Con paso lento, me aproximé hacia la figura enigmática de aquella mujer, mi garganta apretada por la ansiedad y mi mente plagada de incógnitas. Me preguntaba si ella podría hablar mi idioma o si existía alguna manera de comunicarme y solicitar ayuda.
Mientras observaba la silueta de la misteriosa mujer, me percaté de su belleza. Vestía un elegante vestido que apenas cubría su figura, y su rostro rivalizaba con el de cualquier modelo de mi antigua vida. Me acerqué tímidamente y le susurré, preguntándole si podría indicarme el nombre de este pintoresco pueblo. Sus ojos me escrutaron de arriba abajo y, con desdén, me informó que me encontraba en el pueblo de "Voidless".
Charles se quedó perplejo, luchando por comprender cómo el autor de la carta podía comunicarse con otros seres.
Un sentimiento abrumador me inundó al darme cuenta de que podía comunicarme con alguien y que no estaba solo en este mundo. Me aventuré tímidamente en el pequeño pueblo, mi estómago rugiendo con intensidad tras horas de caminata. Era natural sentir hambre después de todo.
Charles se esforzaba por imaginar las facciones de la misteriosa mujer que había logrado comunicarse con el desafortunado protagonista.
Me preguntaba qué tipo de economía regía en este lugar. Recordé que tenía algunas monedas en mis bolsillos, y el rugido de mi estómago me recordó su presencia. Sin conocer las normas de este nuevo mundo, decidí tomar la decisión de comprar algo de comida con esas monedas. Si no podía cambiarlas, pensé que podría tomar un poco de comida sin arriesgar mi vida por un simple trozo de pan.
La situación era desalentadora, y el autor se encontraba en un lugar desconocido sin entender su funcionamiento. Charles se cuestionaba sobre las incógnitas que habían despertado su curiosidad.
Me acerqué a un local cuyo aroma delataba que se trataba de una panadería. El hombre detrás del mostrador me miró con evidente desagrado al ver mis ropas, y su mirada denotaba repugnancia hacia mi presencia. Con tono hostil, me recriminó por espantar a los clientes y me instó a marcharme rápidamente. Supliqué que me vendiera algunas migajas de pan a cambio de mis monedas, pero él insistió en que mi dinero era falso, tan insignificante como piedras sin valor. El mundo parecía rechazarme, y la idea de tomar el pan y huir cruzó por mi mente. Sin embargo, una mano delicada se posó en mi hombro.
Era una hermosa dama que me susurró al oído, instándome a reflexionar sobre mis acciones. Amablemente, ofreció pagarme por un pequeño trozo de pan. El hombre que se había mostrado hostil finalmente cedió y me dio el pan. La dama, con un gesto de generosidad, compartió su agua conmigo y me regaló algunas monedas. Me advirtió sobre la necesidad de tener cuidado mientras viajaba por aquel lugar y me preguntó mi nombre. Lentamente, le respondí que me llamaba Max.
Charles finalmente conoció el nombre del misterioso hombre que había escrito la historia que estaba leyendo en un oscuro y desolado callejón.
La dama asumió que yo era un extranjero, ya que no me había visto antes. Se despidió deseándome una buena vida y buen viaje. Probablemente, ella era el ángel que había salvado mi vida y extendido su mano cuando todo parecía perdido. Mientras me adentraba en ese lugar sombrío, divisé un edificio que se asemejaba a un casino. Siempre había confiado en la buena fortuna, a pesar de los problemas que había tenido con las bebidas y las apuestas en mi antiguo mundo. Ahora, creía en mi suerte y en el destino.
Apenas disponía de unas pocas monedas de bronce, y aún no entendía las normas que regían en este mundo desconocido. Lentamente, ingresé en el lúgubre casino, pero de repente, una voz retumbó como una explosión. Gritaron que debía abandonar el establecimiento de inmediato.
Con timidez, expresé mi deseo de apostar algo de dinero. El hombre me miró de arriba abajo y soltó una carcajada, acusándome de no tener ni una sola moneda de bronce. Saqué las monedas que la dama me había dado, y él agarró mi brazo con brusquedad, acusándome de haberlas robado y amenazando con llamar a la guardia.
Una voz suave resonó en mis oídos, afirmando que todas las personas eran bienvenidas en su casino, sin importar la procedencia de su dinero o su estatus. La voz pertenecía a un hombre joven, no mayor de treinta años, vestido con ropas lujosas y caras, probablemente de seda fina. Se presentó como Aron, el dueño del casino, y como disculpa, me ofreció un trago de vino. Me aseguró que era bienvenido y que podía participar en cualquiera de los juegos que ofrecía. Mi atención se centró en una rueda que mostraba números cuyo significado desconocía.
Aron, notando mi interés, me explicó detalladamente cómo funcionaba el juego de la rueda. La rueda giraría y, según el número que saliera, determinaría mis ganancias. Me advirtió que, en caso de obtener un -1, perdería todo mi dinero. Mi espíritu se encendió de emoción al pensar en las posibilidades de ganar y en lo improbable que parecía perder. Tomé la decisión de apostar todo mi dinero, pero antes de continuar con mi historia, es necesario que te explique cómo funcionan las monedas en este mundo desconocido.
Las monedas de bronce eran la denominación más baja y se usaban principalmente entre obreros y personas de estrato bajo. Con una moneda de bronce, podías comprar un pequeño trozo de pan.
Las monedas de plata eran la siguiente categoría. Se necesitaban diez monedas de bronce para obtener una sola moneda de plata, con la cual podrías alimentarte durante una semana o mantener a una familia de cuatro miembros. Por lo general, las monedas de plata eran utilizadas por los familiares de los recaudadores de impuestos o los guardias del reino.
Las monedas de oro eran aún más valiosas que las de plata, ya que requerían al menos doscientas monedas de plata para obtener una. Estas monedas eran usadas por duques y barones de los estratos más altos de la política de un pequeño país. Con una moneda de oro, podrías disfrutar de banquetes dignos de un rey durante un mes.
Por encima de las monedas de oro estaban las monedas sacras, de un valor incalculable. Se decía que necesitabas quinientas monedas de oro para obtener una moneda sacra. Estas monedas eran supuestamente utilizadas solo por la Santa Iglesia ZCrar y tenían un papel crucial en la determinación del destino de las guerras. Se rumoreaba que una de estas monedas detuvo una guerra que había durado cien años. Sin embargo, no quedaban rastros de tales monedas, y algunos creían que su existencia era pura fantasía.
Además, se hablaba de los Objetos Santos, cuyo valor era incalculable. Se decía que estos objetos eran capaces de controlar bestias, reducir imperios a cenizas e incluso someter a un dios, habiendo sido creados en la época de la creación de las distintas razas que habitaban este mundo. La Iglesia ZCrar temía su poder y los había prohibido, haciéndolos desaparecer con el tiempo.
Retomando mi historia, el hombre que me había despreciado y acusado de robar hizo girar la inmensa rueda. Mi mente divagó en un mundo de fantasía, pensando en las monedas de plata que podría ganar y en la nueva vida de placer que me esperaba.
De repente, mi suerte cambió, como si una nube blanca fuera barrida por un viento destructivo. Había ganado un premio considerable, multiplicando mi modesta inversión. Tal vez, ahora podría comenzar una nueva vida en este mundo paralelo.