—¿De qué estás hablando? —dijo Arturo cuando fui a hablar con él—. Yo no hice nada.
—¿Cómo pasaste por ellos? —le gruñí—. Ellos saben cuándo alguien quiere hacernos daño.
—Pero yo no quería hacerle daño a Talia. Quería hacer que me amara y convertirme en su esposo. Entonces seríamos rey y reina. Quería mejorar su vida.
—Entonces estás delirando —le fulminé con la mirada—. Porque su plan no es tomar mi reino. Ella tiene uno propio.
—Tú la estás enviando al infierno. Tú eres el monstruo aquí —me gritó—. ¿Cómo pudiste?
—Esta fue su decisión, no la mía. Ella eligió hacer esto. Y si no lo quisiera, no se lo impondría. Ella es capaz de tomar sus propias decisiones.
—¡MENTIROSO! —Arturo me gritó—. Simplemente no la amas. Por eso la estás lanzando al infierno.
—Supongo que fue porque pensaste eso que pudiste pasar por ellos —sacudí la cabeza—. Estabas tan delirante que creías que la estabas salvando. Eso, o eres simplemente un muy buen mentiroso —lo miré fijamente.