Me hallo sumido en las profundidades insondables del abismo infernal,
atrapado en una vorágine de desesperación y terror indescriptible.
Esta afirmación inicial, aunque imprecisa en su naturaleza, constituye la única
conclusión a la que he logrado arribar tras un arduo proceso de introspección y análisis.
Permitidme, pues, adentrarme con mayor destreza y detalle en la descripción
de esta situación grotesca y perturbadora.
En este sombrío y macabro recinto, el tiempo se desvanece en una nebulosa
incierta, distorsionando mi percepción hasta límites insospechados.
Puede que haya transcurrido apenas un puñado de minutos desde mi desafortunado arribo a este abismo, o bien, tal vez han pasado siglos, milenios o eones sin que mi mente logre aprehenderlo en su totalidad.
Incluso me atrevería a considerar la aterradora posibilidad de que siempre
haya estado atrapado en esta dimensión retorcida y repulsiva, aunque semejante pensamiento desafíe los cimientos mismos de la cordura y haga estremecer hasta los rincones más oscuros de mi ser.
Rechazo vehementemente tal noción en cuanto surge en mi mente, pues contradice las leyes mismas del universo y amenaza con arrastrarme a un abismo aún más profundo de la locura.
Mis sentidos, en esta morada de pesadilla, se hallan sumidos en una espiral de incertidumbre y desasosiego sin precedentes.
Mis ojos, emisarios de la visión, parecen haber sido arrebatados de su poder de contemplación, sumiéndome en una negrura impenetrable donde ni un destello de luz ni una sombra en forma logra manifestarse.
Pero también, tal vez, sea que no hay nada en este reino siniestro que merezca ser visto, donde los horrores inenarrables se ocultan en las sombras más recónditas, aguardando el momento propicio para desencadenar su malevolencia.
La sordera me envuelve con su abrazo asfixiante, anulando cualquier sonido que pudiera existir en este reino abominable.
¿O es que acaso la ausencia de sonidos la única verdad que prevalece en esta dimensión, donde las voces son silenciadas y los ecos se desvanecen en el vacío, dejando únicamente el leve murmullo incesante de mi propia respiración y el latido angustiante de mi corazón?
El sentido del olfato, esa brújula fragante que nos guía por el mundo, ha sido
cruelmente arrancada de mí.
No hay rastro de aroma alguno en el aire viciado que inhalo, pero
¿Será que verdaderamente no hay nada que pueda ser olido en este rincón de perdición o es que los olores mismos se corrompen en esencias pútridas y repugnantes que se ocultan de mis sentidos, emergiendo solo para asaltar mi conciencia con su perversa vileza?
Parece que en esta existencia no hay nada que pueda saborear, como si la carencia de sabores hubiera invadido todos los rincones de mi ser.
Mi sentido del tacto se siente desorientado y anormal, provocando sensaciones extrañas y desconocidas.
La percepción de la realidad varía de persona a persona, y con frecuencia la
búsqueda de la verdad parece inalcanzable para cada uno de nosotros.
Mi propio reflejo se me escapa, solo puedo vislumbrarme en mi mente, creando una imagen mental de mí mismo.
Me siento atrapado, atado de pies y manos, vulnerable y desnudo, con pesadas cadenas que oprimen mi cuerpo.
Un velo cubre mis ojos y gran parte de mi rostro, sumiéndome en una oscuridad opresiva.
La única certeza que tengo es que me encuentro exhausto y desorientado,
perdido en un laberinto de confusión.
Ha ocurrido un cambio, una alteración en mi existencia, y ahora algo más se ha infiltrado en mi realidad.
Mi cuerpo experimenta una frialdad absoluta, pero incluso esa descripción se
queda corta.
Soy presa de un frío glacial, como si hubiera sido sepultado bajo una capa de hielo profunda y penetrante que oprime mis costillas, provocando una agonía lenta y dolorosa.
Mi piel se desgarra con extrema facilidad, y puedo sentir cómo mi sangre fluye por las heridas, pero incluso antes de que tenga tiempo de fluir, se congela, solidificándose en un instante.
No sé si lo oigo realmente o si es solo una manifestación de mi propia imaginación,
pero resuena en mis oídos un aullido, un lamento lastimero, como si muchos
estuvieran sollozando simultáneamente.
Un nudo se forma en mi garganta, pero el sufrimiento que experimento no me
permite preocuparme por los demás, solo puedo enfocarme en mi propia agonía.
De repente, una corriente de aire tan violenta que corta pedazos de mi propia
carne irrumpe en el espacio.
Es como si un tipo de ondeo inhumano y siniestro hubiera cobrado vida, desatando
un viento desgarrador que hiere todo a su paso.
Y con eso, el abismo insospechado de frío perpetuo desaparece por completo, desvaneciéndose en la nada.
Ahora, solo persiste en mis recuerdos, una memoria que me aterroriza y atormenta en igual medida.
Me planteo si ese abismo helado fue en realidad una existencia eternamente congelada, pero carezco de respuestas claras.
Solo puedo extraer conclusiones basadas en las sensaciones que he experimentado.
Sin embargo, lo que me perturba en mayor medida es la idea de la entidad que pudo haber provocado ese balanceo ominoso y aterrador.
¿Qué ser insondable y desconocido poseía el poder suficiente para romper el abrazo helado en un instante?...
Pero no debería permitir que esos pensamientos me consuman, ya que solo
conducen a una espiral de pavor y locura que amenaza con devorar mi cordura por completo...
En un instante, de nuevo mi entorno sufrió una transformación abrupta que sacudió mi cuerpo hasta lo más profundo de mis entrañas.
La sensación de encontrarme en un lugar vacío, desprovisto de cualquier atisbo de vida, o en un gélido infierno, se desvaneció.
En su lugar, fui arrastrado por una corriente poderosa que me empujaba sin piedad hacia las abisales profundidades.
Era como si un vasto océano se hubiera apoderado de mí, aprisionándome con su abrazo viscoso y pegajoso.
Mis sentidos, alterados y confundidos, luchaban por comprender la naturaleza de aquella substancia que me envolvía.
Aunque el razonamiento dictaba que era agua límpida, sus propiedades eran inquietantes, una mezcla de adhesivo y gelatina.
Era incapaz de definirla con exactitud, pero de alguna forma macabra, me proporcionaba un extraño consuelo.
Mientras descendía hacia las profundidades insondables de ese mar ficticio, mi piel se rasgaba con una ferocidad devastadora.
Era como si cada célula de mi cuerpo se volviera tan frágil como una hoja de papel desvaneciéndose en el viento.
El origen de aquel daño grotesco permanecía en la oscuridad, oculto a mis ojos, aunque sospechaba que mi cuerpo sangraba en profusión, sumergiéndome en una agonía incomprensible.
Totalmente inmerso en esa substancia viscosa que me envolvía por completo,
sentí cómo se introducía con avidez en mi boca, mi nariz y hasta mis oídos.
Su presión implacable provocaba un destrozo atroz en mi garganta y en mis órganos internos.
Cada intento desesperado de respirar resultaba en la entrada de más líquido, sin misericordia alguna.
Me ahogaba en mi propia desesperación, asfixiado por esa sustancia malévola.
El dolor, una tortura insoportable, penetraba hasta los confines más recónditos de mi ser.
Era como si innumerables agujas se clavaran sin cesar en mi cuerpo desde adentro.
Mis músculos se retorcían y temblaban, incapaces de soportar la presión asfixiante del líquido que los rodeaba.
Mis intentos por liberarme de esta pesadilla se volvían cada vez más frenéticos, pero mis esfuerzos eran en vano.
Me encontraba atrapado en este tormento, condenado a una existencia de agonía y sufrimiento indescriptibles.
Cada latido de mi corazón se convertía en un latigazo de tormento, anunciando mi cercanía a la muerte.
En este punto, cualquier atisbo de racionalidad y cordura se había desvanecido por completo.
Me hallaba en un estado límite, al borde de la aniquilación total.
Mi ser, reducido a un caos violento y sin forma, se desmoronaba en la oscuridad sin esperanza.
En un fugaz y lúgubre instante, las costuras de mi realidad se desgarraron sin piedad, abriéndome paso a un abismo de pesadilla.
El clamor agónico de múltiples voces torturadas y risas macabras retumbaban
en mis oídos, un coro infernal que se repetía sin tregua, devorando mi cordura y convirtiéndose en la única sinfonía perceptible en aquel espantoso escenario.
Mis gritos de angustia y mis contorsiones desesperadas eran inútiles, simples gestos desesperados de una marioneta en manos de lo desconocido.
El silencio opresivo devoraba mis supuestas palabras, privándome de cualquier forma de comunicación.
Aun si hubiera podido gritar, no había nadie presente para escuchar mi desgarradora agonía.
La escena que se desplegaba ante mis ojos era una visión pavorosa y grotesca, una abominación que desafiaba toda lógica humana y sumergía mi alma en un abismo de horror.
Habría preferido mil veces la muerte antes que soportar este sufrimiento sin fin, pero los designios oscuros me negaban tal liberación.
Los pecados que había cometido en vida me habían condenado a esta maldición, un castigo cruel y merecido.
La noción misma de justicia se volvía un enigma retorcido en mi mente.
¿Era esto lo que merecía?
Me hallaba inmerso en un tormento cíclico y dudaba si era el verdadero reflejo de la justicia.
Una y otra vez, el dolor se apoderaba de mí, una sustancia inescrutable se infiltraba por mis fosas nasales, mis oídos y mi boca, desgarrando mi garganta y destrozando mis órganos internos.
La opresión sofocante y la sensación de asfixia se enroscaban a mí como un abrazo resbaladizo y agonizante, infligiendo un dolor inhumano y atroz.
Era como si una majerada ínfima de ventosas penetrara en cada recoveco de mi ser, desencadenando una embestida intensa que se adentraba en lo más profundo ámbito intrínseco, en mi entidad más íntima y reverberando en cada fibra de mi alma.
Mis músculos se retorcían y temblaban bajo la presión de esta sustancia desconocida, mientras mi mente era asaltada por los gritos y risas de un coro diabólico, múltiples almas retorcidas regocijándose con mi tormento.
En vano luchaba por escapar de esta pesadilla abismal.
Pero una y otra vez, mis intentos se desvanecían, arrojándome de vuelta a la oscura senda que había emprendido.
¿Cómo era posible estar atrapado en este ciclo eterno de sufrimiento?
La muerte parecía una dulce promesa en comparación con esta existencia
perpetua de dolor.
Sin embargo, el descanso final me era negado, pues mi existencia había sido
condenada a la inmortalidad.
Y en un atisbo de lucidez, recordé la maldición que me aquejaba.
Mi vida se extendía más allá de los límites conocidos, un alma perpetuamente atrapada en el abrazo gélido de esta pesadilla indescriptible.
Un suspiro desgarrador escapó de mis labios, mezcla de desesperanza y anhelo.
La perplejidad se apodera de mí al contemplar la inquietante realidad que se
despliega ante mis ojos.
¿Cómo es posible que este torbellino de atrocidades haya tomado forma?
Debería haber sucumbido antes de completar tan macabro proceso.
Sin embargo, aquí estoy, atrapado en un ciclo abominable que se repite sin cesar.
Mi mente se atormenta con preguntas sin respuesta.
La muerte, tan esquiva como un espectro, parece burlarse de mi existencia.
¿Por qué no muero? ¿Cuál es el propósito de esta eterna repetición?
¿Acaso existe algún sentido oculto en este cruel juego del destino?
Mis recuerdos, envueltos en un velo de oscuridad, comienzan a aflorar nuevamente.
Soy consciente de mi inmortalidad, una maldición que me condena a padecer una agonía sin fin.
En cada ocasión en que el proceso llega a su término, mi cuerpo se regenera a una velocidad asombrosa, superando con creces cualquier intento de destrucción.
Esta capacidad regenerativa, aunque me permite resistir el dolor y seguir existiendo, se convierte en una condena.
Un tormento tanto físico como mental se adueña de mí, carcomiendo mi cordura y alimentando la desesperación que me consume.
Soy un vampiro, una criatura sedienta de sangre humana.
Me encuentro inmerso en un océano escarlata que emana un olor fétido y nauseabundo.
Pedazos de carne y huesos flotan a mi alrededor, algunos aún palpitan como si trataran de escapar de su espantosa prisión.
El aire está saturado de muerte y descomposición, mientras los insectos carroñeros zumban frenéticamente, disfrutando de la grotesca festividad.
La consciencia se desvanece, sumergida en las profundidades de esta pesadilla interminable.
Sin embargo, el ciclo de horrores llega a su fin.
El mar de sangre se retira sin dejar rastro, dejándome en una superficie resbaladiza y lisa.
Por fin, puedo tocar algo tangible, aunque su susceptibilidad me recuerda que todo puede desplomarse en cualquier momento.
Me acomodo en este soporte irregular, buscando una pausa para recuperarme mentalmente de las atrocidades que acabo de presenciar.
La quietud es efímera, y sé que el horror acecha en las sombras, esperando su oportunidad para envolverme nuevamente en su abrazo macabro.
Pero por ahora, me doy el permiso de respirar, de intentar recomponer mi maltrecha cordura en este breve respiro.
La existencia se despliega como un laberinto sin fin, lleno de terrores insondables y sufrimientos indescriptibles.
Aguardo con inquietud el próximo capítulo de mi tormento, consciente de que estoy condenado a vagar en las tinieblas eternas, arrastrando el peso de mi inmortalidad y pagando un precio demasiado alto por la vida eterna que nunca deseé.
La transfiguración física, resultado de mi siniestra regeneración vampírica, se ha consumado en toda su grotesca magnitud.
Un cuerpo reconstituido a expensas de mi humanidad, pero condenado a habitar una existencia privada de la percepción visual y la capacidad de comunicación.
Los aterradores clamores y risas que antes atormentaban mi mente han cesado, mientras mi cordura lucha por reasentarse en los escombros de mi conciencia.
Sin embargo, la negrura absoluta sigue envolviéndome, negándome cualquier atisbo de luz o esperanza.
Después de un período difuso y perturbador, que apenas puedo cuantificar,
una perturbadora alteración se manifiesta.
Un sutil susurro, un eco fugaz, se filtra en el abismo de silencio.
Una voz femenina, apenas audible, emerge entre los pliegues de la oscuridad, entonando palabras ininteligibles.
De repente, la voz se transforma en un llanto, una lamentación que se debate
entre la melancolía y el encanto inquietante.
Mis instintos se agudizan y me levanto con premura, sediento de descubrir la fuente de tan singular sollozo.
Parece emanar de lo lejos, envuelto en una neblina de misterio insondable.
El velo que hasta ahora ocultaba mi visión parece desvanecerse, aunque antes de que mis ojos capten la más mínima vislumbre, me enfrento a la cruel realidad de mis cuencas vacías.
Los ojos, una vez testigos del mundo, han sido arrebatados por la voracidad de la noche eterna.
Mis dedos, presas del desconcierto, exploran mi rostro, solo para encontrarse con un líquido viscoso y metálico que se evapora rápidamente.
La sangre, testigo silente de mi desolación.
Yace el abismo donde solían morar mis ojos.
La angustia se apodera de mí.
Pese a que mi regeneración vampírica se supone más impetuosa y eficiente, incapaz es de restituir lo perdido.
Un dolor insoportable, penetrante y constante, se propaga por mis músculos y
huesos circundantes.
Siento la presión aplastante en el lugar que una vez albergó mis ojos.
La desorientación y vulnerabilidad se apoderan de mí, arrastrándome hacia
los abismos de la desesperación.
Repentinamente, la misma voz que me ha acompañado se hace presente una vez más, susurrando con claridad en tono bajo:
"Has sido salvado".
Su pronunciación parece cambiar sutilmente. ¿Salvado? ¿Yo?
Un torbellino de interrogantes asalta mi mente, aunque antes de poder articular una respuesta, el chirrido de una antigua puerta abriéndose lentamente rompe el silencio.
Una luz deslumbrante se cuela entre las sombras, desafiando mi ausencia de ojos...
Finalmente, he despertado de mi largo y profundo sueño.
La oscuridad opresiva envuelve la habitación mientras mi mente lucha por
adaptarse a la realidad que me rodea...