¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!…
Las cinco serpientes mutadas lanzaban orbes ácidos sin parar a Bai Zemin. Si solo uno de esos orbes le golpeara, incluso con su Abrigo Completo no podría necesariamente salir ileso, y si recibiera un ataque directo en sus manos, pies, o peor aún en su cabeza, esa parte de su cuerpo sin duda comenzaría a corroerse.
Sin embargo, para que tal cosa suceda, las serpientes mutantes necesitaban de alguna manera igualar la agilidad de Bai Zemin o al menos ser capaces de ver sus movimientos con cierta anticipación.
El cuerpo de Bai Zemin parpadeaba a través del campo de batalla como un fantasma mientras esquivaba con habilidad los orbes ácidos que volaban en su dirección, tratando de acortar la distancia entre él y las cinco serpientes mutantes lejanas que había identificado como el mayor peligro presente para su vida.