Alven no tenía motivo para responder al demonio. ¿Por qué creería en las mentiras malignas del demonio?
—¡Aléjate de mí, demonio! Mi fe en Apellix es la única ayuda que necesito para derrotar a estos rebeldes.
A Ves realmente le cansaban esas manifestaciones perfunctorias de fe. Lo peor de todo era que Alven no era hipócrita cuando decía esas palabras.
—Tu fe te está yendo bien hasta ahora, ¿verdad? Estoy seguro de que puedes vencer a tus oponentes con tu fe, pero ¿qué importa si tu bando está superado en número al menos por tres a uno?
A falta de una intervención del propio Apellix, la batalla estaba prácticamente perdida. Incluso un espectador como Ves podía verlo. Intentó transmitir su frío y brutal análisis de la situación a Alven.
La verdad dolió mucho más que cualquier amenaza pronunciada por un demonio.