La mañana siguiente.
Bai Zemin observó la escena frente a él mientras sus ojos rojos intentaban mantenerse abiertos ante el brillante sol que se alzaba en silencio en el horizonte lejano.
Detrás de él yacían innumerables cadáveres, órganos destrozados, charcos de sangre que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. No importaba dónde, cada centímetro detrás del cuerpo de Bai Zemin era como un infierno adonde iban los muertos.
Más aterrador, sin embargo, era la escena ante los ojos de Bai Zemin.
Los cuerpos de aquellos que no habían podido resistir el cambio de organismo después de la llegada del Registro del Alma se arrastraban por el suelo, hundiendo sus dedos en el concreto sin importar si sus largas uñas se partían en el proceso o no. Quienes aún conservaban sus piernas y la capacidad de mover la parte inferior del cuerpo avanzaban con paso vacilante, pisoteando a los arrastrados en el proceso y convirtiéndolos en una montaña de pasta de carne.