Amy rodó los ojos mientras veía a Miley dar instrucciones a la chica que le estilizaba el cabello. Si alguien entrara al salón, pensarían que Miley era una estilista profesional o algo así.
—No. No ahí. Sí, justo ahí. Bien. Me veo mejor desde ese ángulo —explicó Miley mientras la chica separaba un lado de su cabello y lo enrollaba con rodillos brasileños para que, al soltarlo, parte de él cayera en rizos y cubriera la parte derecha de su rostro.
—¿Podrías dejarla hacer su trabajo? —preguntó Amy, y Miley negó con la cabeza.
—No, no puedo. Le estoy pagando para que me haga ver irresistible, así que tengo que aprovechar al máximo mi dinero. ¿Verdad, cariño? —preguntó Miley a la estilista, quien se rió.
—Absolutamente —estuvo de acuerdo la chica, y Amy rodó los ojos de nuevo.
—Eres tan molesta. Si yo fuera tu estilista, te dejaría arreglarte el cabello tú misma —dijo Amy, haciendo reír tanto a Miley como a las estilistas.