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Trinidad
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Reece caminaba hacia adelante, adentrándose más en los árboles y alejándose de la casa. Había un movimiento seguro en su caminar. Su cola se movía ligeramente frente a mí. Su aroma era rico e intenso, potenciado por mi sensible nariz de loba.
—Reece, ¿a dónde vamos? —le pregunté con aprehensión.
—Vamos a divertirnos un poco —se rió—. ¿Quieres jugar a un juego? —me preguntó.
—¿Qué tipo de juego? —mi voz tembló al preguntarle.
—Juguemos a un buen juego de pilla pilla. Te perseguiré y si te atrapo, podré hacer lo que quiera contigo.
—¿Cualquier cosa? —le pregunté después de tragar el nudo en mi garganta.
—Mhmm, cualquier cosa que quiera —ronroneó, girándose para mirarme con ojos lujuriosos.
—¿Y-y si yo ga-gano? —mi voz me traicionó por completo; no podía ocultar mi nerviosismo en absoluto. Se rió brevemente, solo por un segundo, antes de responder.