—Me senté allí, con mi mundo derrumbándose a mi alrededor. Acunando a mi compañera en mis brazos mientras las lágrimas corrían libremente por mis mejillas. El ambiente en la habitación era sombrío y silencioso. No sabía qué hacer por mi esposa en ese momento.
—Te fallé —las palabras temblaban mientras mi voz temblaba.
—No, fue mi culpa —ella también lloraba, podía sentir su temblor en mis brazos mientras nos abrazábamos—. Me dijiste que no me arriesgara, que no me metiera en la pelea...
—Me escuchaste, la pelea llegó a ti, no la perseguiste.
Mientras hacía mi mejor esfuerzo para pasar este momento tan personal en una habitación llena de gente, hubo otra de esas risas maniáticas. La risa fue seguida por una voz fría y sin alegría.
—Vaya, ¿la perra perdió a su cachorro? —la risa que siguió fue siniestra—. Supongo que ya logré algo.
—Hijo de puta —gruñí.
—No, ese habría sido tu inútil hijo. Pero te salvé de esa decepción. Realmente deberías estar agradeciéndome, chico.