Fue unos cinco minutos después de que Lilith tuvo el orgasmo más maravilloso de su vida, el orgasmo que le dio más placer del que jamás había sentido. Sin embargo, irónicamente, ese mismo orgasmo fue el que más la hizo sufrir y la torturó hasta el punto de que no podía pensar con claridad sobre su propia existencia.
La habitación oscura, iluminada débilmente por la luz natural de la luna y las estrellas, estaba en silencio excepto por la respiración agitada de un hombre y la ahora más relajada de una mujer.
Recostada boca arriba en la cama tamaño queen, Lilith cubrió su rostro con su antebrazo derecho a la altura de los ojos mientras mantenía la boca cerrada. Junto a ella, Bai Zemin jadeaba como un perro mientras miraba hacia el techo con los dientes apretados; su erección era más dura que nunca en este momento, tanto que ¡la punta de su raíz varonil estaba comenzando a tornarse un púrpura monstruosamente aterrador!
—Dime, Lilith...
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—No crees que deberías... ya sabes.
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