Miles, si no decenas de miles de naves convergieron en el Planeta Brillante. Muchas de ellas consistían en transportes convertidos en barato, pero algunas contaban con suficiente tonelaje como para invadir un pequeño planeta en un día.
El destino del Planeta Brillante se selló en cuanto la caravana comercial liderada por el Calcardon se topó con él. Aun si cada miembro de la tripulación a bordo de cada nave jurara un voto de silencio, el secreto de la existencia del milagroso planeta se habría filtrado.
Ahora, una horda de langostas descendió sobre sus tierras vírgenes, la caravana comercial entre las primeras. Impulsados por la codicia voraz, todos los transportistas y transportadores mercenarios ignoraron sus obligaciones contractuales en favor de descender sobre el planeta.
A pesar de que carecían del equipo de minería especializado para llegar a los minerales más valiosos, aún pensaban que podrían meter las manos en algunos trozos valiosos.