Trinidad
Poco después de que la criada vino a recoger los platos del almuerzo, hubo un golpe en la puerta. Podía oler al hombre que estaba en el pasillo.
—Entra, Vicente —Reece llamó. Intenté moverme desde mi posición actual, ya que estaba sentada en el regazo de Reece en el sofá cerca de la chimenea, pero él simplemente me apretó contra él, sin dejarme moverme de él.
—Alfa —Vicente asintió con la cabeza en señal de deferencia antes de mirarme—. Luna —suspiró mirándome—. Qué bueno verte, Trinidad. Me alegra que estés a salvo. —La sonrisa que iluminó su rostro entonces era brillante y feliz. Me alegré de poder verlo de nuevo.
—Es bueno verte de nuevo también, Vicente —le sonreí, pero por alguna razón su sonrisa desapareció y su rostro cayó.
—Lo siento. Lo siento mucho.
—¿Qué pasa? —le pregunté, asustada por el tono doloroso en su voz.
—Vicente, ¿ha pasado algo? —Reece le preguntó, usando su voz de Alfa.