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Trinidad
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El teléfono no dejaba de sonar una y otra vez. Nadie se movía para contestarlo en absoluto. Reflexioné sobre eso un momento y finalmente levanté la vista. Fue en ese momento cuando Vicente también me miró con una expresión curiosa en su rostro.
—¿Vas a atender eso? —preguntó, haciendo referencia a mi teléfono de oficina. No había pensado que era la línea fija. La mayoría de las personas no llamaban a este número más. Más que nada era un requerimiento del pasado que aún tuviera uno en la oficina. Era un número de negocio, y mientras Reece y yo tuviéramos un negocio, necesitábamos este teléfono en la oficina.
—¿Quién podría estar llamando justo ahora? —pregunté mientras extendía la mano hacia el teléfono y lo descolgaba de la cuna.