que él me mantuviera en la tierra. Necesitaba su calor.
Cuando llegamos al hotel resort en el que nos íbamos a alojar, él colocó su mano en la parte baja de mi espalda, guiándome mientras caminábamos. Nunca dejó que su mano me soltara. No sé si fue porque sabía que yo lo necesitaba, o si él me necesitaba igual de mucho. Pero no me importaba, estaba feliz por su tacto.