Andrei
Cuando Andrei salió del comedor, recordó a sus hombres que se alistaran para el banquete. Luego se dirigió al cuarto de baños de los príncipes. Anteriormente, compartía este espacio con su hermano Olef, pero ahora que Olef era rey, el cuarto le pertenecía solo a él. El camino estaba más tranquilo sin el bullicio de la mañana, pero el frío del invierno se hacía más palpable.
Al llegar al cuarto de baños, ubicado cerca de sus habitaciones, escuchó algunas risitas. Entró en el cuarto iluminado por antorchas, con el techo bajo y dos grandes bañeras de piedra al estilo del Imperio Dudontis, cada una con capacidad para siete personas. Los aromas de eucalipto, lavanda, romero y tomillo llenaban el aire. Melissa, Jazmin y Anny estaban en una de las bañeras. Melissa y Jazmin reían y molestaban un poco a Anny; Jazmin besaba su cuello, susurrándole cosas que mantenían su rostro carmesí, mientras Melissa jugaba con los pechos de Anny, pellizcando sus erectos y rosados pezones.
Las tres se veían hermosas con sus cuerpos esbeltos y cabellos mojados. Sus pechos flotaban ligeramente en el agua y sus sonrisas eran deslumbrantes. Jazmin fue la primera en notar a Andrei y le dio una sonrisa tierna, contrastando con lo que le estaba haciendo a Anny. Melissa, al darse cuenta de su presencia, le sonrió juguetonamente mientras seguía pellizcando los pezones de Anny, quien trató de contener sus pequeños gemidos. Anny, con los ojos entrecerrados, suplicaba por toda la estimulación que había recibido. Estaba seguro de que Melissa había jugado con ella después de que él se fue, y era posible que Jazmin también.
Andrei se quitó la ropa y se unió a ellas, disfrutando de cómo el agua caliente limpiaba y relajaba su cuerpo. —¿Qué le hacen? —preguntó mientras arrebataba a Anny de Jazmin y Melissa, abrazándola por la espalda. —No te hicieron nada malo, ¿verdad, Anny? —le preguntó mientras rodeaba su cintura con un brazo y amasaba sus pechos con la otra mano. Anny negó con la cabeza. —N-no, Andrei, Meli y Jazmin solo querían levantarme el ánimo —respondió con una voz débil y un poco ronca.
Jazmin rió dulcemente y Melissa hizo un puchero adorable. —Nuestra bonita Anny nos contó su triste vida y queríamos alegrarla —dijo Jazmin, abrazando el lado izquierdo de Andrei y dándole un beso dulce. —¿Por qué me la quitaste, Andri? —preguntó Melissa, abrazando su cuello por el otro lado y mordiendo suavemente su cuello. —Estaba jugando con Anny —añadió con su puchero adorable. —Porque son mías —respondió Andrei con voz seria, mientras apretaba los pechos de Anny, sacándole un gemido.
Andrei notó que Anny tenía más chupetones y mordidas de las que él le había hecho. Miró a Melissa, quien le sonrió con malicia, y a Jazmin, que parecía avergonzada. —No te pongas celoso, mi amor —susurró Melissa. —No es mi culpa que Anny gima tan lascivamente y dulcemente como tú, pequeña rosa —añadió antes de darle un beso apasionado. —Además, tu pequeña Jazmin me ayudó a hacerlo —susurró Melissa en su oído. Andrei suspiró y atrajo a sus mujeres hacia él.
—¿Cómo te sientes, Anny? —preguntó suavemente. Anny se dio la vuelta con una sonrisa radiante. —Me siento muy feliz, Andrei. Jazmin y Meli fueron muy amables conmigo", dijo con una voz llena de felicidad. —Cuando les conté mi vida, Jazmin me consoló y me dio un tierno abrazo, pero Meli... —su rostro se sonrojó intensamente al mirar a Melissa, quien le sonrió maliciosamente y se lamió los labios. —Meli me consoló de otra manera —añadió con timidez.
Andrei no podía culpar a Melissa; después de dos años de estar juntos y de mimarlas, consentirlas y hacer el amor con ellas, su lado coqueto y lujurioso había crecido. —Solo quería animar a Anny y que olvidara a su estúpida familia —explicó Melissa, abrazando a Anny de manera protectora y amorosa. —Cariño, ¿cómo puede un padre ser tan cruel con su propia hija? —dijo Jazmin con tristeza en su voz. —Anny es tan bonita y amable, ¿cómo alguien podría odiarla? —añadió mientras abrazaba a Anny de la misma manera que Melissa.
—Solo un idiota como su padre y mujeres envidiosas como su madrastra y sus feas hermanas, que no saben apreciar a una persona amable y tierna como nuestra Anny —dijo Andrei, acercándose a ellas y abrazándolas. —Pero ahora que Anny me pertenece, yo la voy a cuidar y querer, como lo hago con ustedes", afirmó, dándoles un beso posesivo a cada una, que aceptaron con gusto. Pasaron un tiempo abrazados y conversando. Anny les contó su infancia y parte de su adultez que no les había revelado antes. Jazmin y Melissa le hicieron todo tipo de preguntas, pero la que más le interesaba a Andrei era cómo lo había conocido y por qué se interesó en él.
Anny explicó que durante su viaje a Kaeviel, en las tabernas y posadas escuchó canciones sobre las victorias de los príncipes de plata y negro. Aunque conocía bien las historias, se interesó más por el Príncipe Negro que por el de Plata. Los hombres que eran como su hermano nunca la trataron bien, o si lo hacían, solo querían acostarse con ella. Así que le llamó más la atención alguien como Andrei, quien era reconocido por su seriedad y frialdad, y como un comandante, marinero y guerrero experimentado, más que por su picardía o belleza.
Anny contó que al llegar al castillo preguntó por él y se encaprichó aún más cuando le dijeron que, aunque casi nunca sonreía, cuando lo hacía era limitado y afilado como un cuchillo. Los sirvientes que mejor lo conocían le dijeron que, aunque era distante y frío, solía ser respetuoso y hasta amable.
Anny relató que cuando escuchó sobre la relación que Andrei tenía con Melissa y Jazmin, terminó de encapricharse con él. Al igual que ella, ambas mujeres provenían de un estatus bajo y, sin embargo, siempre habían sido tratadas con cariño y respeto por él. Anny anhelaba sentir ese mismo cariño y respeto. Además, varias sirvientas que habían estado con su hermano le contaron que él no sabía complacer a una mujer, enfocándose únicamente en su propio placer, dejando a muchas insatisfechas. En cambio, cada vez que una de ellas pasaba cerca de las habitaciones de Andrei, escuchaban gemidos de placer, y cada vez que veían a Melissa y Jazmin, parecían felices y satisfechas. Decidió no llamar la atención de su hermano y, en cambio, intentar captar la de Andrei.
Anny continuó diciendo que cuando se enteró de que Andrei vendría a la capital para la coronación de su hermano, tomó todos sus ahorros y compró el vestido verde con el que fue a verlo. Quería resaltar su figura de manera provocativa, ya que muchas sirvientas le habían dicho que ella cumplía con los gustos de Andrei: no solo tenía un cuerpo lujurioso, sino también un rostro bonito.
Después de conversar, disfrutaron del agua en silencio, abrazados, dejando que las fragancias calmaran y relajaran sus mentes. Tras un tiempo, comenzaron a limpiarse y salieron del cuarto de baños, dirigiéndose a sus habitaciones. Al llegar, Andrei notó que todo estaba ordenado y que su ropa y la de sus mujeres ya estaba preparada sobre la cama.
A Andrei lo vistieron con una túnica de mangas largas y los lados abiertos, de color negro con detalles en hilo rojo y dorado. La túnica era algo corta, llegando solo hasta su entrepierna. Llevaba un pantalón negro de mejor calidad que el anterior, unas botas de cuero negro y un abrigo largo de color rojo con detalles en negro para el frío. También se puso dos brazaletes de plata con diseño de lobos y un colgante de oro con el símbolo que eligió como emblema: el aegishjalmur, un antiguo símbolo compuesto por ocho puntos que se asemejan a tridentes con puntas curvas, todas apuntando hacia afuera, con tres líneas horizontales en cada tridente y un pequeño círculo en el centro. Su cabello, que le llegaba hasta la cintura, fue peinado, dejando algunos mechones que remarcaban su rostro y otros que caían sobre sus hombros.
Melissa se puso una ropa de cama que había preparado como sorpresa: un pequeño vestido blanco transparente, sujeto desde los hombros por delgadas cintas blancas, con flores bordadas en la parte del pecho. Sobre esta prenda, llevaba un hermoso vestido largo que dejaba a la vista un poco de su escote. Era de color blanco con detalles en dorado, resaltando su piel de porcelana y su figura. También llevaba unos pendientes de oro con pequeños zafiros y una gargantilla de oro con varios zafiros, que resaltaban sus ojos azules, y unas zapatillas blancas con un poco de tacón, dejando su habitual mechón de cabello cubriendo parte de su ojo izquierdo.
Jazmin, por su parte, se puso una ropa de cama más corta, de color negro, que ajustaba su figura curvilínea. La pequeña falda transparente dejaba a la vista su ropa interior, sostenida por pequeños hilos negros. Sobre esta prenda, llevaba un vestido largo más cubierto que el de Melissa, de color escarlata oscuro con detalles negros, que abrazaba su figura esbelta y curvilínea. Completaba su atuendo con un collar de plata con rubíes y perlas, y unos aretes de oro con rubíes, resaltando sus ojos y su cabello rojo oscuro. Se calzó unas zapatillas negras sin tacón y dejó su cabello suelto, permitiendo que cayera en cascada.
Anny llevaba una prenda prestada del Imperio Meliz. Era de color negro con bordados de flores, dejando más al descubierto que la ropa de Melissa y Jazmin. La prenda que sujetaba sus pechos tenía listones negros que la mantenían ajustada, formando un moño por debajo de sus pechos, sosteniendo una pequeña falda abierta que apenas llegaba a su abdomen. La prenda de su entrepierna era igual de corta que la de Jazmin y Melissa. Sobre esta ropa, llevaba un vestido prestado por Jazmin: un vestido largo, algo escotado, de color esmeralda con bordados dorados, acentuando sus pechos y su esbelta figura. Melissa le prestó un collar de oro con perlas y unos aretes de oro con pequeños diamantes. Jazmin le prestó unas zapatillas esmeraldas con tacón. Anny dejó su cabello rizado como el de Jazmin, complementando su look.
Andrei se sintió orgulloso al ver a sus mujeres tan hermosas y satisfechas, sabiendo que estaban listas para el banquete. Se dispuso a acompañarlas, sabiendo que esa noche sería memorable.
Andrei observó a sus mujeres, admirando su belleza. Las tres mostraron un bonito rubor en sus rostros, y él las atrajo hacia un abrazo que ellas correspondieron con gusto. En ese abrazo, pudo percibir los embriagadores aromas de sus cabellos: Jazmin olía a rosas rojas, Melissa a gardenias y Anny a lilas. Estos aromas hicieron que Andrei deseara quedarse con ellas y hacerlas suyas una y otra vez, escuchando sus gemidos mientras pronunciaban su nombre. Sin embargo, sabía que debía asistir al banquete si quería avivar el descontento entre los patriarcas, los jefes y los líderes, y así asegurarse el trono gris.
—¿Nos vamos?—dijo Melissa con una bonita sonrisa, a la que se sumó Jazmin. Anny parecía un poco nerviosa, pero aun así sonrió tímidamente.
—No estés nerviosa, Anny. Si te sientes asustada o tienes nervios, quédate junto a Jazmin o Melissa—le dijo Andrei mientras le acariciaba el rostro.
—S-sí, Andrei—respondió Anny, pareciendo más tranquila.
—Bien, entonces vámonos—dijo Andrei, y salieron de sus habitaciones.
Al salir de la zona de habitaciones, se encontraron con Boris, Lev, Damien, Rory y Fargus. Rory, un hombre fornido de largo cabello y barba pelirroja, era uno de sus hombres más valientes y su mejor espadachín, solo por detrás de Boris. Fargus, un hombre enorme y extremadamente fuerte, superaba a Lev en fuerza y altura, con sus dos metros y cuarenta centímetros de estatura, y tenía unos brazos tan robustos como medio tronco de un roble. Los cinco hombres estaban limpios, bien peinados y vestidos, listos para acompañar a Andrei al banquete como su guardia y símbolo de su poder. Según las tradiciones, los cinco mejores krovavyye voiny de un señor eran la representación de su poder militar y marcial.
—Buenas noches, mi príncipe y mis señoras—dijo Boris mientras él y los demás se inclinaban en una reverencia.
—Levántate, Boris—dijo Andrei mientras lo ayudaba a ponerse de pie.—Ustedes también—añadió con voz algo apática a los otros cuatro.—Nos conocemos desde hace siete años y en esos siete años les he dicho que no tienen que arrodillarse cuando nos ven.
Boris solo sonrió.—Lo sé, pero ya estoy acostumbrado a hacerlo—respondió con simpleza, manteniendo su sonrisa.
Andrei soltó un suspiro.—Como sea, Boris, esta es Anny—dijo mientras hacía que la mencionada diera algunos pasos hacia adelante.—Ella ahora es una de mis mujeres y quiero que la traten con el respeto que se merece.
Anny se ruborizó cuando Andrei dijo eso.
—Mucho gusto, mi señora—dijo Boris mientras él y sus hombres se inclinaban nuevamente.—Como capitán de los krovavyye voiny de mi príncipe, yo y mis hombres prometemos tratarle con el respeto de una dama.
—Gr-gracias—dijo Anny con un tono de voz dulce.
—Siempre te han gustado tiernas, ¿eh, mi príncipe?—dijo Lev mientras se levantaba y le sonreía con complicidad.
Andrei no respondió.—Vámonos—dijo de manera seria, sin responderle a Lev. Agarró las manos de Jazmin y Melissa, y esta última tomó la mano de Anny mientras se dirigían al banquete.
El grupo avanzó por los pasillos del castillo, sus pasos resonando en el silencio invernal. Las antorchas iluminaban su camino, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. El ambiente era solemne, impregnado del frío del invierno que se filtraba por las ventanas.
Durante el trayecto, sus mujeres y algunos de sus hombres conversaban entre ellos, mientras Andrei se dirigía a Fargus.
—¿Dónde estabas, Fargus?—le preguntó Andrei al enorme hombre.
—Estaba en la ciudad, mi príncipe. Fui a calmar mi hombría—dijo Fargus con una risa.
—Bien... ¿Te informaron sobre mi orden?—preguntó Andrei en voz baja. Fargus asintió.
—Sí, mi príncipe. Ordené a mis subordinados que despejaran las caballerizas cuando nos avisaran de la captura—respondió Fargus en tono igualmente bajo. Andrei asintió en silencio y continuó su camino, pensativo.
Fargus, aunque no lo pareciera, también estaba enojado. Melissa y Jazmin eran sus protegidas; él mismo había ordenado su protección, por lo que cualquier ofensa hacia ellas era una ofensa hacia él también. Les tenía un cariño profundo, similar al de un padre o un hermano. Sabía que no tenía sentimientos románticos por ellas, pues Fargus prefería mujeres maduras, pero eso no disminuía su furia.
Al llegar al gran salón, vieron que ya estaba bastante lleno. La enorme sala estaba iluminada por alrededor de cuarenta chimeneas y por antorchas en las veinte plataformas del techo, que iluminaban los estandartes de las seis casas, incluyendo la real y la suya. Estaba el nuevo estandarte real: los osos gemelos de plata en campo rojo de su hermano. El estandarte de Andrei, el aegishjalmur de color rojo sangre en campo negro, también se destacaba. Además, estaban los dos lobos negros persiguiendo la cola del otro en campo naranja de la casa Frafvi, el valknut azul en campo blanco de los Sesti, los cuervos negros en campo de plata de los Kranpik, el guiverno blanco en campo verde de la casa Tholac, la gran serpiente negra mordiendo su cola en campo rojo de los Wolwurd, y la trinidad de cabezas de lobos negros en campo gris de los Bowlov.
También se exhibían los doce estandartes de los clanes y los de las cuarenta tribus, la mayoría con animales, símbolos, runas antiguas y patrones de diferentes formas y colores. Andrei reconoció los estandartes de los dos clanes más poderosos: el clan Rek, con dos caballos dorados peleando en campo verde, y el clan Sver, con un nudo de cobre en campo plateado. Entre las tribus más grandes y poderosas, la Trike y la Vlif destacaban; la primera tenía dos hachas de cobre rodeadas por un círculo de runas en campo blanco, y la segunda un nudo hecho por dos serpientes blancas en campo azul fuerte.
Andrei y su séquito se dirigieron a la mesa donde estaba su estandarte. Se sintió ofendido al no ver su estandarte en la mesa principal. Lo entendería si hubiera invitados de honor o estuvieran con la casa de sus prometidas, pero no había ningún otro estandarte más que el real. Aunque nunca había tenido la mejor relación con su hermano, debían mantener las apariencias; su hermano y él tendrían que sentarse juntos como muestra de unidad y fortaleza de los Northste. Si Andrei fuera rey, eso haría. Sin embargo, la torpeza de su hermano le convenía, pues le daba las herramientas para quitarle el trono.
En la mesa de su estandarte estaban algunos jefes de clanes y líderes tribales con sus familias y campeones. Entre ellos, los clanes Qer, Kiil y las tribus Trike, Vlif y Rapor. Al ver a Andrei, se levantaron y lo saludaron. El primero fue Blac Trike, un hombre alto y musculoso de larga cabellera y barba pelirroja. Estaba acompañado de su único hijo varón, de no más de seis años, sus cuatro hermosas hijas mayores y sus cinco campeones, hombres grandes y fornidos con largas barbas y varias cicatrices.
—Mi príncipe—dijo Blac con su fuerte acento norteño, mientras le daba la mano a Andrei y sus acompañantes se inclinaban respetuosamente.
—Vórdja Blac—respondió Andrei, aceptando su saludo.—Mi señor, mis damas—saludó Andrei al hijo e hijas de Blac. El niño asintió tímidamente y las hijas respondieron con un "Mi príncipe" mientras se ruborizaban ligeramente.
Los saludos continuaron con los Vórdja Wells y Balster de las tribus Vlif y Repor, seguidos por los Darga Bartko del clan Qer y el Darga Evyy del clan Kiil.
Cuando se sentaron, los hombres de Andrei comenzaron a charlar amistosamente con los otros campeones, mientras sus mujeres conversaban con las hijas de Blac y las dos hijas de Wells. La sala se llenaba de risas y conversaciones animadas, creando una atmósfera de camaradería y alianza.
Andrei observó cómo el gran salón se llenaba de más señores, sus familias y sus campeones. Su paz fue interrumpida cuando Blac se dirigió a él con seriedad.
—Mi príncipe, ¿podemos tener algunas palabras con usted?—dijo Blac, mientras los demás líderes y jefes también mostraban expresiones serias.
—¿De qué quieren hablar, mis señores?—preguntó Andrei, sirviéndose un poco de cerveza.
—¿Puede ser en un lugar más privado, mi príncipe?—preguntó Wells, un hombre mayor de rostro sabio y ojos azules, con un largo cabello trenzado y barba rubia con tres trenzas.
—Vamos entonces—dijo Andrei, levantándose de la mesa y deteniendo a Boris y Lev, que también se levantaban para acompañarlos. Wells y Blac detuvieron a los otros líderes, que solo asintieron y se quedaron sentados. Se dirigieron a una de las columnas de piedra más alejadas de la mesa principal, donde Andrei vio a otros dos hombres: los Darga de los clanes Rek y Sver. Ezyk, del clan Rek, era joven y atractivo, con barba y cabello corto de color azabache. Doia, del clan Sver, era ancho, con la cabeza rapada y dos trenzas castañas en su calva cabeza, además de un poblado bigote.
—¿Qué se les ofrece, mis señores?—preguntó Andrei, tomando un sorbo de su cuerno.
—Es sobre el rey Olef... Mi príncipe, disculpe si es irrespetuoso de mi parte, pero muchos Vórdjas y Dargas estamos preocupados por las ambiciones de nuestro nuevo rey—empezó Wells, en tono tranquilo y serio.
—No sé si los señores de las grandes casas estén preocupados, pero si nuestro nuevo rey deja de hacer campañas contra los clanes de Aesirus, Thonia, Wisucan y las tribus de las tierras de Icreoca, Treskan y Brista, no solo nuestros hogares estarán en peligro, sino también el reino—interrumpió Ezyk, el joven e inexperimentado Darga, con un tono algo irrespetuoso.
—Disculpe la brusquedad de Darga Ezyk, mi príncipe, pero tiene razón. Sabemos que a nuestro rey no le interesa seguir las conquistas del norte y el este. Las cuarenta tribus y los doce clanes estamos preocupados de que, con la falta de campañas militares, algunos líderes de nuestros pueblos comiencen a unificarse y ataquen al reino, afectando nuestros hogares—dijo Doia, con su tono amable pero autoritario.
—Yo estoy más preocupado de que descuide el norte y el este, mi príncipe. Como dijeron los demás, a nuestro rey no le interesa nuestros hogares ni nuestra gente, y menos lo que nos pase—añadió Blac, tratando de reprimir su enojada y retumbante voz.
Andrei escuchó las preocupaciones y el descontento de los demás líderes y jefes. Sabía que querían que tratara de convencer a su hermano de seguir con las conquistas del norte y el este, o al menos aumentar la construcción de asentamientos y patrullas en las fronteras. Esta situación solo le hizo tratar de contener una sonrisa. Sería más fácil aumentar el descontento de lo que pensaba.
—Mis señores, entiendo y comparto sus preocupaciones, al igual que las demás casas—dijo Andrei, con tono tranquilo, mientras tomaba el último trago de su cuerno.—Pero conozco a mi hermano, y sé que nunca le ha interesado el norte o el este. Como mencionaron, siempre le ha interesado el oeste y el sur. Como nos dijo esta mañana, quiere hacer que el reino sea grande y recordado por décadas, pero él lo quiere hacer conquistando un reino como Bocapia, Khetia, Trotasan, incluso el imperio Dudontis—dijo, observando cómo sus rostros mostraban una sombra de enojo y preocupación.—Sé que nuestros hombres son fuertes y fieros, pero si empezamos una guerra contra alguno de ellos, estoy más que seguro de que perderemos más de lo que ganaremos, y eso nos dejará débiles ante los otros reinos—dijo con seriedad, viendo cómo sus rostros se llenaban de angustia.—Pero les prometo que hablaré con mi hermano y trataré de convencerlo de que al menos retrase sus planes y haga una última campaña contra el norte y el este, pero no les prometo nada—dijo, observando el descontento y la resignación en sus rostros.—Si no acepta, al menos trataré de que incremente el desarrollo en sus tierras y que me autorice a hacer campañas independientes, para persuadir a otros líderes. Pero si no acepta, les prometo que yo mismo tomaré a mis Drevniye Voiny y los ayudaré si en algún momento surge un líder que amenace sus tierras—añadió, viendo cómo sus palabras lograban tranquilizarlos.
—En verdad se lo agradezco, mi príncipe—habló Wells, con tono lleno de gratitud. Los demás repitieron lo que dijo Wells y se inclinaron en señal de gratitud. Después, casi todos empezaron a retirarse a otras mesas donde había Vórdjas y Dargas, seguramente a comunicar sus palabras.
Cuando Andrei también se iba a retirar, Blac lo detuvo.
—Mi príncipe, ¿podemos hablar sobre otro asunto?—preguntó Blac, con un tono más tranquilo.
—Claro, Blac—respondió Andrei.
—Escuché que se va a casar cuando llegue a Ovof—dijo Blac, con una expresión extraña.
—¿Quién te dijo eso?—preguntó Andrei, con tono algo autoritario pero aún tranquilo.
—Lo escuché de algunos guerreros de tu hermano—respondió Blac, sin inmutarse por su tono de voz.—¿Es verdad?—preguntó de nuevo, con esa expresión extraña.
—Sí, y eso, ¿por qué te interesa, Vórdja Blac?—respondió Andrei, de forma algo grosera.
—Quiero ofrecerle un trato, mi príncipe—dijo Blac, con una extraña sonrisa.
—¿Y ese trato sería...?—dijo Andrei, esperando una respuesta.
—Llévese a mis cuatro hijas con usted y tómelas como concubinas, o si cree que son lo suficientemente dignas para ser sus esposas, estarán más que contentos y satisfechos. A cambio, mi tribu le será leal a usted y le dará preferencia al comerciar. Además, yo y mis hombres seremos sus hombres de más confianza en toda la región de Treskan—dijo Blac, con una sonrisa, mientras le extendía la mano.
Era un trato muy bueno para rechazarlo. No solo le estaba ofreciendo llevarse a sus cuatro hermosas hijas, que según los pocos espías que tenía en esa región, eran mujeres más delicadas que las típicas mujeres de las tribus, sino que le estaba dando un ejército de más de cien mil y exclusividad a la zona más próspera de las tribus. Pero ese era el problema: ¿quién daría tan buen trato solo para que sus hijas fueran simples concubinas?
Andrei miró a Blac con cuidado. Conocía los beneficios que este acuerdo podría traer, pero también era consciente de que detrás de esta oferta había algo más.
—Es un excelente trato, Blac... Pero ¿por qué yo? ¿Por qué no se lo ofreces a mi hermano? Así podrías ganar el favor de nuestro nuevo rey—dijo Andrei, observando cómo el rostro de Blac se ensombrecía con sus palabras.
—Puedo ser honesto con usted, mi príncipe—respondió Blac con un tono grave y serio.
—Claro, Blac—respondió Andrei, ambos mirándose fijamente a los ojos. Los ojos verdes y boscosos de Blac se encontraron con los fríos y apagados ojos azules grisáceos de Andrei.
—No confío en nuestro nuevo rey. Conozco su pasatiempo de despojar de su virtud a mujeres nobles sin siquiera tomarlas como concubinas o amantes. No quiero eso para mis hijas. En cambio, usted es un hombre que sabe respetar a los señores, grandes o pequeños, y estoy más que contento de ofrecerle a mis hijas. Además, puede que usted no me conozca bien, pero yo sí lo conozco a usted, o más bien, conozco qué tipo de persona es—. Blac le dio una sonrisa maliciosa.
—Pocos logran ver su verdadera cara, mi príncipe, pero sé reconocer a un hombre ambicioso. Puedo notar que quiere el trono. Pocos lo han notado, pero usted es a quien deberían temer, no a su hermano. Sé lo que hizo para evitar el matrimonio con la hija del emperador Basilio y estoy genuinamente sorprendido. Si logra tomar el trono, saldré más que beneficiado con nuestro trato—continuó Blac, manteniendo su sonrisa.
Andrei bufó y le devolvió la sonrisa, además de ofrecerle la mano.
—No sé cómo me conoces tan bien, Blac, pero no me importa. Acepto el trato—. Ambos estrecharon sus manos mientras sonreían.
—Solo sigo los consejos de mi padre, mi príncipe—dijo Blac soltando su mano y besando su cruz de oro de ocho brazos—. Siempre me dijo que nunca confiara en un hombre que se deja llevar por sus caprichos y emociones, ya que está condenado a su muerte. En cambio, me dijo que siempre confiara en hombres como usted, alguien que nunca deja ver sus verdaderos movimientos—. Blac seguía sonriendo.
Después de su pequeña charla, ambos se dirigieron a su mesa. Poco tiempo después, el hermano de Andrei llegó acompañado por algunos de sus amigos y la Guardia Vluker. Todos vestían una armadura lamelar sobre una cota de escamas y malla, un yelmo de pico alto con acabados en punta, típico de los yelmos del reino, además de una protección en forma de rostro. Estaban bien armados, con una claymore en la espalda, dos sables en la parte baja de su espalda, un bardiche en la mano y dos hachas atadas a la cadera.
Le molestó que Soren, el jefe de la Guardia Vluker y un hombre que Andrei realmente apreciaba, estuviera con su armadura, parado como un simple guardia. Soren merecía el respeto y el derecho de comer en el banquete, en lugar de estar parado como un simple guardia. El mejor guerrero del reino y campeón de la casa Northste merecía ese respeto.
Antes de que pudiera acercarse a Soren y decirle que se sentara con él, su hermano comenzó a dar un estúpido discurso. Luego llegó la comida: carnes sazonadas con salsas hechas de especias del lejano oriente e interpretadas con frutas ácidas. En cuanto a la bebida, se sirvió vino importado del reino de Dotania, cerveza fuerte y espumosa de las tierras de los Wolwurd y el hidromiel de sus propias tierras. La comida fue acompañada de buena música y un ambiente ameno.
Después de comer un poco, Andrei se dirigió a la mesa principal, donde su hermano estaba con sus estúpidos acompañantes. Quería pedirle que liberara a Soren de sus obligaciones y que comiera como uno más. Sin embargo, Eron, el heredero de los Tholac, y otros de los idiotas amigos de su hermano, lo persuadieron de no dejarlo ir, y el idiota de su hermano les hizo caso. Ni siquiera cuando Andrei le dijo que podría ser tomado como una falta de respeto a varios señores que apreciaban y respetaban a Soren.
Regresó a su mesa frustrado, reprimiendo su enojo. Después de tranquilizarse, aunque no le gustara el baile, bailó con sus mujeres y con algunas hijas de los nobles. También habló un poco con los demás patriarcas, avivando el descontento con su hermano y resaltando la falta de respeto de su hermano, además de compartir las preocupaciones de los Dargas y Vórdjas.
Sabía que muchos patriarcas aún querían la conquista de las tribus y los clanes, ya que muchos se beneficiaban del comercio, las minas y las nuevas zonas de cultivo que ambos lugares ofrecían. Además, ambas regiones proporcionaban un gran incremento de hombres y caballos para la fuerza militar, algo que nunca venía mal. Ninguno quería pelear contra los reinos vecinos; no es que les tuvieran miedo, simplemente querían tener ganancias a un bajo precio de hombres y recursos.
Mientras Andrei hablaba con Wallace, el patriarca de los Wolwurd, un hombre formidablemente grande y musculoso, casi tan imponente como su propio hombre de confianza, Fargus, notó que Boris le hacía una señal discreta para que se acercara.
—Disculpa, Wallace, tengo algo que atender—dijo Andrei mientras se levantaba y apuraba el último trago de cerveza del gran tarro que Wallace le había ofrecido.
—No se disculpe, mi príncipe, le agradezco la información—respondió Wallace con su imponente voz, mientras mantenía un rostro pensativo y bebía de su enorme tarro.
Andrei se dirigió hacia Boris, quien le habló en voz baja:
—Ya los tienen, mi príncipe. Los subordinados de Fargus despejaron la zona y los Damien están vigilando que no haya curiosos—informó Boris.
Andrei asintió, y Boris continuó:
—Los demás ya están al tanto. Solo se quedó Rory para proteger a tus mujeres—.
—Bien, entonces vámonos—respondió Andrei con tono tranquilo.
Salieron discretamente del gran salón, caminando con calma hacia la salida del castillo. El frío del invierno los envolvió al salir, pero no les importó. Boris los guió hacia la tercera caballeriza, la más pequeña y apartada. Afuera, cinco de sus krovavyye voiny hacían guardia. Al verlos, les abrieron paso, dejándolos entrar. Adentro, otro hombre los guió hacia el último corral, un gran recinto donde otros dos krovavyye voiny hacían guardia. Al abrir la puerta, Andrei vio a dos de los hombres que ayudaron a sus mujeres, Anton y Viktor, junto con Fargus, Damien y Lev. También había cuatro hombres golpeados, amordazados y atados.
—¿Son ellos?—preguntó Andrei con tono tranquilo a Anton y Viktor. Aunque su voz no expresaba emoción, sus ojos tenían un extraño y perturbador brillo.
—S-sí, mi príncipe—respondió Anton nerviosamente, mientras Viktor asentía de la misma forma.
—Gracias, Anton y Viktor. Ya pueden retirarse—dijo Boris, y ambos hombres se apresuraron a salir, dejándolos solos.
—Damien y Lev, quítenles las mordazas—ordenó Andrei. Ambos hombres asintieron y procedieron a quitarles las mordazas de forma brusca. De los cuatro prisioneros, solo uno, un hombre calvo y mayor, se atrevió a hablar.
—Mi príncipe, ¿qué significa todo esto? Usted sabe que le servimos a su hermano, el rey—dijo el hombre calvo, más bien gruñó de manera irrespetuosa, mirándolo con desafío. Pero ese desafío desapareció cuando Lev lo golpeó en la cara, rompiéndole la nariz.
—Cállate, pedazo de mierda. Solo el príncipe te dirá cuándo puedes hablar—gruñó Lev, y el hombre asintió.
—Te agradezco por dejar las cosas claras, Lev—dijo Andrei, acercando un pequeño banco para sentarse y estar a la altura de los atados—. Ahora, ¿cuáles son sus nombres?—preguntó con voz serena, observándolos con frialdad.
—S-soy Dmitri, mi príncipe—dijo el hombre calvo de manera más sumisa.
—Nikolai—dijo secamente un hombre fornido.
—Ro-roman—tartamudeó un hombre pequeño y rubio.
—Egor, mi príncipe—dijo de forma seca un hombre feo, con cara de rata.
—Bueno, Dmitri, Nikolai, Roman y Egor, están aquí para responderme algunas preguntas. Si son lo suficientemente inteligentes y honestos, no les pasará nada. Pero si me mienten—Andrei bufó en burla—, bueno, el golpe que Lev le dio a Dmitri parecerá una simple caricia—. Los cuatro asintieron, aterrados.
—Bien, ya que entendemos, quiero saber cómo se enteraron de mi futuro matrimonio—dijo Andrei. Ninguno respondió ni lo miró.
—¿Ninguno? Bien, Fargus, Lev, rómpanles los dedos hasta que uno conteste—ordenó Andrei. El pánico se reflejó en sus miradas y rápidamente uno de ellos habló.
—U-un comerciante de las tierras de Frafvi le contó a nuestro rey que es-escuchó a una de las damas de compañía de lady Alyna que se iba a casar en-en Ovof—dijo Egor, el hombre con cara de rata.
—Bien hecho, Egor. Salvaste tus dedos—dijo Andrei. Los rostros de los demás se contrajeron de miedo cuando Lev y Fargus se pusieron detrás de ellos y comenzaron a doblar sus dedos de forma lenta e inhumana, arrancándoles gritos llenos de dolor y desesperación.
—Bien, ahora que entendieron cómo funciona esto, quien sea el primero en responderme no perderá un ojo—dijo Andrei con una sonrisa sádica, disfrutando de sus caras llenas de terror—. Quiero saber si mi hermano tiene deseos de acostarse con mis mujeres—. Vio que aún había algo de lealtad en ellos, pero desapareció cuando lo miraron a los ojos.
—S-si, mi príncipe, nuestro r-rey dijo q-que cuando usted se casara iba a ofrecerle a sus mujeres para volverse sus p-putas personales—dijo Dmitri, aguantándose el dolor.
—Bien, Dmitri. Boris, Fargus, quítenles el ojo derecho a los demás, y tú, Damien, quítale el ojo izquierdo a Dmitri—ordenó Andrei con una sonrisa, disfrutando de los gritos desesperados de los cuatro hombres.
—P-pero mi príncipe, dijo que no me iba a arrancar el ojo si era el primero—imploró Dmitri, llorando de desesperación al escuchar los gritos de los otros tres mientras les arrancaban los ojos con las manos.
—Y estoy cumpliendo mi promesa—dijo Andrei con voz casi inocente—. Dije que YO no le arrancaría el ojo a quien hablara primero, pero nunca dije nada sobre que Damien no lo hiciera—. Sus palabras se mezclaron con el grito de dolor de Dmitri cuando Damien empezó a arrancarle el ojo.
Andrei, aburrido y deseando acabar con todo rápido, continuó:
—Como ya me cansé y me considero misericordioso, les prometo que al que responda primero a mis preguntas no le volverá a pasar nada. Quiero saber quién le lanzó la moneda de cobre a mis mujeres y quiénes las sujetaron—. Sus ojos se posaron en los rostros sangrantes y llenos de pánico de Nikolai, Dmitri y Egor.
—F-fueron ellos, mi príncipe. Le prometo que yo no las toqué. Nikolai les lanzó la moneda a sus mujeres y les dijo que quería ser atendido por ellas. Y Dmitri y Egor sujetaron a la pelirroja—dijo Román rápidamente, con una sonrisa de alivio.
—N-no es cierto, mi príncipe, en ningún momento quise tocar a ninguna de sus mujeres—se defendió Dmitri lleno de pánico.
—Igual que yo, mi príncipe—Egor parecía a punto de llorar.
—¡Hijos de puta, ustedes también querían acostarse con ellas! ¡Vi cómo las miraban!—gritó Nikolai, con lágrimas de sangre en los ojos.
—¡Cállate, imbécil!—gritó Román, lleno de pánico—. N-no es verdad, mi príncipe. S-se lo juro por la madre y por todos mis antepasados—. El único ojo de Román estaba lleno de miedo y lágrimas.
Andrei esbozó una sonrisa desdeñosa.
—Díganme, ¿mis mujeres no les parecen atractivas?—dijo mientras se levantaba del banco y se acercaba a ellos, seguido por Boris—. ¿No se imaginan a ambas en sus camas, tocando sus grandes y suaves pechos y traseros, siendo atendidos por ellas, sintiendo sus cálidas bocas o sus suaves paredes alrededor de sus pollas con una sonrisa amorosa y llena de lujuria?—. La voz de Andrei estaba llena de rabia, al igual que sus ojos, aunque mantenía una sonrisa inquietante. Mientras se acercaba, Boris le entregó una tira de cuero con pequeños pinchos. Andrei se quitó el abrigo y se lo entregó a Damien.
—P-por favor, perdónanos, mi príncipe. Prometo disculparme con sus mujeres... pero por favor, no nos mate—suplicó Nikolai, llorando. Aunque había pensado que sería el primero en desafiarlo, terminó suplicando como un perro patético. Andrei ignoró las súplicas y se acercó a Nikolai, mientras Boris se acercaba a Román, Fargus a Egor y Lev a Dmitri.
—Quiero que parezca un accidente—ordenó Andrei a sus hombres y empezó a golpear a Nikolai con todas sus fuerzas. Cada golpe le dolía en los nudillos, pero no le importaba. Solo quería desquitar toda su rabia en alguien, y quién mejor que el hijo de puta que había tocado a su amada Meli. Con cada golpe, veía cómo la cara de Nikolai se desfiguraba y la tira de cuero se manchaba más y más de sangre. Nikolai apenas podía seguir suplicando por piedad, llorar o gritar del dolor, igual que los otros desgraciados.
Los golpes de Andrei se volvieron cada vez más violentos y salvajes, manchando completamente la tira de cuero y parte de su rostro con la sangre de Nikolai. Pero no le importaba. Quería matar a ese hombre, quería golpear su rostro hasta sentir su cráneo, y parecía que lo estaba logrando. Destrozó la nariz de Nikolai y, entre la papilla de carne y cartílago, sintió algo duro. Así que siguió golpeando con más fuerza, arrancando pedazos de hueso y manchándose más y más de la sangre de Nikolai, quien ya no podía ni suplicar por piedad.
La violencia de Andrei alcanzó un nivel casi inhumano. Golpeó a Nikolai hasta que sus nudillos se abrieron y sangraron, pero no se detuvo. Le arrancó un ojo de un golpe, la masa gelatinosa cayendo por la mejilla de Nikolai mientras su grito agonizante resonaba en la habitación. Sin piedad, Andrei comenzó a golpear la cuenca vacía, disfrutando del sonido húmedo y crujiente que hacía el hueso al romperse. Sus golpes eran salvajes y precisos, arrancando pedazos de carne y cartílago con cada impacto.
Los gritos de Nikolai se apagaron, su rostro quedó reducido a una masa sangrienta e irreconocible. La masacre de los cuatro imbéciles duró cinco minutos. Al final, Andrei y sus hombres dejaron tras de sí una masa informe de carne, huesos y cartílago donde antes había rostros humanos. Fargus, en particular, había superado a Andrei en violencia, convirtiendo la fea cara de rata de Egor en una repugnante mezcla de carne y pequeños pedazos de hueso. Sin embargo, Andrei no se sintió satisfecho. Hubiera preferido torturarlos por días o semanas, arrancándoles la piel poco a poco y dejando que se pudriera, quemándolos lentamente para que las heridas se infectaran, o empalándolos vivos para prolongar su sufrimiento. Pero tuvo que conformarse con lo que había hecho, ya que estos hombres eran krovavyye voiny, y hasta el más imbécil de los señores notaría su ausencia.
—Damien, prepara todo para que parezca un accidente—ordenó Andrei mientras se limpiaba la sangre de la cara y se ponía su abrigo.
—Claro, mi señor—respondió Damien.
—Gracias a todos ustedes por esto. Cuando regresemos a Ovof, pidan lo que quieran—. Sus hombres, también manchados de sangre, asintieron en agradecimiento.
Después de eso, Andrei se fue, seguido de Boris, Lev y Fargus. Los cuatro volvieron al banquete, aunque Andrei no se quedó mucho tiempo. Se fue cuando vio que su hermano empezaba a emborracharse. Si ya era insoportable sobrio, borracho era mucho peor. Lo último que vio fue a su hermano manoseando a una de las sirvientas, que se dejaba con gusto. Andrei quería estrenar la nueva ropa de sus mujeres y olvidar este día.