—Trinidad
Reece empujó la puerta del baño con su hombro y entró sin dudarlo. Yo me ponía más nerviosa por momentos. Me llevó hasta la bañera y me bajó a mis pies junto a ella.
—¿Quieres sentarte en una toalla para esperar? —me preguntó.
—No, soy capaz de estar de pie unos minutos —respondí desafiante—. No era tan débil, aunque sentí que el dolor aumentaba en mis piernas cuando me bajó. Mis músculos estaban definitivamente adoloridos.
Lo observé mientras abría el agua caliente. Añadió un jabón suavemente perfumado que parecía ser el único en la habitación. Después de probar el agua, se volvió hacia mí con las manos extendidas.
—Reece, no soy inválida.
—Lo sé —me sonrió mientras me recogía—. Pero tengo mucho tiempo que recuperar. —Se rió mientras se metía en el agua conmigo en brazos.