—¿Trinidad? —escuché a Reece susurrar mi nombre, pero no sonaba como su voz habitual después del sexo. Era ronca, sí, pero había algo más también. Había una nota que hablaba de algo más serio y exigente. Lástima que me sentía totalmente agotada y no quería prestar tanta atención.
—¿Sí, Reece? —pregunté en un tono somnoliento y satisfecho. Esta era mi voz habitual después del sexo, la que decía que no quería moverme hasta que mis huesos se solidificaran de nuevo.
—Creo que necesitas despertarte un poco más —dijo, con una voz todavía seria y nada somnolienta como la mía. ¿No debería estar listo para dormir? Habíamos tenido un largo día, y acabábamos de tener un sexo mágico y alucinante. Era hora de que cediéramos al llamado del sueño y nos acurrucáramos el uno al otro hasta la mañana.
—¿Por qué? Solo quiero dormir —me acurruqué contra él un poco más, presionando mi vientre redondeado contra él y frotando mi mejilla contra su hombro desnudo y sudado.