Entre clases había un descanso de diez minutos que los estudiantes podían utilizar para relajarse, intercambiar apuntes o simplemente estirar un poco las piernas. Lith estaba ansioso por saber si alguna o varias de las chicas aún estaban enojadas o querían mantener la distancia con él.
El problema era cómo abordar el tema sin mostrarse preocupado o, peor aún, desesperado. De su vida anterior, había aprendido que las chicas pueden oler la desesperación a kilómetros de distancia y que, por lo general, son buenas para aprovecharse de eso.
Antes de que pudiera encontrar una manera adecuada de resolver su relación, Quylla tomó la palabra.
—¿De verdad practicaste la Maestría en Forja por tu cuenta? —
—Por supuesto que sí. —Lith se sintió ligeramente ofendido por la insinuación.—
—Pero aparte de cosas pequeñas no conseguí crear mucho. Al contrario, desperdicié bastantes materiales, ya que Wanemyre me dejó tropezar en la oscuridad. —Él resopló.—
